El cielo estaba teñido de un gris pesado, como si presintiera lo que se avecinaba. La nieve que cubría la aldea brillaba con un frío metálico, reflejando cada chispa de la Marca del Fénix en mi brazo. Cada paso que daba sentía que la tierra misma me recordaba que ya no pertenecía a este lugar. La aldea no era segura. Nunca lo había sido para alguien como yo.
Kael caminaba a mi lado, sus ojos azules recorriendo cada sombra, cada árbol, cada rincón donde el peligro podría esconderse. A su alrededor, un aura de hielo se extendía apenas unos centímetros, invisible para cualquier otra persona, pero suficiente para protegernos de los primeros rastros de magia residual que se filtraban en la nieve. Su silencio era pesado, cargado de pensamientos que no podía o no quería compartir, y aun así, sentir su presencia me daba fuerza.
—Arien… —su voz cortó el aire, grave y profunda—. Hay algo allí, más allá del bosque. Lo siento en la tierra, en el viento… algo que nos está buscando.
Asentí sin mirar atrás. Sabía que no mentía. La profecía no solo nos había señalado el destino; lo había anunciado. Y aunque no podía comprender todos sus matices, sentía el pulso de lo que estaba por venir en cada centímetro de mi piel, en cada latido de mi corazón.
—Debemos movernos rápido —dije, mi voz firme, aunque mi pulso latía con fuerza, mezclando miedo y excitación—. Si quieren detenernos, no podemos esperar.
El bosque se cerraba a nuestro alrededor, sus árboles altos y retorcidos formando corredores de sombras y luz que bailaban con el viento. La nieve crujía bajo nuestras botas, pero había algo más: un sonido apenas perceptible, como si alguien o algo estuviera siguiendo nuestro ritmo, sincronizando pasos invisibles con los nuestros.
—No estoy segura de lo que es —admití, con un hilo de voz—, pero lo siento… cerca.
Kael asintió, y por primera vez vi algo que rara vez mostraba: una chispa de temor. No miedo por sí mismo, sino por mí. Por lo que yo representaba. Por el fuego que ahora parecía consumirme lentamente desde dentro.
—No te preocupes —dijo finalmente—. Mientras estés conmigo, nadie podrá tocarte.
Su voz era un bálsamo y un recordatorio de que nuestro destino estaba entrelazado. Y aun así, una parte de mí temía que el precio de esta protección fuera demasiado alto. La maldición que él cargaba podía convertir nuestro amor en un sacrificio fatal. Pero la otra parte… la parte que era fuego, que era impulso y deseo y vida, se negó a retroceder.
—Lo sé —murmuré—. Pero no puedo quedarme. No ahora.
Nos movimos en silencio, siguiendo senderos apenas visibles entre los árboles. El bosque parecía vivo, respirando a nuestro alrededor, y cada crujido de ramas y cada sombra me hacía saltar. Sin embargo, Kael estaba allí, siempre un paso delante, protegiéndome con su hielo, con su fuerza, con algo que era más profundo que la simple magia.
De repente, un aullido quebró la quietud. No era un lobo común; algo en su tono, en la resonancia, me hizo erizar la piel. El fuego de mi Marca reaccionó de inmediato, expandiéndose a lo largo de mi brazo y hombro como si supiera que una amenaza real estaba cerca. Kael lo sintió también y levantó la mano, creando un muro helado frente a nosotros.
—Prepárate —dijo, y yo asentí, dejando que mi fuego respondiera al suyo, mezclándose de manera casi instintiva, formando una barrera cálida que contrastaba con su frío—. No sabrán qué nos golpeó.
Entonces apareció. Una criatura emergió de entre los árboles, alta y delgada, con extremidades que se retorcían de manera antinatural y ojos que brillaban con un fuego apagado, como brasas que aún respiraban. Su boca se abrió en un rugido que resonó en el bosque, y sentí un estremecimiento recorrerme de pies a cabeza. Esta no era una amenaza humana; era algo más antiguo, algo vinculado a la magia que despertaba dentro de mí.
—Fuego… —susurró Kael—, no lo subestimes. Esto no es normal.
El ser avanzó, moviéndose con rapidez, y en un instante, estuvimos rodeados por más de ellos. Mi corazón latía a mil por hora, y por un momento dudé si podríamos salir de esta. Pero entonces Kael me miró, y en sus ojos vi la misma determinación que ardía en mi pecho.
—Juntos —dijo, y extendió su mano hacia la mía—. Recuerda lo que somos.
Tomé su mano, y al contacto, sentí un calor y frío simultáneo que recorrió mi cuerpo entero. La Marca del Fénix explotó en luz, y por primera vez comprendí que nuestro poder no solo coexistía; se complementaba. El fuego danzó alrededor del hielo, creando un escudo que nos envolvía y nos permitía movernos entre las criaturas sin ser alcanzados.
—Muévete —dijo Kael, empujándome suavemente mientras corríamos entre los árboles—. Esto es solo el comienzo.
A cada paso, sentía la fuerza del vínculo entre nosotros creciendo. Cada chispa de mi fuego parecía sincronizarse con el latido de su corazón helado, y aunque la situación era peligrosa, no podía evitar sentir que nuestra unión estaba destinada. La profecía no era solo una amenaza; era una guía, un camino que nos estaba enseñando a confiar en lo que éramos juntos.
Salté sobre un tronco caído y Kael me siguió, su hielo expandiéndose para crear un puente temporal sobre la nieve y el barro. La criatura se detuvo un instante, como si dudara, y ese instante fue suficiente. Sentí que mi fuego crecía aún más, fusionándose con su frío, y en un impulso, levanté las manos. Las chispas que surgieron no eran destructivas; eran un faro, una señal de que nuestra magia combinada podía crear algo nuevo, algo que nadie había visto antes.
La criatura retrocedió, confusa, y Kael aprovechó para avanzar a mi lado. —Esto es solo la primera prueba —dijo, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Si sobrevivimos a esto, nada podrá detenernos.
Me reí, a pesar del miedo, y sentí que algo en nuestro vínculo se fortalecía con cada paso. El fuego no quemaba por sí mismo; el hielo no congelaba por sí solo. Juntos, éramos más que la suma de nuestras partes. Éramos destino, profecía y poder, y el mundo apenas comenzaba a darse cuenta.