El ladrón y el príncipe sapo.

CAPÍTULO DIECIOCHO. LA NOCHE DEL BAILE.

CASTEL.

Finalmente, había llegado el día en el que tendría que infiltrarme en el castillo. Tiempo atrás, había decidido que me marcharía de Bedland después de eso, pero las cosas que ocurrieron me hicieron reconsiderar la situación. Me di cuenta de que tenía más amigos de los que esperaba, y de que, quizás no es que mi corazón estuviera vacío, sino más bien, que yo reprimía mis sentimientos.

Estábamos a unas horas de que el baile diera inicio. Dina y yo nos habíamos recluido en su habitación con el objetivo de que me preparara, pero el incómodo corset, nos estaba causando muchos problemas.

—Castel, es que aún no está lo suficientemente apretado, intenta mantener el estómago retraído —pidió la rubia, mientras se esforzaba por jalar el listón que ajustaba aquella prenda atroz.

—Es que eso es imposible —respondí con esfuerzo, pues sentía que el aire no pasaba de forma correcta hasta mis pulmones—. Siento que terminaré por expulsar mis órganos por la boca.

—Por favor, Cas, nadie ha muerto a causa de un corset—reprochó Dina, y finalmente pareció satisfecha con el resultado.

—No lo sabes. Siento que terminaré por desmayarme y no creo poder bailar estando así de incómodo —confesé, observando mi disfraz.

—Bien, ya solo falta el sombrero y un poco de maquillaje —Dina se dedicó a estudiarme, mientras colocaba sus manos en su cintura.

—No creo que haga falta el maquillaje, llevaré un antifaz después de todo —respondí, pues si ya de por sí estaba incómodo, tener que usar sombras y labial me causaba escalofríos. No podía creer hasta qué punto había llegado para hacer lo que me proponía.

Sentía admiración por el esfuerzo que hacían todas las mujeres al arreglarse de una forma tan maravillosa, sobre todo después de saber que eso podía implicar que el proceso fuera incómodo, pero, en definitiva, esa sería la última vez en que yo accediera a suplantar a una chica.

—Bueno, quizás las sombras y el rubor no sean necesarios, pero el labial sí, debemos hacer que tus labios luzcan mucho más delicados —dijo Dina y tomó dos pinturas para después observar el tono.

—¿Qué tienen mis labios?—cuestioné ofendido.

—Nada—respondió con burla—. Solo necesitamos hacerlos más besables.

—Voy a un baile, no a una cita—interrumpí, mirándola con regaño.

—Hablando de citas —la mayor se inclinó hacia mí, para colocar el labial por el que había optado—. ¿Qué has pensado con respecto a Ossian?—preguntó y me hice hacia atrás, para mirarla.

—¿Ahora ya no es el príncipe?—dije al darme cuenta de que había dejado las formalidades.

—No cambies el tema, Cas—respondió notando mis intenciones.

—Mira, la idea de que otro hombre sienta algo por mí, no me parece aberrante, si eso es lo que pensabas—dije sabiendo que no se daría por vencida respecto al tema, además ambos habíamos prometido hablar—Pero, no creeré que Ossian siente algo por mí, hasta que lo escuche de sus labios, y aun si eso ocurriera no sé cómo lo tomaría. Ya sabes que las cuestiones amorosas no son mi fuerte, así que, por ahora, quisiera concentrarme en infiltrarnos en el castillo, si no te molesta.

En el interior, ya no se me hacía tan descabellado pensar que Ossian tuviera sentimientos por mí, pues, nuestras últimas interacciones habían sido un tanto… Bueno, habían sido diferentes, pero mi lado obstinado seguía aferrándose a que era imposible que alguien pudiera fijarse en una persona como yo, y que todas esas muestras de afecto que Ossian tenía conmigo solo eran ideas en mi cabeza. Que él estaba siendo amable. Después de todo era un príncipe, así que quizás yo estaba exagerando sus acciones hacia mí. Además, eso no era lo más importante. Lo que realmente me causaba miedo, era dejar a flote mis sentimientos. Dejar de reprimir lo que en verdad pensaba respecto al tema.

En ese momento prefería concentrarme en la misión, ya después me rompería la cabeza pensando en esas cosas.

—Bueno, al menos ya es un avance —contestó la rubia resignada.

—Mejor hablemos de ti —sugerí—. Así que la hija de un conde —dije— y ella asintió.

—El conde Millford de Sundale—respondió, mientras tomaba el sombrero morado que reposaba en uno de los cajones.

—¿De Sundale?—cuestioné asombrado.

—Lo suficientemente lejos para no ser reconocida fácilmente, pero más cerca que Lypantopia—me explicó y comenzó a acomodar mi cabello.

—¿Así que no te apetecía ser de la nobleza? —cuestioné, concentrado en los patrones de su ropa.

—No me hacía mucha emoción que mi destino se centrara solo en casarme con un príncipe y tener que cargar con una enorme responsabilidad —respondió.

—¿Estabas comprometida con un príncipe?—pregunté con asombro y ella asintió—. Supongo que tus padres no se tomaron nada bien, que te marcharas.

—Se enfurecieron —afirmó Dina—. Por suerte, mi hermana siempre había soñado con ser una princesa, así que con gusto tomó mi lugar, y el príncipe pareció incluso más emocionado con la idea de que ella fuera su esposa. Al final no todo resultó mal —dijo un tanto más aliviada.

—¿Y no has vuelto a Sundale desde entonces?—pregunté y ella negó.

—No, ya hace 6 años de eso —parecía nostálgica—. Pero, aunque a veces extraño algunas cosas de mi hogar, encontré mi verdadera felicidad aquí. Logré abrir el Gatito de oro, hice buenos amigos, y sobre todo, por primera vez me sentí yo misma. Me sentí libre —confesó sonriendo ampliamente—. Además, creo que mis padres empiezan a perdonarme.

—¿A sí?—cuestioné asombrado.

—Sí, de vez en cuando, envían a algunos sirvientes a vigilarme. Son demasiado indiscretos y aún puedo acordarme de ellos. O me dejan obsequios —respondió y soltó una pequeña risa.

—¿Crees que los visites algún día?—cuestioné, mientras intentaba mirar lo que le hacía a mi cabello.

—No lo sé, tal vez lo haga —respondió no muy segura—. Solo sé que esta es mi vida ahora. Esto es lo que me hace feliz. ¿Recuerdas que te dije que el amor se presentaba de forma extraña?—asentí. —Pues esto es lo que yo amo. Amo estar aquí con todos ustedes. Amo despertar y saber que volveré a prender las luces en el bar y que la banda vendrá. Amo las canciones que tocan, incluso amo a los malditos clientes desastrosos.




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