El ladrón y el príncipe sapo.

CAPÍTULO DOCE. BAJO LAS LUCIÉRNAGAS.

CASTEL.

El sol se estaba ocultando, y aún nos faltaba medio camino por recorrer. Y como si de una broma del destino se tratara, me veía obligado a volver a pasar la noche en las profundidades de aquel lugar. Aunque, al menos, había más gente a mi alrededor y el cielo estaba despejado.

—Dudo que Arnol y Lara puedan continuar. Está muy oscuro, lo mejor será que nos quedemos por aquí —Vladimir bajó del caballo y acarició la cabeza del animal.

Todos asintieron, a excepción de mí y Ossian, quien permanecía dormido en la parte trasera de la carreta.

—No me parece un lugar muy seguro. Creo que deberíamos continuar —dije fingiendo analizar los alrededores.

—Es más seguro que avanzar—respondió Cupido, mientras imitaba a Vladimir.

—¿En serio a nadie le preocupan los peligros que puede ocultar este lugar?—pregunté, mirando cómo todos comenzaban a bajar las pocas cosas que llevábamos en nuestro vehículo improvisado.

—¿Acaso tienes miedo, Cas?—preguntó Dina con diversión, mientras intentaba bajar el barril con vino que Tiberia nos había obsequiado.

—Por supuesto que no—respondí con rapidez. Claro que tenía, pero no iba a admitirlo frente a todos.

Me paré de mi sitio y salté en dirección a la chica para ayudarla a mover el pesado objeto hasta donde Dante pretendía iniciar una fogata.

—Bien—dijo en cuanto coloqué el barril en el suelo. — Entonces ve a despertar al príncipe dormilón de una vez —Dina miró hacia donde Ossian se encontraba.

—¿Por qué tengo que hacerlo yo?—me queje, pero aun así comencé a caminar, sin recibir respuesta de la rubia, quien le tendía los recipientes con comida a Cupido.

—Solo no vayas a besarlo—se burló Dante, provocando la risa del resto.

—Jamás haría algo como eso—respondí sin mucha importancia, aunque por dentro me sentía avergonzado.

No entendía cómo eran capaces de volver una situación incómoda, y tampoco el porqué en el fondo me alteraba tanto que dijeran ese tipo de cosas. Solo debía tomarlo como una broma y ya, pero mi cuerpo me traicionaba y podía sentir cómo mi rostro se acaloraba.

—Hey Ossian—llegué hasta donde se encontraba y empujé ligeramente uno de sus hombros.

El príncipe soltó un pequeño quejido, pero continuó con los ojos cerrados y su boca entreabierta dejaba escapar pequeños suspiros.

—Oye, sin vergüenza—insistí una vez más, esforzándome por no perder la paciencia.

—Solo 5 minutos más, esta mañana hace mucho frío —respondió con voz somnolienta y sin abrir los ojos.

—Es de noche, Ossian, y tendrás que cenar moscas si no te apuras y mueves tu trasero ahora —regañé, pero él solo se dio la vuelta y cubrió la mitad inferior de su rostro con la capa negra que llevaba.

No tenía idea de por qué Dina le había dado mi capa, y me alteraba el hecho de que le quedara mucho mejor que a mí. Cuando yo la usaba, me asemejaba a un pequeño murciélago con alas enormes; cuando él lo hacía, la prenda parecía encontrar su propósito.

Sin ánimos de perder más tiempo, tomé uno de los recipientes con agua que aún permanecían en la carreta y le quité la pequeña tapa. Eché un poco del líquido en mis dedos y después lo salpiqué en los párpados del mayor.

Ossian se sobresaltó de inmediato y no tardó en abrir los ojos y mirarme con disgusto.

—Oye, no es justo. Nadie debería ser interrumpido de esa manera mientras duerme —se quejó, sentándose finalmente en la carreta.

—Creí que a los sapos les gustaba el agua —respondí con fingida inocencia y después volví a mirarlo con seriedad—. Cenaremos, puedes venir o morir de hambre si quieres —dije y comencé a caminar.

— Ah, ¿podía decidir?—preguntó con ironía—. Si ese era el caso, ¿para qué lanzarme agua en el rostro?—dijo, aun con enfado.

No respondí, y solo me encogí de hombros mientras seguía avanzando hacia la reluciente fogata, cerca de la cual, todos comenzaban a sentarse, para empezar a cenar. Tras de mí, escuché cómo Ossian me seguía desganado, y no pude evitar sonreír, por lo que para mí había sido una victoria.

—¿Durmió bien, alteza?—cuestionó Dante y se hizo a un lado para hacer un espacio en el tronco donde se hallaba—. Puede sentarse aquí, si lo desea —dijo—, y Ossian asintió con una sonrisa, mientras se posicionaba a su lado.

Yo, por mi parte, tomé asiento al lado de Dina, directamente en el pasto, pues parecía seco y me sentía cansado como para continuar de pie por más tiempo.

—La verdad, descansé mejor de lo que esperaba, o al menos hasta que alguien tuvo la grosera idea de lanzarme agua en la cara —se quejó el príncipe y todos me observaron.

Dina levantó ambas cejas. Su expresión indicaba que no podía creer que en serio hubiese hecho algo como eso. (Aunque en realidad no tendría por qué sorprenderle demasiado)

—Castel—reclamó la rubia.

—Tú dijiste que lo despertara —me justifiqué y ella solo entrecerró los ojos.

—Está bien. En realidad, sí necesitaba cenar —intervino Ossian y Vladimir comenzó a repartir los cuencos con el estofado que Tiberia nos había obsequiado.

La cena transcurrió en silencio por algunos segundos. Dante y Cupido solo solían conversar cuando estaban bajo los efectos del alcohol y Vladimir prefería comunicarse a base de gruñidos o miradas de enojo. Así que si de aligerar el ambiente se trataba, Dina era la opción ideal. Yo solo era bueno en las conversaciones, si alguien más las iniciaba y si no se enfocaban en temas personales.

—¿Alguien quiere un poco más?—cuestionó la chica y todos asentimos.

—Podría comer esto toda mi vida —dijo Ossian, una vez que Dina le tendió el cuenco con una nueva ración.

—¿Entonces sí le agradó la cena?—preguntó la de cabello rubio y Ossian le sonrió.

—Claro. Ojalá alguno de los cocineros del castillo, prepararan algo como esto —respondió mientras observaba el contenido de su cuenco. — ¿Por cierto, qué es esto?—dijo metiendo nuevamente su cuchara al plato.




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