El ladrón y el príncipe sapo.

CAPÍTULO NUEVE. LA BRUJA DEL PANTANO.

OSSIAN.

Observé el anillo que Robin me tendía por unos segundos, antes de tomarlo. No podía creer que, después de casi tres días, finalmente volvería a ser un humano.

Me alegraba saber que la rubia había logrado parar a los tres hombres, y que ya nadie en ese lugar estaba intentando matarme. Sabía que lo mejor hubiese sido esperar afuera, pero Robín en verdad lucía mal, y no me parecía correcto que él estuviera ofreciendo sus unidades, cuando perder el anillo había sido mi culpa.

Me coloqué la argolla con lentitud en el meñique y esperé a que la magia hiciera efecto. Para mi desgracia, recordé demasiado tarde que me transformaría estando completamente desnudo y lo único que pude hacer fue cubrir las partes más importantes.

Dina corrió y me ofreció una manta, acción que en verdad le agradecí, pues, aunque no lo aparentaba, me daba demasiada vergüenza estar de esa manera frente a los demás.

―¡Pero si es el príncipe que se casará con la hija del rey!― soltó el tipo de cabello café.

La mención de Myrcella me puso algo ansioso, pues me recordó mi compromiso, y que muy seguramente mis padres estaban por llegar a Bedland para continuar con los planes del casamiento.

La princesa y su padre, debían estar preguntándose en dónde me encontraba. Después de instalarme en la habitación que me asignaron, me había dirigido al bar, y desde entonces no los había vuelto a ver.

―Así que esa ropa tan fina que encontré era suya ―La rubia me observaba con detenimiento.

Era una suerte que la hubiese guardado.

―Lo siento, olvidé ese pequeño detalle ―respondí y no pude evitar guiñarle el ojo.

Era una especie de tic que tenía, y casi siempre lo hacía cuando estaba nervioso, y quería aparentar lo contrario. Robín rodó los ojos en cuanto vio mi acción y no pude evitar sonreír. Me parecía gracioso, e incluso hasta adorable la facilidad con la que podía fastidiarlo.

―Tú ― escuché decir al tipo de los tatuajes―, aparentemente, aún recordaba que le había derramado la cerveza e interrumpido su show la primera vez que entre al Gatito de oro.

Sabía que, disculparme, no lo haría cambiar de opinión con respecto a molerme a golpes. La única opción viable que tenía, era volverme a quitar el anillo, pero Robín se movió con torpeza y terminó cayendo al suelo.

―Robín―solté asustado.

Sabía que su cuerpo finalmente había cedido al dolor.

Me sentía culpable, pues que él estuviera herido en gran parte era por mi causa. Me había rescatado de aquel esqueleto y por esa razón lo apuñalaron. Ese había sido uno de los motivos por los que regresé, aun después de que peleáramos. Porque incluso recordándome una y otra vez lo mucho que me detestaba, a la hora de la verdad, Robín no dudaba en ayudarme.

Sabía que alguien como él nunca me consideraría su amigo. En realidad, ni siquiera tenía amigos verdaderos. Todos se acercaban a mí para obtener algo a cambio o por compromiso, y mi personalidad, bueno, no ayudaba demasiado a poder relacionarme. Adoptaba ciertas actitudes que no siempre le terminaban de agradar a los demás, sobre todo a los que eran como Robin.

Dina se agachó apresurada y revisó que Robín, quien al parecer en realidad se llamaba Castel, tuviera pulso. En cuanto se aseguró de que solo se había desmayado, le pidió a Vladimir que lo llevara hasta una habitación que se encontraba en la parte trasera del bar.

―Majestad, por favor, debe contarnos qué sucedió, solo así sabremos qué tan grave está y cómo ayudarlo― pidió la rubia, mirándome preocupada.

―Es difícil de explicar―dije sin saber por dónde empezar―Pero la razón por la que Rob... por la que Castel está herido, es porque me salvó. Un esqueleto me estaba atacando y él intervino.

―¿Un esqueleto?—preguntó Vladimir para asegurarse de que había escuchado bien.

―Sí, era uno enviado por el hombre de los huesos―aseguré, mientras observaba sus reacciones, pues era claro que les costaba creer lo que escuchaban.

―El hombre de los huesos es solo un mito ―soltó Dina, quien se encargaba de limpiar el rostro de Castel y retirar lo que quedaba de su camisa.

―Al igual que los príncipes sapo y aun así yo soy uno ―respondí, intentando hacer que me creyeran―. El hombre de los huesos fue quien me convirtió.

―Entonces es algo personal― dijo Vladimir pensativo.

―No pretendo ofenderlo, majestad, pero en serio es difícil de creerlo. El hombre de los huesos siempre ha sido un cuento de terror, que se usa para espantar a todos los niños traviesos en casi todos los reinos —dijo Dina, sin quitar su expresión preocupada.

―Si en verdad ese sujeto hirió a Castel, debemos tratar la herida cuanto antes o no sobrevivirá ―intervino el tipo al que le decían Cupido, entrando a la habitación con un montón de ropa que Dina le había pedido que buscara.

―¿Tú qué sabes sobre eso?—preguntó la rubia y desamarró el pedazo de tela que cubría el brazo de Castel.

―Lo suficiente para asegurarte que esa no es una infección normal y que debemos drenarlo cuanto antes ―explicó, mientras señalaba la herida de Cas.

El hombre tenía razón, no se veía normal, era como si un montón de venitas negras salieran desde el lugar donde Robín había sido apuñalado, y lo que debería ser sangre del típico color rojo, en realidad tenía un intenso tono oscuro y desprendía un olor a putrefacción.

―¿Drenarlo?—pregunté sin poder apartar la vista de Castel.

Con cada minuto que pasaba, su estado parecía empeorar. Estaba demasiado pálido y la expresión de dolor en su rostro me hacía sentir inquieto.

Era como si tuviera un nudo en mi estómago. No quería que él muriera por mi culpa. No éramos muy cercanos, pero me parecía agradable, incluso siendo tan diferentes.

―Dina, necesito que intentes bajar la temperatura, mientras tanto Vladimir calienta uno de los cuchillos que hay en la barra y tráelo cuanto antes. Dante ten a la mano el alcohol y las vendas —ordenó y comenzó a examinar el brazo de Cas. ―Vaya al baño y póngase esto― dijo entregándome la ropa que Dina me había guardado.




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