El clan de Kael se encontraba en el Valle Luminar, una zona donde la energía del Pulso fluía con más fuerza que en el resto del mundo. Pero cuando llegaron, Lysandra se detuvo en seco.
—Kael… no hay nadie.
Lo que debió ser una aldea vibrante estaba destruido. Casas derrumbadas, templos fracturados y un silencio sepulcral. Solo quedaban las estelas de piedra donde el clan registraba los pulsos de cada linaje.
Kael cayó de rodillas frente a una de ellas.
Pasó los dedos por los nombres tallados.
—Se fueron —dijo con voz rota—. O… fueron consumidos por la fractura.
Lysandra se acercó. Lo abrazó por detrás, apoyando la frente en su espalda.
—Lo siento.
Él apretó sus manos.
—Mi clan era uno de los últimos Portadores del Pulso. Manteníamos estables las conexiones entre mundos. Pero… sin ellos…
Lysandra lo obligó suavemente a girar hacia ella.
—Nos tienes a nosotros. Tú y yo. Dos pulsos unidos. No vamos a rendirnos.
Kael apoyó su frente en la de ella.
—Eres más fuerte de lo que crees.
Los cristales del valle empezaron a vibrar con intensidad.
Lysandra retrocedió un paso.
—¿Qué es eso?
Kael se puso tenso.
—Una prueba. Una… invocación.
El Valle nos está respondiendo.
La tierra tembló.
Y una figura envuelta en luz surgió del suelo.
—Un Guardián del Pulso —susurró Kael—. No se manifestaban desde hace siglos.
La criatura avanzó hacia Lysandra —no hacia Kael— como si reconociera algo en ella.
Y habló con una voz múltiple:
—Ella es la portadora del Vínculo. La llave de la restauración… o la destrucción.
Kael se puso delante de ella.
—No la toques.
El Guardián no se movió.
—La prueba comienza.