Lysandra llevó a Kael hasta una azotea cercana, lejos de la grieta. El cielo estaba dividido en dos lunas grandes que bañaban la ciudad con un resplandor frío.
Kael se apoyó contra el muro.
—Tu mundo… —comenzó ella.
—No es tan distinto del tuyo —respondió él con voz baja—. Pero está agonizando. Las grietas lo están consumiendo desde dentro y… yo soy parte del daño. Soy una pieza rota.
Lysandra frunció el ceño.
—No suena a un problema que tengas ganas de resolver.
Él la miró con un matiz que ella no supo interpretar.
—No es que no quiera. Es que… estoy perdiendo.
Lysandra se cruzó de brazos.
—Y qué tiene que ver esto conmigo.
Kael levantó su mano, y por un instante el aire a su alrededor vibró con un eco del Pulso. Un halo plateado recorrió la piel de su brazo y subió hasta su clavícula, revelando líneas tatuadas que brillaban como circuitos vivos.
—Cuando me acerqué a tu mundo… mi Pulso resonó con el tuyo. No sabes lo raro que es eso. No debería haber pasado.