El vínculo era más fuerte desde la prueba.
Tan fuerte que Lysandra sentía a Kael incluso cuando él no hablaba.
Sentía su dolor. Su cansancio. Su miedo. Y, en momentos, su… deseo.
Kael también parecía notarlo. Cada vez que ella lo miraba más de dos segundos, él apartaba la mirada para no perder el control.
Aquella noche, se refugiaron en una vieja torre del clan. El viento soplaba frío. Kael encendió un fuego azul usando su Pulso.
Lysandra se sentó cerca de él.
El silencio era cómodo, cálido.
—Kael —susurró ella—. ¿Qué pasa si perdemos? Si no cerramos las grietas.
Él respiró hondo, sin mirarla.
—Mi mundo morirá primero. Luego el tuyo. Y nosotros… bueno.
Ella tocó su mano.
—No vamos a morir.
Él alzó la vista. Sus ojos plateados estaban llenos de emoción contenida.
—No tienes idea de cuánto me sostienes, Lysandra.
Ella se sonrojó.
—¿Por qué sigues actuando como si estuvieras solo? Estoy aquí. Me quedo.
Kael tragó saliva.
—Es que si me permito sentir… no voy a querer detenerme.
El Pulso entre ellos vibró, caliente, insistente.
Lysandra se acercó más.
—Entonces no te detengas.
Los labios de Kael rozaron los de ella.
Apenas un suspiro.
Apenas un roce eléctrico.
Pero suficiente para hacer temblar ambos mundos.
Él se separó respirando rápido.
—Aún no —murmuró—. Si te… si nos… si esto crece más… puedo perder el control del Pulso y matarnos a ambos.
Ella cerró los ojos, frustrada, pero entendiendo.
—Entonces encontraremos una manera. Para que puedas sentir sin romperte.
Kael apoyó su frente en la de ella.
—Eres mi imposibilidad favorita.