OSSIAN.
Conforme Castel narraba su pasado, iba comprendiendo mejor el porqué de su manera de actuar. El porqué desconfiaba tanto de la gente y no quería relacionarse con nadie. Parecía que todos aquellos en los que alguna vez había creído terminaron por defraudarlo.
¿Y qué pasó cuando volviste al orfanato?—cuestioné preocupado, pues sabía que Castel aún había tenido que convivir con sus agresores después de lo que le hicieron.
—Durante un par de semanas, Nicolás y su grupo decidieron ignorarme. Aunque no habían recibido ninguna sanción, sabían que no era inteligente volver a intentar tan pronto, algo como lo que habían hecho, así que estuve a salvo —explicó, mientras observaba el techo de la habitación—. Para cuando quisieron volver a molestarme, yo ya estaba bajo la protección de Berta. La bibliotecaria fue la única que realmente se preocupó por mí, y cuidó que nada malo me sucediera. —Castel sonrió con nostalgia.
—Parecía una buena persona—dije y él asintió.
—Lo era. Ella me dijo que haría todo lo posible por adoptarme, aunque eso era complicado, pues no tenía más familia y únicamente dependía de su sueldo como trabajadora del orfanato, y para ese entonces las finanzas del lugar no andaban muy bien. —Explicó e hizo una pausa—. Un par de meses después, Berta enfermó. Algo andaba mal con sus pulmones y al final... bueno, al final ella se fue.
A pesar de todo lo que Castel me había contado. Era la primera vez que su voz se escuchaba realmente triste. Por un momento quise sujetar su mano o hacer algo que lo reconfortara, pero sabía que quizá eso podría incomodarlo.
—Lamento oír eso—dije únicamente y él se encogió de hombros.
—Fui yo el que no pudo hacer nada por ella —se veía culpable—, y antes de que pudiera responderle, volvió a hablar—. Después de que eso pasó, decidí abandonar el orfanato. Ya no tenía nada por qué quedarme.
—¿Y nadie te buscó?—pregunté y él se rió amargamente.
—¿Por qué lo harían? Era una boca menos que alimentar. Aquello les convenía incluso más que a mí —respondió.
—¿Y entonces dónde vivías?—pregunté, sintiendo un horrible malestar en el estómago.
Tenía tantas ganas de regresar el tiempo y poder hacer algo. De haber conocido a ese Castel, y ayudarlo. De abrazarlo y decirle que todo estaría bien, que yo no lo defraudaría, pero, incluso si en verdad tuviese una forma de volver. Nada me aseguraba que en ese entonces yo pensara de la misma manera, pues no solo también era un niño. Si no que el ambiente y las condiciones en las que vivía eran totalmente diferentes. Mi empatía y mi egoísmo eran otros, así que nada aseguraba que en verdad yo hubiese hecho la diferencia en su vida.
—Por muchos años en la calle —contestó pensativo, como si estuviera rememorando todos esos momentos—. Algunas veces me las ingeniaba para conseguir pasar la noche en la casa de algún conocido. Hacía tareas o recados para recibir comida o dulces a cambio —dijo y asentí—. Todo era más o menos de ese modo, hasta que cuando tenía como 14 o 15, volví a cruzarme con el soldado del hospital.
—¿El que te dio la manzana?—pregunté y él asintió.
—Sí, había parado a un anciano. Un hombre que llevaba una pesada reja con botellas de vino, al parecer a eso se dedicaba — Castel se recostó por completo en la cama, pues aparentemente se había cansado. Me miró unos segundos y, en cuanto lo imité, volvió a observar el techo—. Al soldado, aquello le resultó muy conveniente, pues acusó al hombre de embriagarse en vía pública y causar un alboroto. Lo que no era cierto, —. Me aclaró — Después le dijo que la única forma en la que podía evitar la cárcel era entregándole el vino. Al principio el anciano se negó, le dijo que necesitaba el dinero de la mercancía para alimentar a su familia. Intentó pedir ayuda, pero todos los testigos prefirieron ignorar la situación, sabían que los soldados eran muy buenos jugando sucio para obtener todo lo que les placía, y terminarían igual de perjudicados que el hombre del vino si intervenían. Al final el anciano tuvo que resignarse, pues no solo lo enviarían a prisión, sino que también era seguro que lo golpearían y lo humillarían. Le entregó la reja con las botellas y sin muchas ganas se alejó del lugar.
—¿Y tú qué hiciste?—cuestioné, pues sabía que había un motivo por el cual me estaba contando esa historia.
—Bueno, verlo hacer eso me decepcionó incluso más que cuando me aconsejó unirme a Nicolás. Me sentí enojado e intranquilo. Una parte de mí incluso quería golpearlo, pero a decir verdad nunca he sido muy bueno para la violencia excesiva, y mucho menos en aquel entonces, así que me dediqué a seguirlo.—explicó y por primera vez volteo a mirarme.—Algo en lo que soy muy bueno cuando quiero, es logrando que la gente no note mi presencia. Así que, en cuanto el soldado se adentró a un callejón, me las ingenié para robarle un par de botellas. Mi objetivo en realidad era toda la reja, pero estaba pesada, y aunque yo era muy rápido, si me llevaba todas las botellas era seguro que me alcanzaría y entonces sería yo quien terminaría en prisión —dijo, mientras sonreía al recordar la escena y no pude evitar hacer lo mismo.
—¿Así que esa fue la primera vez que robaste?—pregunté con curiosidad, esperando que no se lo tomara a mal y dejara de contarme sobre su vida, pero al parecer no le importó mi cuestionamiento y siguió hablando.
—Sí, aunque debo decir que fue una primera vez muy mala, pues de las ocho botellas que el soldado se llevó, solo pude quitarle tres y en el camino me caí, así que terminé rompiendo dos, y al final solo pude entregarle una al anciano —Cas, soltó una pequeña risa.
—Bueno, al menos no te atraparon —respondí, sin dejar de observarlo, pues por primera vez desde que nos conocíamos, no parecía reprimir lo que sentía.—¿Y el anciano, qué dijo?—pregunté con curiosidad.
—Me dio las gracias, y me invitó a comer con él—respondió—Después de eso comencé a observar con detenimiento a los soldados y cada vez que veía que le quitaban algo a otra persona que no podía defenderse o que abusaban de su autoridad, los interceptaba y les robaba—Su semblante volvió a tornarse serio—Debo de admitir que al principio lo hacía para poder recuperar parte de lo que le arrebataban a la gente, pero después simplemente comenzó a gustarme la sensación de ser perseguido y de burlar a la autoridad. La emoción en mi pecho al correr, que me hacía olvidar lo insípida y solitaria que era mi vida. Después ya no solo le robaba a los soldados, sino también a gente con dinero, a los dueños de casas enormes y negocios que explotaban a sus trabajadores, y repartía todo lo que obtenía entre la gente de escasos recursos, incluso a veces intercambiaba la mercancía y enviaba de forma anónima el dinero al orfanato donde crecí. Sé que debí parar —dijo con tono culpable. —Pero para ese entonces ya me había hecho una reputación, la mayoría del ejército real ya me ubicaba, y ya no había forma de que nadie confiara en mí —sonrió con ironía. —Al final terminé por volverme igual a Nicolás y a aquel soldado.
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Editado: 19.06.2025