El ladrón y el príncipe sapo.

CAPÍTULO VEINTIDÓS. EL GENERAL DEL HOMBRE DE LOS HUESOS.

CASTEL.

Todos hicimos lo que el sujeto decía. Aunque no éramos muy devotos a la corona, tampoco podíamos permitir que la princesa muriera. No era su culpa que todo eso estuviera pasando. Además, ¿qué clase de persona seríamos si no nos importara la vida de alguien inocente?

Tanto Rogan, como el tipo del tatuaje, se fueron acercando con cautela hasta donde me encontraba. El soldado parecía estar ansioso por acabar conmigo, podía verlo en sus ojos, y cuando finalmente estuvo a un metro de distancia, sacó su espada y acercó la punta directamente a mi cuello.

—Espera—ordenó el hombre de negro y el soldado volteó a mirarlo con impaciencia.

—Os también lo quería muerto —le recordó Rogan sin bajar su arma.

—Primero debemos capturar al príncipe. Necesitamos vivo al ladrón para poder atraerlo hasta aquí —explicó el del tatuaje y el soldado retiró su arma con enojo.

—Uy, tal parece que aún no podrás tener el honor de acabar conmigo —me burlé y Rogan volvió a amenazarme.

—¿En serio caerás con provocaciones tan tontas?—lo reprendió el rubio y Rogan solo gruñó enojado, para después alejarse de mí.

—Creo que estás sobreestimando el afecto que el príncipe tiene hacia mí—dije al hombre del tatuaje, esperando que eso sirviera de algo.

—Y creo que tú me subestimas a mí. No pienses que soy tan tonto como Rogan para caer ante tus palabras —respondió el sujeto y solo pude reírme ante mi fracaso—. Ahora dime, en qué parte del castillo está el príncipe Ossian, y acabemos con esto.

—¿Cómo habría de saberlo?—cuestioné, mientras me encogía de hombros—. Solo soy un prisionero.

—Bien, así serán las cosas, entonces —respondió con seriedad—. ¡Príncipe Ossian!—comenzó a gritar, mientras se movía por el lugar—. Será mejor que vengas, tu prometida está a punto de caer de un balcón y el ladroncito también está aquí —siguió gritando, pero nada pareció cambiar.

—Tal vez no pueda escucharte —le dije sonriendo con diversión—. Quizás será mejor que intentes otro día.

El rubio volvió a mirarme irritado y una vez más empuñó su arma de hueso.

—Démosle tiempo. Mientras tanto, creo que comenzaré a deshacerme de la basura. —El seguidor del hombre de los huesos empezó a caminar hasta donde me encontraba.

Rogan, quien estaba a un par de metros de mí, se movió y se interpuso en su camino. Probablemente, le molestaba la idea de que alguien le arrebatara la oportunidad de asesinarme. Sin embargo, eso no pareció importarle al de traje negro, pues no dijo nada para que se apartara. En cuanto llegó hasta donde Rogan se encontraba, lo apuñaló directo en el cuello, en un rápido movimiento.

El soldado abrió los ojos con exageración y de inmediato se llevó la mano a la zona donde brotaba una mortal cantidad de sangre. Intentó articular una palabra, pero fue en vano, pronto cayó al suelo.

No pude evitar sorprenderme un poco por lo que acababa de suceder, pues incluso yo, había creído que era su objetivo.

A excepción de Vladimir, todos los demás se veían preocupados y asustados; parecían temer que algo similar les sucediera.

—Vil...ten —pudo soltar finalmente Rogan, mientras extendía su mano hacia el del tatuaje.

—¿En serio creíste que Os seguiría necesitando de ti?—El rubio miró con desprecio a Rogan—Dejaste que te descubrieran y solo has dado problemas. Ni siquiera tu alma será de utilidad para él —dijo con desprecio, y el soldado de Bedland finalmente cerró los ojos. —Bueno, supongo que esta vez sí es tu turno —habló nuevamente y me observó. —El príncipe ya tardó demasiado.

El hombre me apuntó una vez más con su arma de hueso, y acortó la distancia entre nosotros. Levanté la vista hasta donde la princesa Myrcella estaba. Sabía que si intentaba alejarme, los esqueletos controlados por el hombre de los huesos la dejarían caer y era casi seguro que ella moriría, pero, si no hacía nada, el que perdería la vida sería yo.

Debía tomar una decisión cuanto antes, pero ya no me quedaba tiempo.

—¡Solo, no en la garganta!—Levanté mis manos para cubrirme el cuello. Intentaba ganar tiempo para pensar en cómo salir de esa situación.

—El corazón, entonces—dijo y tomó impulso.

En automático cerré los ojos. Vilten, estaba por apuñalarme cuando Ossian finalmente apareció, seguido de varios soldados de ambos reinos, y del rey Máximo.

—¡Alto!—gritó Ossian corriendo hacia dónde estábamos—. Es a mí al que necesitas, así que ni siquiera pienses hacerle daño —dijo y se puso frente a mí.

—¡Myrcella!—gritó el monarca, mirando a su hija con miedo.

Estaba a punto de enviar a sus guardias por ella, cuando el tipo del tatuaje levantó sus manos y los esqueletos que resguardaban a la chica, la arrimaron a la orilla del lugar, a forma de amenaza.

El rey les hizo una seña a los soldados para que se detuvieran, y estos pararon de repente.

—Veo que entiende que, si intenta algo estúpido, su hija se muere —soltó Vilten con seriedad.

—¿Qué haces?—cuestioné preocupado, intentando apartar a Ossian, pues, aunque me alegraba verlo, lo último que quería era que él resultara herido.

—Tranquilo—respondió el príncipe—. Él no me hará daño. Os me necesita con vida —dijo con seguridad, aun protegiéndome.

—Tiene razón —habló el tipo del tatuaje, regresando su atención hacia nosotros, mientras bajaba su cuchillo—. Por ahora te necesita como rehén. Os ha comenzado a impacientarse. Lanzó el hechizo contra ti, esperando que eso fuera suficiente para que tus padres cedieran Lypantopia, pero después de tantos años, que su hijo sea un fenómeno no ha sido razón suficiente para que lo hagan. Quizás lo tomen más en serio si te aparta de ellos.

—¿De verdad crees que será tan fácil secuestrarme?—cuestionó Ossian—Estás rodeado, y solo.

—¿Solo?—cuestionó apretando el mango de su arma—. ¿Quién dijo que estoy solo?

Al instante, un montón de esqueletos comenzaron a llegar desde la entrada trasera que daba a la calle principal del palacio. Corrían con rapidez y rodeaban todo el lugar. Debían ser casi 100 esqueletos, pues cubrían la mayor parte del patio. Todos iban armados, y solo esperaban órdenes para atacar a todos en el lugar.




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