El ladrón y el príncipe sapo.

CAPÍTULO VEINTITRÉS. EL LUGAR AL QUE PERTENEZCO.

CASTEL.

—¡Hombre de los huesos! —gritó el rey Máximo, quien ya se encontraba con su hija, y eran resguardados por un grupo de soldados—. ¿Cómo te atreves a presentarte aquí?—habló con enojo y lo señaló—. ¡Arréstenlo! —ordenó y un extenso grupo de guardias comenzó a caminar hacia Os.

—Pero, qué forma de dar una bienvenida—dijo Os, con tranquilidad. Incluso su tono de voz me pareció escalofriante—. Creí que después de dejar a mi general en tan malas condiciones me recibirían con más amabilidad —añadió, comenzando a descender de la montaña de huesos.

—Tu general ahora está en prisión y muy pronto tú lo acompañarás —respondió el rey, mirándolo con desprecio.

El hombre de los huesos soltó una risa de incredulidad, mientras finalmente sus pies tocaban el suelo.

A una corta distancia los caballeros lo rodeaban, mientras desenfundaban sus espadas, pero a Os, aquello no pareció preocuparle.

—Supongo que en realidad Vilten era mediocre —dijo refiriéndose al tipo del tatuaje—. No necesito gente como él a mi lado, así que pueden conservarlo —Os, sonrió con burla.

—¡Deténganlo ya!—volvió a ordenar el rey Máximo.

Ossian observaba todo con atención. Apenas y se movía, probablemente la presencia de aquel tipo lo intimidaban, y era entendible. Le había impedido tener una vida normal.

Los soldados de Bedland estaban por seguir la orden de su rey, cuando el hombre de los huesos movió una de sus manos, y un polvo verduzco se desprendió de ellas, impregnando el rostro de los guardias de Bedland, quienes tosieron un par de veces, pues parecían estar sofocándose, y después cayeron inconscientes al suelo.

Tomé a Ossian de una de sus manos. Algo me decía que teníamos que salir de ahí cuanto antes.

Otro grupo de soldados intentó acercarse. Sin embargo, apenas fueron capaces de dar unos cuantos pasos, pues del suelo brotaron brazos y manos de esqueleto que les impidieron seguir caminando. Los guardias intentaban quitárselos con sus espadas o pateándolos, pero nuevos huesos seguían saliendo a la superficie y los mantenían inmóviles.

—Tenemos que irnos—le dije a Ossian con preocupación.

Estaba seguro de que nadie ahí podría evitar que Os se llevara al príncipe.

Miré a los lados, Vladimir, Dina, mis demás amigos e incluso el rey Máximo y su hija, se encontraban en una situación similar a la de los soldados. Eran incapaces de librarse de las artimañas del hombre de los huesos.

Comencé a correr con el fin de llegar hasta el exterior del palacio, pero sin saber cómo, Os fue lo suficientemente rápido como para rebasarnos e interponerse en nuestro camino. Intenté guiar a Ossian hacia otro acceso, pero el hombre de los huesos volvió a interceptarnos. Solo entonces, me di cuenta de que era como si pudiera desplazarse a través de la tierra. Cada vez que nos movíamos, aparecía justo enfrente de nosotros, dejando a su paso restos de esqueletos. Huesos humanos que iban brotando conforme él se movía.

—Deja de intentar huir, príncipe Ossian—habló Os, una vez que volvió a impedirnos el paso. —Entiendo que sea algo extraño tener que encontrarnos después de 16 años, pero no te asustes, aún no quiero matarte —dijo el hombre mientras sonreía de forma siniestra.

Esa parecía ser la primera vez que Ossian se cruzaba con el hombre de los huesos después de que él lo hechizara. Con razón se veía tan asustado.

—¡No te atrevas a tocarlo!—gritó una voz.

Finalmente, el rey Octavio había llegado, junto a otro gran grupo de soldados.—Vas a pagar por todo lo que has hecho, Os—amenazó el rey de Lypantopia.

Ni él, ni sus soldados que estaban junto a uno de los grandes muros, fueron capaces de avanzar, pues de la pared brotaron más esqueletos, que pronto los aprisionaron.

—Si vienes a cederme tu reino, estoy más que dispuesto a escucharte —dijo Os, sonriendo con malicia, mientras observaba al padre de Ossian ser retenido por sus esqueletos.

—Nunca podrás tenerlo—respondió el rey Octavio con enojo, mientras se esforzaba por liberarse.

—Así que prefieres sacrificar a tu hijo—dijo Os con maldad. —Qué gran rey, pero un terrible padre.

—Tampoco voy a permitir que te lleves a mi hijo. Así yo tenga que morir, no dejaré que vuelvas a hacerle daño —exclamó el rey, y finalmente logró liberar uno de sus brazos.

—Eres patético —respondió Os. —Demasiado patético, como para lograr comprender que ninguno aquí, puede detenerme. Tu hijo ya es mío. Lo ha sido desde que se colocó ese anillo —dijo señalando la mano del príncipe.

—Oye—solté llamando su atención—. ¿No te parece algo cruel decir eso frente a su prometida?—cuestioné con burla—. Hasta yo me siento algo celoso al escucharte decirlo...

—Ridículo—me interrumpió—. Tan aterrado como siempre. Intentando hacer chistes malos, para que nadie pueda notar que por dentro estás muriendo de miedo —dijo Os, observándome con desprecio.

—Es verdad —respondí sin dejar de sonreír con diversión—. Tengo miedo y, desde luego, soy ridículo, pero también estoy algo celoso —admití—. Y además quería distraerte.

El hombre de los huesos no fue capaz de reaccionar a tiempo. El rey Octavio terminó por acercarse a él desde la parte trasera, para después enterrar una de las espadas directamente en su pecho. No obstante, Os apenas y pareció adolorido o asombrado. Más bien, su expresión fue de ira. Observó el arma que lo atravesaba y después levantó su bastón hacia donde el padre de Ossian se encontraba. De inmediato, el rey salió disparado con fuerza, quedando aturdido en el suelo.

Os caminó hacia mí y de nuevo alzó el objeto de madera negra. Esta vez fui yo quien sintió una energía descomunal, golpearme de lleno, hasta sacarme el aire, y fui lanzado un par de metros lejos de Ossian.

—Comienzan a hartarme —dijo el hombre de los huesos, mientras se retorcía de forma extraña para lograr extraer la espada que estaba en su pecho. La jaló con fuerza y esta salió impregnada de sangre. Aun así, el sujeto no parecía estar afectado.—Debí matarlos a todos ustedes desde el inicio, pero quería que vieran que incluso yo puedo ser bondadoso. Ahora la bondad se ha acabado. Voy a llevarme al príncipe e iré enviando pedazo por pedazo de su cuerpo, hasta que decidan cederme, Lypantopia—amenazó, mientras caminaba hacia Ossian.




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