El bosque no era amable con los viajeros. Cada árbol parecía un centinela que observaba nuestros movimientos, cada sombra un susurro que me recordaba que no estábamos solos. Kael caminaba a mi lado, sus pasos firmes y seguros, aunque podía sentir la tensión que emanaba de su cuerpo. Su hielo no era solo una defensa; era un escudo que le permitía contener emociones que, si dejaba salir, podrían matarnos a ambos.
Yo, por mi parte, sentía la Marca del Fénix ardiendo con una intensidad creciente. Cada paso que daba, cada respiración, parecía alimentar la llama que llevaba dentro, recordándome que mi destino estaba intrínsecamente ligado al suyo. No era solo fuego; era responsabilidad, profecía y peligro mezclados en un calor que nunca se apagaba.
—Kael… —mi voz rompió el silencio, suave y vacilante—. ¿Estás seguro de que podemos seguir adelante?
Él me miró, y por un instante, sus ojos se suavizaron, dejando entrever la vulnerabilidad que rara vez mostraba. —No hay otra opción —dijo con firmeza—. Pero eso no significa que no tenga miedo.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Su miedo no era trivial; era profundo, nacido de siglos de maldición y soledad. —No tienes que esconderlo —susurré, extendiendo una mano que temblaba ligeramente—. No aquí. No conmigo.
Kael la tomó con cuidado, y por primera vez sentí que su hielo no era barrera, sino refugio. —Si siento algo… si dejo que mi corazón sienta más de lo que debería… —dijo, su voz quebrándose— moriré. Y no quiero arrastrarte conmigo a eso.
Mi pecho se tensó. Lo entendía, lo sentía. Cada latido de mi corazón podía encender la llama que nos unía, pero también podía quemarlo todo si él caía. Y aun así… una parte de mí se negó a retroceder. —Kael —dije, con firmeza mezclada con suavidad—. No importa. Prefiero enfrentarlo contigo que vivir otra vida sin ti.
Él me miró, y en ese instante, su mirada se suavizó por completo. —Entonces… juntos. Siempre juntos —susurró, y nuestras manos se entrelazaron más firmemente.
Continuamos avanzando, internándonos más en el bosque. La nieve crujía bajo nuestros pies, y el aire estaba cargado de un frío tan intenso que cada respiración parecía perforar los pulmones. Sin embargo, no era solo el frío lo que nos desafiaba. El bosque estaba lleno de presencias que yo no podía nombrar, y la profecía comenzaba a mostrarse en susurros y visiones.
Mientras caminábamos, cerré los ojos por un momento y dejé que el fuego interno se expandiera ligeramente. Fue entonces cuando la vi: una visión fugaz que parecía proyectarse directamente en mi mente. Un altar antiguo, cubierto de runas y cristales brillantes; Kael y yo de pie frente a él, enfrentando algo que no podía comprender completamente; y un rugido, profundo y ancestral, que resonaba en mis entrañas.
—Kael… —dije con un hilo de voz, abriendo los ojos—. Lo vi. Un altar… y algo más.
Él se detuvo y me estudió con cuidado. —No me sorprende —dijo con gravedad—. La profecía no solo habla de nosotros; habla de lo que vendrá después. Debemos estar preparados.
Respiré hondo y sentí cómo mi fuego se agitaba con intensidad, como si quisiera responder a la advertencia que acababa de recibir. —¿Preparados? —repuse, aunque mi voz temblaba ligeramente—. ¿Cómo se supone que nos preparemos para algo que ni siquiera podemos ver?
Kael suspiró, mirando hacia el bosque. —Aprendiendo a confiar el uno en el otro. A controlar lo que somos. Y a sobrevivir a cada prueba que nos envíen.
Sabía que tenía razón. La profecía no nos estaba dando un camino claro; nos estaba empujando hacia lo desconocido, obligándonos a aprender, a adaptarnos y a crecer en medio del peligro. Cada chispa de mi fuego, cada pulso de su hielo, era una lección que debía aprender a escuchar.
Avanzamos unas horas más, hasta que el bosque comenzó a abrirse, revelando un valle cubierto de niebla. La niebla no era natural; tenía un brillo casi etéreo, y podía sentir cómo cada partícula parecía resonar con mi fuego interno. Cada paso que daba sobre la nieve húmeda enviaba pequeñas ondas que agitaban la niebla a nuestro alrededor, revelando sombras que parecían moverse entre los árboles.
—Esto… —murmuré, deteniéndome—. Esto no es solo niebla.
Kael asintió, creando una delgada capa de hielo frente a nosotros para protegernos. —Es una barrera mágica —dijo—. Una prueba, probablemente. La profecía no nos permitirá avanzar sin enfrentarla.
No me sorprendió. En los sueños y visiones que había tenido desde que la Marca apareció, sabía que este día llegaría. Pero sentirlo de manera tangible, ver cómo la magia misma del mundo parecía querer poner a prueba nuestro vínculo, fue otra cosa completamente distinta.
—¿Qué hacemos? —pregunté, dejando que mi fuego se expandiera un poco más, iluminando el espacio frente a nosotros—. No podemos retroceder.
Kael me miró, y por un instante, vi cómo su hielo se transformaba en algo casi líquido, cálido y maleable. —Confiando en nosotros —dijo—. Siempre confiando.
Tomé su mano de nuevo, y esta vez, cuando juntamos nuestras energías, algo cambió. La niebla comenzó a ondular y desplazarse, revelando un camino que antes estaba oculto. La magia no nos atacaba; nos aceptaba. Nos reconocía. Fuego y hielo, juntos, podían abrir puertas que por sí solos jamás podrían cruzar.
—Increíble —susurré, con los ojos abiertos de par en par. Mi fuego se expandió en un resplandor cálido que iluminaba su rostro, mostrando sus ojos azules llenos de asombro y un atisbo de emoción que rara vez dejaba ver.
—No hay tiempo para asombro —dijo Kael, pero su sonrisa era involuntaria—. Debemos movernos antes de que la niebla cambie de opinión.
Avanzamos por el camino que se abría, cada paso más confiados, pero también más conscientes de que la profecía no nos dejaría avanzar sin exigir algo a cambio. Cada visión, cada chispa de fuego, cada frío que me atravesaba, me recordaba que estábamos destinados a algo que superaba nuestra comprensión.