El día en el trabajo resultó extremadamente estresante. Había habido un ataque cibernético de madrugada y al conectarse a las 8 de la mañana en su puesto, Julián descubrió que tenía cientos de tarjetas y operaciones bancarias por analizar.
-Mierda- maldijo por lo bajo, mientras abría la base de datos y comenzaba a organizar el nivel de alerta y los bloqueos de seguridad.
El tecleo incesante y la música de la radio sonaban de fondo en la oficina.
En la pausa de cinco minutos, Julián fue a la máquina de café y se encontró con Almudena y John que estaban en la sala de descanso compartiendo una mesa.
Julián se sentó a su lado y sopló un poco el café negro calentándose las manos con el vaso.
-Hay un montón de faena, ¿verdad? Lo peor es que nunca se acaba. Es una alerta, tras otra… Y lo que hacemos nosotros es ir siempre por detrás del trabajo.
John se levantó y miró el reloj.
-Sí, todos los días es la misma rutina… Oye, este viernes después de trabajar acordaos de lo del Gold Lion. La hora feliz empieza a las seis y es cuando más fresca sale la cerveza.
Julián sorbió su café. Tenía pensado ir al pub para estar con sus compañeros fuera del trabajo. Pero en realidad odiaba esas sesiones de dardos, birras y cotilleos. Ni siquiera le gustaba el sabor de la cerveza.
En una ocasión propuso un cambio de plan, pero al final acabaron presentándose únicamente Sara y un par más de la oficina a los que apenas conocía.
Así que estaría un rato y se volvería pronto a casa.
John y Almudena salieron de la sala juntos y Julián se acercó a la máquina y se sacó otro café solo.
Volvió a su mesa y colocó el vasito humeante en la esquina para que no se volcara sobre el teclado.
Abrió las dos bases de datos y continuó haciendo bloqueos y contestando a los emails que iban entrando constantemente de los diferentes servicios centrales.
En la pausa del almuerzo, sacó unas chocolatinas de la máquina y se sentó en la misma mesa de siempre.
Coincidía en el descanso con varios compañeros que hablaban animadamente sobre una serie de televisión y el último partido de fútbol.
La chocolatina se había ido derritiendo y sin pensar, se llevó los dedos a la boca y los chupó.
-¡Tío no hagas eso! Coge un pañuelo o lávate las manos en el fregadero.
Julián se disculpó y cogiendo la chocolatina y el tercer café de la mañana se fue de nuevo a su mesa.
Aún le sobraba tiempo, pero se sentó en su silla y girándose miró por los grandes ventanales. Podía ver los grandes rascacielos de la zona de oficinas.
En uno de los últimos emails se mencionaba la conferencia en Portugal. Era en Lisboa y se reunían varios especialistas en seguridad informática y prevención de riesgos. Incluyendo a Sara y otros jefes de la empresa.
Se esperaba que a finales de semana ya tuvieran todos un informe previo con las últimas novedades y los cambios que se implementarían en los meses siguientes.
Julián se llevó otro trozo de chocolate a la boca y lo paladeó lentamente.
Pobre Grak, no sabía lo que se perdía. Pensó en comprar todo tipo de cítricos para el lagarto. En el fondo, le daba pena saber que toda su vida se redujera a estar metido en una diminuta caja de cristal. Por muy porosa que fuera, por mucha luz que dejara pasar, Grak estaba condenado a no poder salir de ella. No tenía puerta, ni barrotes, ni ninguna rendija.
La alarma del móvil sonó y Julián inició la sesión y retomó el trabajo.
Cuando acabó la jornada laboral se sentó en el coche y fue hasta un centro comercial cercano a su trabajo.
Hizo la compra de la semana y al pasar por una tienda de animales decidió entrar y buscó la sección de reptiles.
Allí, una iguana se agarraba con fuerza a un tronco. Estática y brillante movía los ojos mientras su cuerpo se mantenía en un reposo absoluto. El terrario era muy diferente al de Grak. De cristal, pero con unas pocas piedras y plantas. La iguana no tenía dónde esconderse, totalmente expuesta en la vitrina de cristal.
Al menos Grak no parece un maniquí… aunque quizás no importe si le miran o no… ¿qué concepto de intimidad puede tener un animal?
Julián salió de la tienda y se fue directo a casa.
Se puso su pijama violeta y al apetecerle algo dulce se puso un vaso con licor de café, un poco de leche y cacao puro.
Tras un par de sorbos, fue hasta la estantería del comedor y cogió un vinilo de jazz . La música empezó a sonar y tarareando la canción cogió la libreta de tapas grises.
Buscó la información sobre los zumos de cítricos y se dirigió a la cocina.
Dejó el vaso encima del mármol y cogió la tabla de madera y el cuchillo. Silbando la canción que sonaba, sacó un par de limas y una naranja de la nevera.
Empezó a cortar las mitades cuando le pareció escuchar un silbido que se acoplaba a la música.
Extrañado giró la cabeza y un dolor agudo le hizo soltar el cuchillo, volcando el vaso de cristal y derramando el licor que quedaba.
-¡Mierda!- gritó chupándose el dedo y poniéndolo a continuación debajo del grifo de agua fría.
El corte no era profundo, pero parecía que un corazón en miniatura se había instalado en su dedo.
Maldiciendo en voz alta, recogió el vaso y pasó la bayeta. La lanzó con fuerza contra la pica, salpicando un poco la cocina. Aún molesto por su torpeza, cogió las frutas y las exprimió en un vaso.
Al llegar al comedor, se acercó al terrario y volcó el contenido del vaso lentamente. Con la mano comenzó a esparcirlo bien por el cristal, tanto arriba como en los laterales. Procurando, tal y como decían las instrucciones, que quedara toda la superficie cubierta por el líquido.
La música seguía sonando y Julián observó con atención el interior del cristal.
Un silbido sinuoso y rítmico salía de la propia selva.
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Editado: 24.01.2021