Criaturas humanoides empezaron a trepar por las paredes del Foso.
Sus cuerpos estaban torcidos, como si hubieran muerto y renacido mal.
Sus ojos brillaban con un fuego púrpura antinatural.
Kael los reconoció de inmediato.
—Renacidos… almas amalgamadas por el Vacío. No tenían cuerpo antes. ¿Quién les dio forma física?
Lysandra dio un paso adelante.
—La pregunta es: ¿cómo los detenemos?
Kael cerró los ojos. Intentó invocar su Pulso, pero una punzada de dolor atravesó su pecho.
—Kael —Lysandra lo sostuvo—. No fuerces nada.
—No podemos pelear así… —susurró él—. Necesito más tiempo.
Lysandra avanzó.
—Entonces yo los detendré.
Kael la tomó del brazo.
—No. Son demasiados.
Lysandra sonrió.
—Confía.
Ella saltó hacia el borde del Foso.
Los Renacidos se lanzaron encima de ella.
La daga rúnica brilló con un resplandor dorado —algo nuevo—.
Lysandra sintió el Pulso de Kael fluyendo a través de ella, aunque él no estuviera usando magia.
Era el vínculo.
Ella podía usar parte del poder de él.
Cada golpe era preciso.
Cada movimiento, veloz.
Kael observó con asombro mezclado con miedo y admiración.
Lysandra destruyó al último Renacido y cayó de rodillas, agotada.
Kael corrió hacia ella.
—¡Lys! ¿Estás bien?
Ella respiró hondo.
—Necesito… agua.
Y un masaje.
Y una siesta.
Kael rió entre lágrimas.
—Te daré lo que quieras. Pero no vuelvas a lanzarte sola así.
Ella lo miró.
—No estaba sola. Te sentí conmigo.
Kael tembló.
Casi la besa.
Pero el temblor del Foso los interrumpió.
Una voz surgió desde lo profundo:
—Kael Luminar. Al fin te encuentro.
Lysandra sintió un escalofrío.
Kael se puso pálido.
—No… no puede ser…