Entraron en el templo central de Sahrad.
Allí, una esfera gigantesca suspendida en el aire mostraba imágenes distorsionadas: recuerdos atrapados.
Lysandra tocó sin querer la superficie.
La esfera reaccionó.
Y una imagen surgió: Kael, niño, riendo mientras su madre lo guía para sentir el Pulso por primera vez.
Kael se tensó.
—Lysandra… no mires eso.
Ella retrocedió.
—¿Por qué no me lo dijiste? Fuiste feliz aquí.
Kael apretó los puños.
—También fui… destruido aquí.
La esfera mostró otra imagen: Kael adulto, luchando desesperadamente contra una grieta que engulló a su familia.
Lysandra se cubrió la boca.
—Kael…
Él respiraba con dificultad.
—No pude salvarlos. No pude mantener este mundo. No merezco tu vínculo.
Lysandra lo abrazó con toda su fuerza.
—No digas eso. No estás solo. No más. Te lo juro.
Él la rodeó con los brazos, como si temiera desvanecerse si la soltaba.