Su padre amaba la pesca y antes que él su abuelo. Era inevitable que Fidel terminase por amarla también. Esta es su historia, tan increíble como veraz y yo, humilde narrador doy fe a tal excepcional hecho. Los acontecimientos que pasaré a contar carecen de conexión con este mundo pragmático mas no por ello pierden un ápice de verdad. Ahora bien dependerá de cada uno de ustedes creérselo o no.
La casona familiar sigue estando enclavada en un paraje de ensueño. Árboles frondosos, fauna espectacular, cielo siempre azul y sobre todo el gran lago. Su extensión y caudal son considerables a pesar de las sequías que han asolado la región en los últimos años. No menos destacable lo profundo del mismo; de hecho dicen que a partir de los diez metros de inmersión la visibilidad mengua exponencialmente. Sin duda aquello es territorio de peces y no de personas.
Cuando joven Fidel gustaba de bajar a pulmón. Se sentía liberado flotando ingrávido, salvado del mundanal ajetreo de la superficie. No existía nada comparable, desde luego que no. Cada chapuzón redundaba en volver a la pila bautismal, sintiéndose más vivo, más vital y más renovado que nunca.
Había enviudado recientemente. Inquietante tragedia porque Amelie, su esposa, habíase suicidado en el lago. Problemas mentales según los expertos y factores alejados de la mano de Dios según los lugareños. No obstante tan aciago infortunio no se había detenido ahí. La única hija del matrimonio, Carol, también falleciera. Velocidad, conjura de elementos, niebla al despuntar el alba, frenazos desesperados y fin a una vida al ralentí.
Quizás tales avatares forjaran el hombre que fue. Hombre amargado y apagado sin más alicientes que la pesca. Haber tenido una niña en lugar de un varón no ayudó lo más mínimo. ¿A quién enseñaría el noble arte de la pesca? No era igual cargar en la barca a un hombrecito hecho y derecho que a una mujercita preocupada más en no manchar el vestido o los zapatos. Lo tenía asumido, la larga tradición familiar quedaba abocada al cajón de los trastos inútiles. Esto alcanzaba tintes dramáticos, verdaderamente dramáticos. Pescar no sólo era pescar sino una forma de concebir la vida. Para completar el círculo de despropósitos habíase quedado sin herederos… ¿a quién dejaría el fruto de una vida de sacrificios?
La morada familiar había conocido tiempos mejores, indudablemente, empero aún así conserva en la actualidad innegable atractivo. Ello a pesar del abandono prolongado por culpa de las leyendas oscuras ceñidas sobre ella. Fuera levantada por su bisabuelo durante la primavera, verano y parte del otoño de hacía muchos lustros. El negocio familiar el aserradero, ubicado en el Alto del Cóndor. Allí el trajín de personas y material eran incesantes durante la temporada estival. Abandonado en la actualidad.
Con los años y sobre todo duro trabajo el negocio fue prosperando. Ello le permitió a su abuelo expandir el capital, comprando tierras por la zona y ampliar la vivienda. Con su buen hacer la familia terminó forjándose una reputación en la comunidad. La mentada casona cuenta con varias hectáreas de bosque, un viejo taller, recinto para animales y, a pie del lago, los restos del embarcadero. En otros tiempos allí mismo amarraban la barca. Recuerdos indisolubles, fines de semana pescando con su padre sin más conversación que el trinar de los pájaros…
Corría una mañana de domingo y allí estaba Fidel, con cara de pocos amigos y su único amigo, Toby, un pastor alemán de ocho años que parecía ser el único capaz de aceptarlo. Ambos se hallaban en el bote, pescando como tantas veces. Mientras Fidel tiraba la caña Toby perdía los sentidos ladrando a cuanto pájaro cruzaba de orilla a orilla. Le gustaba internarse en aquellas aguas mansas, conocía el majestuoso lago como la palma de su mano y por ello sabía donde ponerse para trincar los mejores ejemplares.
Mientras esperaba, pacientemente, sufría eventuales episodios de nostalgia. Iban y venían como el suave balanceo del bote. Daría un riñón y parte del otro por estar allí con un hijo varón; vástago pasmado ante la sapiencia paternal. Lo imaginaba sin problemas. Le enseñaría hasta el más pequeño truco e incluso ¿por qué no? contaría, jocosamente, mentirijillas en torno al tamaño del pez capturado.
Para aquel hombre afligido por el destino todo lo que tenía se lo había ganado a pulso. Era como su abuelo y bisabuelo; hombres hechos a sí mismos. Por esa regla tenía derecho, de vez en cuando, a poner a parir a Dios. Hombre contra bestia, aunque la bestia fuese un inofensivo pescado…
Fidel acariciaba la caña, cada milímetro parecía contar una historia y con toda seguridad así era. No era la más profesional pero sí de sus cuatro favoritas. Toby, en proa, continuaba su particular lucha contra las aves, ladrando a las bandadas. Tanto pasaban a ras del agua como por encima de las copas de los árboles.
Llevaban lo menos una hora allí y al menos dos veces moviera el bote de lugar. No prometía gran cosa la mañana; sin embargo, quedaba domingo por delante y Fidel no tenía nada mejor que hacer… Toby aún menos.
Sobre las mansas aguas otras barcas hacían lo propio, con más o menos fortuna, desatando el malhumor de Fidel. Aquellos patanes no tenían ni idea de pesca, estaban allí por estar; echando plásticos al lago y asustando a los peces con aquellas radios a todo volumen.
Así avanzó la mañana. De a pocos las barcazas se iban retirando ya que se acercaba la hora de comer. Una tras otra enfilaron sus proas hacia el embarcadero público, ubicado en la otra punta del lago. No era el fin de la jornada sino un alto en el camino. Fidel se dispuso a hacer lo propio cuando la caña se agitó y el sedal se tensó. Algo había picado…
Sabía mantener la calma pues eran muchos años luchando a brazo partido contra la naturaleza. Hombre contra bestia. Tanto en el bosque cortando árboles como allí mismo en el lago, partiéndose el alma por sacar el pez más grande. Agarró con energía la caña de acción rápida, manteniendo cierta tensión en la línea.
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Editado: 29.01.2024