El ladrón y el príncipe sapo.

CAPÍTULO DIEZ. EL CHOCOLATE REALMENTE FUNCIONA.

OSSIAN.

En cuanto Tiberia cerró la puerta, un extraño sentimiento invadió mi estómago. Algo parecido al nerviosismo. No entendía la razón, pues ya otras veces había estado a solas con Castel. Quizás era el hecho de que me vería en mi forma humana por mucho más tiempo y, por algún motivo, estar así me hacía sentir más indefenso.

Miré a los lados, intentando distraer mi mente, pero el cuarto en realidad era muy simple. Únicamente contaba con la cama en donde Castel descansaba, la silla de madera en la que me encontraba y un pequeño cajón sobre el cual reposaba un jarrón con tres margaritas.

Sin poder evitarlo, desvié la mirada hacia Cas. Su expresión era cansada. Su rostro estaba demasiado pálido. Tanto, que era más fácil ver las pecas esparcidas por sus mejillas, y daba la impresión de que sus párpados tenían un ligero tono morado. Aun así, lo que más resaltaba en su rostro eran sus pestañas, realmente largas y de un negro intenso.

«Con razón sus ojos lucen tan bonitos»

Pensé por un momento, mientras aún observaba con atención su cara, pero de inmediato reparé en lo que había pasado por mi cabeza y desvíe la mirada con rapidez.

Me sentía avergonzado. Era la primera vez que tenía un pensamiento así sobre un chico, aunque igual solo estaba exagerando. No era algo anormal reconocer cuando un hombre era atractivo.

—Comenzaba a acostumbrarme, a verte sobre mi pecho al despertar—. La voz de Castel hizo que me sobresaltara y me giré de nuevo hacia él.

Finalmente, se había despertado, y, aunque en realidad parecía sentirse fatal, se esforzaba por bromear.

—¿Qué?—respondí de forma distraída, pues el que hubiese abierto los ojos había sido repentino.

—¿Tu cerebro se mantiene pequeño, incluso si te conviertes?—cuestionó con burla.

—¿Serías menos cretino si despertaras y yo estuviera sobre ti?—pregunté, pero al darme cuenta de lo extraño que sonaba, decidí arreglarlo—. ¿Me refiero a que si prefieres que sea un sapo?—intenté seguirle el juego.

—No importa. De cualquier manera eres irritante —respondió y soltó un falso suspiro de pesar.

—¿Irritante?—cuestioné ofendido, alzando ambas cejas—. Soy un príncipe, así que "irritante" no es una palabra que pueda definirme — puse una de mis manos en mi pecho de forma dramática—. Además, ¿debo recordarte que me llames su alteza?—dije e intenté mirarlo de forma intimidante.

—No, claro que no, porque me niego a hacerlo—respondió de inmediato, con la misma mirada desafiante, aunque por alguna razón podía percibir más amabilidad en sus palabras. Como si de repente se hubiese resignado a mi presencia y al hecho de que no podía evitar relacionarse conmigo, pues ya llevábamos un par de días juntos.

—Sabes, podría hacer que te arrestaran solo, por eso —amenacé y él sonrío de lado.

—¿Solo por eso?—cuestionó con arrogancia—. Podrías incluir cargos por robo, si quieres, para alargar mi condena. Aunque para eso tendrían que atraparme primero —dijo con burla.

Era un tanto extraño que Castel no adoptara su típica actitud defensiva y enojada. Probablemente, el estar a punto de morir había hecho que bajara la guardia. Y para ser sincero, me era más fácil tratarlo cuando no actuaba tan serio, aunque también me gustaba sacarlo de sus casillas.

—Lo dejaré pasar, pero solo porque casi mueres salvándome —sonreí con sinceridad—. Por cierto, gracias por eso. Te debo una —dije con seriedad, mientras lo observaba a los ojos, pero él solo rodó los suyos.

—Me debes muchas —bromeó —. Pero, ya eres humano, así que, misión cumplida —dijo y levantó el pulgar de su mano sana—. Ya puedes regresar a tu castillo.

—Claro—dije intentando mantener mi sonrisa.

Aquello provocó cierto malestar en mi pecho. La idea de regresar me atemorizaba, pues ir al castillo era estar de acuerdo con casarme, y yo aún no podía asimilarlo.

No quería ser un patán y dejar plantada a Myrcella, pero tampoco me sentía preparado para unir mi vida con la de ella. Ni siquiera podía decir que me agradaba, pues nunca habíamos convivido demasiado y no tenía ni idea de cómo era su personalidad.

—Finalmente, podré librarme de ti —habló nuevamente sacándome de mis pensamientos, y aunque lo decía en tono de broma, una parte de mí sentía que hablaba en serio.

Castel tenía razones válidas para quererme lejos, pues desde que nos habíamos conocido, enfrentaba una tragedia tras otra. Obviamente, él solo esperaba el momento en el que pudiera deshacerse de mí y de mi mala suerte.

Yo había sido un tonto al pensar que finalmente comenzaría a agradarle.

Éramos totalmente diferentes.

Nunca me aceptaría.

Nunca seríamos amigos.

Antes de que alguno de los dos pudiera decir algo más, Dina y el resto entraron a la habitación.

—Cas, finalmente despertaste —habló la rubia con felicidad y se acercó hacia él.

Al principio pensé que lo abrazaría, pero al final lo golpeó en el pecho. No de una forma fuerte, pero sí terminó por sorprendernos a todos con su acto.

—Auch—se quejó Castel—¿Acaso quieres terminar de matarme?

—Eso es por preocuparnos a todos —reclamó la chica—. ¿Crees que puedes desaparecer por días y después llegar como un maldito zombi al bar?

—Bueno, aunque no lo creas, no planeaba acabar medio muerto —respondió el menor con tono sarcástico, mientras sonreía falsamente.

—Me alegro de que estés bien, Cas—soltó Dina finalmente, mientras le acariciaba el hombro, y Castel le sonrió.

Era la primera vez que veía a Castel sonreír de forma tan sincera, lo que me hizo sentir un tanto celoso, pues sabía que yo jamás recibiría un gesto similar de su parte. Castel me aborrecía por quién era, y para ser honesto, incluso yo, odiaba muchas cosas de mí. Sabía que si no fuera por mi título, todos aquellos que me rodeaban y servían, lo pensarían muchas veces antes de querer dirigirme la palabra.




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