El ladrón y el príncipe sapo.

CAPÍTULO VEINTICUATRO. ES AMOR VERDADERO.

OSSIAN.

—Castel —dije sin poder dejar de temblar, sintiendo cómo las lágrimas escurrían por mis mejillas.

Repetía su nombre una y otra vez, esperando que en algún momento respondiera, pero sabía que eso era imposible. Castel había muerto, y todo era culpa mía.

Una vez más se había arriesgado para salvarme la vida. El conocerme lo había llevado a adentrarse en el peligroso mundo de la magia, a enfrentarse a Os, y por eso en ese momento yacía inmóvil entre mis brazos.

Todo había perdido sentido de repente. Algo en mi interior se había quebrado de forma abrupta, y me dolía intensamente. Tanto que, por un instante, pensé que quizás también yo estaba herido.

La cabeza me punzaba, y los ojos me ardían debido al llanto. Tenía miedo de separarme de Castel, porque podía sentir cómo de pronto su cuerpo se había tornado frío, y si desviaba la vista, y veía sus ojos sin vida; simplemente no podría soportarlo.

No iba a aceptarlo. No habría forma de que pudiera aceptar que Castel se fuera para siempre de mi lado. Prefería permanecer inmóvil junto a él y dejar que el paso del tiempo se hiciera cargo de mí, hasta convertirme en polvo, y que el viento me desvaneciera.

—Ossian —escuché la voz preocupada de mi madre acercándose, pero permanecí con los ojos cerrados, abrazando el cuerpo de Castel. —¿Estás herido?—preguntó, pero no tenía fuerzas para responder. Ni siquiera me sentía capaz de pensar en cómo articular palabra.

Todo se había esfumado de repente de mi mente. Excepto el rostro y la voz de Castel. Y no quería que nadie me robara esos pensamientos. No quería que él se fuera también de mi mente.

—Llamen a un médico—. Esta vez fue la voz de mi padre, y pronto un montón de pisadas se escucharon alrededor. Seguramente de los soldados que pretendían acatar sus órdenes.

—Ossian—volvió a decir mi madre, quien al parecer se había hincado a mi lado, pues podía percibirla mucho más cerca. — Tienes que soltarlo —pidió con voz temblorosa.

—No, no quiero, no voy a poder hacerlo—respondí entre el llanto. Era verdad, no habría manera de que pudiera apartarme de su lado. Sabía que de hacerlo me desgarraría por dentro. Si lo soltaba, ya no tendría otra oportunidad de poder estar junto a él, de volver a abrazarlo o tocarlo. —Te amo —volví a repetir, pero era consciente de que Castel ya no me escuchaba. Ni siquiera estaba seguro de que lo había hecho la primera vez.

Finalmente, abrí los ojos, y apenas fui capaz de soportar ver su rostro un segundo. Estaba pálido, y lleno de sangre oscura, debido a que había sido atacado con el arma de Os.

Me sentía tan culpable, tan mala persona, que internamente suplicaba porque hubiese sido yo el que muriera. Porque él regresara y pudiera vivir como lo merecía. Que pudiera estar junto a sus amigos, seguir sus sueños y no tener que pasar más miedo por culpa de otros.

Si que Castel estuviera vivo implicara que nunca me conociera, hubiese preferido pasar el resto de mi vida sin conocer el amor verdadero, porque eso era él.

Me armé de valor nuevamente y con delicadeza cerré sus ojos, acaricié su rostro un instante y después con lentitud me incliné hacia él, para depositar un corto beso sobre sus labios.

—Tú eres mi amor verdadero, Castel—susurré cerca de su rostro.

Apenas pasó un segundo cuando sentí una extraña fuerza envolverme, mucho más potente que cuando solía transformarme. La usual nube amarilla con intensos destellos se esparció a mi alrededor y el viento sopló con fuerza, levantando el polvo y las pequeñas basuras del piso. Una cálida sensación comenzó a invadir mi cuerpo. Me recorrió por completo, y el anillo en mi dedo meñique se trozó repentinamente, hasta terminar por partirse en dos y caer al suelo, dejando una diminuta mancha roja en el asfalto.

Miré con asombro mi mano, pues aún era humana, no tenía el típico color verde de cuando me transformaba en un sapo.

Toqué mi rostro, incrédulo ante lo que pasaba.

El hechizo finalmente se había esfumado.

Volvía a ser un humano completamente.

Aun así, la satisfacción que siempre había creído que sentiría cuando pudiera deshacerme del anillo no era ni de cerca lo que sentía en ese momento.

Daba igual, si ya no sería un sapo, Castel ya no estaba, y sin él todo lo demás era insípido.

—El hechizo se rompió— susurró mi madre con incredulidad, y por primera vez desvié la mirada hacia ella.

Lágrimas escurrían por su rostro y su expresión era una mezcla de felicidad, pero también de preocupación. Como si no pudiera decidir cómo debía sentirse realmente ante la situación.

—Funcionó— volvió a hablar, mirándome a los ojos—. Un beso de amor verdadero.

Asentí, aun sin dejar de abrazar a Cas.

El médico al que mi padre había mandado llamar finalmente se acercó a nosotros, junto a un grupo de soldados.

—Tienen que llevárselo —dijo mi padre con calma, mirando a Castel. Negué con rapidez y me aferré de nuevo a él.—Ossian, tienes que levantarte— pidió de nuevo, mientras tomaba uno de mis brazos.

Un par de soldados comenzaron a mover a Cas, hacia una especie de camilla que estaba en el suelo.

El médico apenas y lo revisó, pues era demasiado claro que Castel estaba muerto.

Mi padre me forzó a levantarme. Intentaba no ser brusco, pero le era difícil debido a la oposición que yo ponía.

No quería que se lo llevaran, ni que nadie más mancillara sus restos.

Miré alrededor y por fin pude reparar en la presencia de Dina y el resto de los chicos. Todos tenían expresiones de dolor y tristeza, y al igual que yo, ninguno era capaz de hacer nada para remediar la situación.

No iba a soportarlo. No iba a poder seguir sin él. No cuando sentía un enorme agujero en el pecho, y que todo mi cuerpo perdía fuerzas. No cuando él era lo que necesitaba, lo que respiraba y en lo único que pensaba.

Ya no habría nada que me sostuviera, nada que valiera la pena si Castel no estaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.