El entrenamiento fue brutal.
Luz.
Oscuridad.
Energías antiguas.
Fuerzas que podrían romper montañas.
Los Guardianes la empujaron a su límite.
—¡Otra vez! —gritaba el maestro.
Lysandra levantaba la daga, el pulso dorado vibrando alrededor.
Pero cada vez que Kael sufría, ella lo sentía.
Y eso la debilitaba.
El maestro la observó.
—Tu poder es enorme, pero inestable.
Si quieres enfrentar a Arvhan…
debes aprender a controlar tu corazón.
Lysandra apretó los dientes.
—Mi corazón… no es el problema.
El maestro suspiró.
—Lo es.
Porque está atado al suyo.
Lysandra bajó la mirada.
—No voy a cortar mi vínculo con Kael.
—Entonces morirás con él —respondió el maestro.
Ella levantó la cabeza.
—Entonces no tenemos nada más que hablar.