CASTEL.
Ninguno de nosotros esperaba que la guardia de Bedland llegara repentinamente al Gatito de oro. Aquel lugar era una zona neutral, por lo que rara vez se pasaban por ahí, al menos que implicara resguardar a un miembro de la realeza, como había sido el caso de Ossian la primera vez que pisó el lugar, o que estuvieran buscando a un criminal altamente peligroso que se escondiera en el bar. Yo podía considerarme un criminal, pero no de esa magnitud. Así que no había duda de que se trataba de los aliados de Os.
Dina me sacó por una puerta que nunca había visto. Un pasadizo oculto que solo ella parecía conocer.
Corrimos lo más rápido que pudimos, por lo que apenas y presté atención a mi alrededor, hasta que finalmente paramos.
—Sigue caminando, dudo que ellos vengan hasta aquí. Intentaré distraerlos y regresaré en cuanto todo sea seguro —me indicó la rubia y dio media vuelta para regresar por donde habíamos venido.
—Espera, Dina—pedí dándome cuenta de que me quedaría solo, justo en la oscuridad del gran bosque. Sin embargo, mis esfuerzos fueron en vano, pues la mayor ya había desaparecido de mi vista.
Sentí cómo uno a uno mis músculos se tensaban y la presión en mi pecho se hacía cada vez más grande.
Estaba harto de esa sensación. Detestaba el terrible miedo que estar en situaciones como esas me provocaba. Quería moverme, pero sabía que eso solo me desorientaría aún más.
Los árboles en esa zona eran demasiado altos. Tanto, que ni siquiera era capaz de mirar sus copas. Por más que entornaba los ojos, no lograba percibir un rayo de luz lo suficientemente grande para poder encontrar un camino, o al menos que ayudara a tranquilizarme. Para empeorar la situación, los truenos no tardaron en hacerse presentes. Si algo distinguía a Bedland, era su clima húmedo y lluvioso, y ese día no sería la excepción. Estaba seguro de que pronto se desataría un aguacero, y si Dina no había vuelto a buscarme para entonces, caería en la locura.
Intenté no alterarme y comencé a respirar con lentitud, concentrándome en inhalar y exhalar, pero el temblor en mi cuerpo solo aumentaba, al igual que las repentinas ganas de vomitar.
La lluvia no se hizo esperar, y todo mi esfuerzo por mantener la calma se fue a la basura. Mi corazón palpitó aún más rápido y un desagradable hormigueo recorrió mi columna.
Di un par de pasos, intentando buscar algo a lo que sostenerme, pero el hecho de que solo hubiese árboles a mi alrededor y un montón de arbustos verdes empeoró mi situación.
El pecho me dolía y podía escuchar la forma desesperada en que mi respiración se estaba tornando. Un intenso frío me embargó, y sabía que no solo se debía al hecho de estar completamente empapado, sino también a lo malo de la situación.
Un montón de imágenes comenzaron a invadir mi mente, recuerdos que hubiese preferido mantener en la profundidad, pero que en ese instante se reproducían con claridad en mi cabeza.
Las piernas terminaron por fallarme y caí al suelo. Intenté levantarme, pero solo logré arrastrarme hasta el grueso tronco de un árbol y dejarme caer contra él. No pude retener mis emociones por más tiempo y comencé a llorar patéticamente. Abracé mis rodillas con fuerza, mientras la lluvia y mis lágrimas me impedían mirar con claridad.
Un pitido intenso invadió mis oídos, y sentí cómo poco a poco me iba perdiendo en ese terrible momento. No supe cuánto tiempo pasé en esa posición, aunque se había sentido como una eternidad. Pronto escuché a alguien llamándome, repitiendo mi nombre, pero para ese entonces todos mis sentidos parecían fallar.
—Cas, mírame — finalmente pude distinguir la voz de Ossian, pero no fui capaz de moverme, todo mi cuerpo se encontraba paralizado.—Estoy aquí... Estoy aquí contigo —dijo con tono preocupado y se posó frente a mí.
Intenté decir algo, pero mi garganta se había cerrado. Aún me costaba respirar y no podía dejar de temblar de manera descontrolada.
—Cas, tienes que respirar con calma —me pidió—, y algo dudoso, acercó una de sus manos hacia mi rostro.
Finalmente, mi cuerpo pareció reaccionar y con rapidez tomé su mano entre las mías. La apreté con demasiada fuerza, pero él no pareció tener intenciones de apartarla.
Desvíe mis ojos hasta los suyos. Su expresión alarmada me hizo sentir terrible. No quería que él sintiera lástima por mí. No quería ser un problema para nadie. Ni que tuvieran que verme en condiciones tan deplorables.
—Tranquilo—volvió a repetir—. Te ayudaré a respirar, puedes hacerlo, Cas. Intenta cerrar los ojos —me sugirió y justo eso hice—. Ahora, inhala y luego exhala.
Ossian repitió eso último un par de veces, hasta que poco a poco mi respiración y ritmo cardiaco se fueron ralentizando.
Fui obteniendo nuevamente el control de mi cuerpo, y el temblor fue disminuyendo. Uno a uno mis malestares se fueron disipando, a excepción del frío, debido a que aún nos encontrábamos bajo la fuerte lluvia.
Abrí los ojos y me encontré con el rostro de Ossian. Aún parecía algo preocupado, pero mucho menos que cuando me había encontrado. Continué sin poder hablar. Sentía que si abría la boca, la voz me fallaría.
Miré con detenimiento la forma brusca en la que sostenía su mano, y con lentitud la solté. Estaba seguro de que le había hecho daño, y eso me apenaba.
—¿Estás bien?—preguntó el príncipe, pero no respondí—. Deberíamos irnos, no creo que la lluvia pare pronto —dijo y se levantó—, pero al ver que no me movía de donde estaba, volvió a acercarse hacia mí—¿Necesitas más tiempo?—cuestionó y asentí.
Ossian se sentó a mi lado, sin decir nada más. Volví a cerrar los ojos y llevé una de mis manos hacia mi frente.
Suspiré con frustración. No sabía con qué cara vería a Ossian después de que fuera testigo de esa faceta de mí. De mi verdadero yo. El tipo asustadizo y cobarde que se ocultaba tras la máscara. Seguro pensaba que era un ridículo llorón.
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Editado: 15.06.2025