La estructura antigua no soportó la batalla. Las columnas se rompieron, el techo se agrietó, y la luz dorada que había guiado el ritual se dispersó en mil fragmentos.
Kael corrió hacia Lysandra.
—¡Tenemos que salir de aquí!
Ella seguía atacando, cegada por la ira.
Arvhan, aunque herido, se regeneraba.
—Perfecto… sí… déjate consumir…
Vuélvete como yo…
Kael tomó a Lysanda del brazo.
—¡Lys! Mírame. ¡Mírame!
Ella finalmente giró la cabeza. Sus ojos brillaban con luz dorada… pero estaban llenos de lágrimas.
—Kael… mató a mi padre.
—Y lo detendremos. Pero no así.
No perdiéndote a ti.
El santuario se derrumbó.
Kael la abrazó por la cintura.
—Confía en mí.
Ella asintió.
Y se lanzaron juntos hacia la salida justo cuando el techo del santuario se desplomó detrás de ellos.
Arvhan desapareció entre los escombros… pero su presencia todavía se sentía.
No estaba muerto.
Solo herido.
Y más enfadado que nunca.