CASTEL.
Una vez que me metieron en la fría celda, me dediqué a observar la pared, pensativo.
Con que ese era mi destino.
Siempre supe que terminaría de una forma similar, y la idea nunca me había dado tanto miedo como hasta ese momento. No porque finalmente estuviera prisionero, sino más bien porque había encontrado una razón para querer estar libre.
Antes pensaba que si caía en prisión, mi vida no cambiaría mucho. No echaría tanto de menos el exterior porque creía que no tenía nada ni a nadie a quien extrañar, o que se preocupara por mí. Además, no importaba el lugar, en el fondo, el sentimiento de vacío en mi interior no hacía más que incrementar, pero entonces era diferente. Ossian había entrado en mi vida, y le dio sentido a su desastrosa manera. Había quitado la enorme barrera que impedía que mis sentimientos salieran a flote, pero yo lo había querido ver demasiado tarde.
Que me encontrara tras las rejas no solo era mi culpa absoluta, sino también, el tardar tanto tiempo en aceptar que lo quería, que me estaba enamorando de él y que, aunque fuera una idea en verdad descabellada, no tenía sentido negarla, si ambos queríamos ser parte de ella.
El tiempo ahí me parecía eterno. No podía escuchar a nadie más, pues sabía que solo eran celdas temporales. Los prisioneros, que no eran ejecutados, se transferían a otras instituciones o a la cárcel aislada de Bedland. Que era una gran edificación, casi impenetrable, ubicada en una pequeña isla, en el mar del reino, y que por eso aún se consideraba parte de la nación. Su seguridad era enorme y ahí iban los criminales más problemáticos.
Tenía la suerte de que a Rogan y sus compañeros los habían llevado a otra zona del castillo. Probablemente, era más cómoda, pero, no tener que escucharlo quejarse, compensaba cualquier diferencia entre ambos.
Estaba por cerrar los ojos para intentar descansar un poco, pues sabía que vendrían muy temprano por mí, para mi traslado, cuando un extraño sonido me puso alerta. Como si de algo pequeño rebotando se tratara.
Intenté mirar por los barrotes, pero no logré ver nada. No fue hasta que algo brincó al interior de la celda, que me percaté de que se trataba de un sapo. Específicamente, de Ossian.
—¿Qué haces aquí? — le pregunté, mientras extendía mis manos, para que brincara hacia ellas.
El príncipe hizo lo que le sugería y me observó con sus extraños ojos saltones.
—¿No pensaste que te iba a dejar solo, o sí?—cuestionó ofendido.
—Te prohibieron venir a verme—supuse debido a su aspecto.
—Sí, pero no te preocupes, quiero hablar contigo, aunque no luciendo de esta manera —respondió y volvió a saltar al exterior de la celda.
—¿Sí sabes que si te transformas, estarás desnudo? —le recordé y él comenzó a observar todo el lugar, mientras colocaba una de sus verdosas manos en su cintura.
—Tranquilo, si esta prisión es igual a las de Lypantopia cerca de aquí debe haber una habitación con ropa. Cuando los prisioneros van a ser transferidos, son obligados a usar el uniforme que los identifica como criminales.
—¿Y te pondrás un uniforme?—cuestioné asombrado y él negó
—Intentaré buscar alguna de las prendas que dejaron los antiguos reos, y si no, qué más da, lo que me importa es poder estar contigo —respondió, encogiéndose de hombros—. Mi corazón comenzó a palpitar nuevamente con fuerza. — Dame un minuto —dijo Ossian y comenzó a saltar lejos de mi vista.
El silencio nuevamente se hizo presente. No tenía idea de si en verdad encontraría lo que buscaba. Esperé atento, hasta que, después de lo que parecieron unos 10 minutos, escuché pasos y el príncipe quedó a la vista.
Llevaba una muy holgada playera negra, y un par de pantalones que le quedaban incluso más cortos que los que yo le había prestado.
Al parecer no había encontrado zapatos, pues estaba descalzo.
—No tenías que venir hasta aquí y hacer todo esto —le dije en cuanto estuvo frente a los barrotes.
—No quería que estuvieras solo en este lugar —respondió, observándome con preocupación.
—¿Porque estás enamorado de mí?—No pude evitar decir, entre avergonzado y divertido, recordando lo que Ossian había gritado antes de que me encerraran.
—Sí—suspiró y dejó caer su frente contra uno de los barrotes—. Justo por eso.
—Estás loco, Ossian—dije sin poder creer hasta dónde habíamos llegado. Sin poder creer que el mismo tipo al que había planeado entregar en aquel muelle, y con quien discutí un sin fin de veces, estaba diciendo esas cosas—. Te meterás en problemas con tus padres, y con el reino —solté con preocupación—, y me senté, recargándome de la pared más cercana a los metales que nos separaban.
―Lo sé, pero la verdad es que preferiría renunciar a todo, que estar lejos de ti. Renunciaría al trono, a mi título, incluso a mi propia vida, porque nada tiene sentido si tú no estás ahí.
El príncipe se dejó caer a mi lado, en el exterior, de forma que nuestros hombros fueron capaces de tocarse.
—¿Cómo se te ocurre fijarte en un ladrón?—respondí y antes de que pudiera decir algo volví a hablar—. Aunque supongo que mi caso es aún peor, mira que enamorarme de un príncipe, yo sí que perdí la cabeza —dije mirando el techo, y con lentitud acerqué mi mano hacia la suya, para poder entrelazarlas.
Ossian volteó a mirarme con sorpresa. No parecía esperar que dijera aquello. Ni siquiera yo había creído que sería capaz de decir algo así en voz alta, pero, si esa noche sería la última vez que nos veríamos, quería al menos ser honesto con él, y conmigo. Que supiera que también lo quería, y que, aunque lo nuestro parecía imposible, estaba feliz porque nuestros caminos se hubiesen cruzado.
—¿Lo dices en serio?—cuestionó mirándome fijamente, como temiendo que se tratara de una broma.
—Por supuesto que sí—dije y esta vez fui yo quien acercó la frente hacia los tubos de metal.
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Editado: 19.06.2025