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"Tus ojos solo reflejan la hambruna que provocaras con ellos"
Valkuris, el Imperio del fuego. Ubicado al sur del continente, una tierra abrasadora de los volcanes, y llanuras calcinadas. Su paisaje, dominado por montañas de roca negra, desiertos de ceniza, y unos ríos de lava.
Sus habitantes, considerados como "los furiosos", debido a que siempre tenían unos ataques de ira. Algo que siempre resultaba perjudicante al contacto con los demás.
En el lado de la crianza, esto no resulta bien al desquitar toda tu rabia sobre tus hijos.
—Ya te dije que no me ¡molestes! —exclamo el hombre irritado, observando a la niña a su lado—. Eres... tan desagradable.
—¡No, no lo soy! —respondió ella con un ceño fruncido—. Siempre estas enojado.
—Solo deja de joder, Nuri.
El hombre le dio la espalda, observando el horizonte. Nuri, la pequeña solo le observo con unos ojos tristes, haciendo un puchero en sus labios.
—Pero, yo solo quería jugar contigo —murmuro apretando sus puños.
Sentía como sus ojos le empezaban a picar, y que su labio inferior empezaba a temblar.
—No quiero escuchar tu llanto, es tan patético —espeto con desagrado.
—¡No es justo!, ¡tú nunca quieres escucharme! —las lágrimas empezaban a acumularse en sus ojos, y sus puños se volvían blancos por la fuerza ejercida en ellos—. ¡Nunca me demuestras cariño!
—¡Silencio! —grito él, volteándose a verla con odio en sus ojos, asustando a la menor—. ¡Eres insoportable, que con solo ver a tus ojos puedo ver la hambruna que causaras!
La jovencita parpadeo un par de veces, sorprendida. Sintiendo como se formaba un nudo en su garganta.
—¡El brillo de tus ojos, es tan odioso, que no soporto verlo!, Solo puedo ver la maldición que eres.
—¿Una maldición? —pregunto ella en un murmullo, sintiendo como sus uñas apretaban su carne.
—Eso es lo que eres. Tus ojos ni siquiera debieron haber visto el brillo del sol —Aseguro, mientras que se acercaba a ella y apretaba su garganta—. No se porque me emocione tanto, por un error en carne viva.
Ella, no podía hablar, sentía como si su lengua hubiera sido arrancada, y no pudiera pronunciar ningún sonido. Cada palabra del hombre empezaba a repetirse en sus oídos, una y otra vez, como un mantra.
Ni siquiera percibió cuando el la soltó, y la llevo arrastrando hacia las mazmorras. Encerrándola en una de las celdas. No podía ver más que pura oscuridad, ya que el hombre que ella llamaba "padre", le prohibió la vista.
Colocándole un vendaje sobre sus ojos.
—De ahora en adelante, este será tú lugar. Me niego a aceptar a que mis subordinados se vean afectados por alguien como tú —espeto con rencor—. Cuando necesite tu presencia en el palacio, saldrás. Si no es de ese modo, no.
Espero algún tipo o gesto de respuesta, más no recibió ninguno. Soltó un suspiro, y cerro la celda con un candado.
Dio una pequeña mirada, y se retiró. Dejando a la niña sola.
La celda era fría, su cuerpo temblaba con cada rociada de aire sobre ella. Sus pies se sentían helados, y no podía ver nada. Básicamente solo estaba con los ojos cerrados, no tenía sentido mantenerlos abiertos con una venda sobre ellos.
—Frío... —murmuro, abrazándose a sí misma.
Trataba de brindarse calor corporal, lo cual resultaba absurdo teniendo en cuenta que estaba completamente fría.
El frío interrumpía sus pensamientos, incluso había olvidado que su padre, la termino encerrando en ese horrible lugar.
—Oye, niña.
Escuchó como alguien la llamaba, pero no tenia a nadie a su lado, por lo que era alguien de la celda contraria.
—¿Sí? —pregunto en un susurro.
—¿Eres la princesa Nuri? —le pregunto la voz, notando que pertenecía a la de una mujer.
—No sabría decir si soy la princesa, pero si me llamo Nuri...
—Comprendo.
La celda volvió a quedar en silencio, siendo interrumpido en algunos momentos por parte del sonido de los ratones.
—¿De qué color con sus tus ojos? —pregunto la mujer de repente—. Por algo los cubrieron...
—Amarillos...
—Oh, mi color favorito.
—¿No es feo entonces?
—No, me recuerda al brillo del sol —sonrió y observo a la joven desde su celda—. No se ven bien vendados.
La pequeña solo asintió, y se abrazo a sus rodillas, soltando un suspiro agotado.
—Supongo...
El lugar volvió a mantenerse en silencio, la mujer volvió a su rincón, y la niña trato de encontrar su cama, lo cual logro después de variados intentos de caer al suelo.
Los pensamientos parecían una tormenta, no quería procesar que su padre, el hombre que más amaba en este mundo, la había encerrado como si fuera una de las criminales más crueles, y sin piedad en ese calabozo.
Eso hacia que su pecho se apretara, y que el nudo en su garganta creciera. Sintiendo como poco a poco, sus ojos se llenaban de lágrimas, empapando la venda y sus mejillas.
—¿Qué te hice... papá? —murmuro con la voz quebrada, apretando sus puños con fuerza.
Solamente podía escuchar sus susurros, y los ronquidos de los demás prisioneros en el lugar.
Sintiéndose sola, y abandonada.
Editado: 29.03.2025