El valle nos recibió con un silencio inquietante. No había ruido de pájaros, ni el murmullo de insectos, solo la vibración tenue de la magia antigua que impregnaba el aire. Sentí cómo la Marca del Fénix ardía con intensidad, como si reconociera el terreno y supiera que este sería nuestro primer verdadero campo de entrenamiento.
Kael caminaba a mi lado, sus ojos escudriñando cada rincón del valle. Su hielo se expandía de manera sutil, creando un pequeño perímetro seguro mientras nos movíamos. —Aquí estaremos protegidos —dijo con voz grave—. Al menos hasta que comprendamos lo que somos capaces de hacer juntos.
Me arrodillé frente a un río que brillaba con un resplandor sobrenatural y dejé que mis manos tocaran el agua. El frío me recorrió los dedos, pero no quemó. En cambio, una sensación de poder me llenó, recordándome que la magia no era solo fuego y hielo, sino control y armonía.
—Primero debemos entendernos —dijo Kael, su mirada fija en mí—. No solo tú con tu fuego, sino nosotros juntos. Si nuestras energías no están sincronizadas, no podremos sobrevivir a lo que viene.
Asentí, aunque el miedo me aprisionaba. Cada vez que el recuerdo de la aldea y de las criaturas que nos persiguieron volvía a mi mente, sentía el fuego arder más fuerte, y sabía que mi impulso podría ser tan peligroso como necesario. —Entonces… comencemos —susurré, dejando que mi fuego respondiera a mi decisión.
Kael colocó sus manos frente a mí, y lentamente, sentí el frío del hielo mezclarse con el calor de mi fuego. Fue un contacto extraño, una danza de opuestos que se rechazaban y atraían al mismo tiempo. El fuego de mi brazo comenzó a extenderse suavemente, tocando su hielo, y él lo controló con precisión, evitando que se expandiera demasiado. Por primera vez, sentí que nuestro poder podía coexistir, que la profecía no nos obligaba a destruirnos.
—Bien —dijo, con un tono que mezclaba orgullo y advertencia—. Ahora intentaremos algo más difícil.
Nos separamos unos metros y Kael levantó sus manos, creando pilares de hielo alrededor del claro. —Tienes que atravesarlos —dijo—. Sin dañarlos. Solo controla tu fuego y guíalo.
Tomé una profunda respiración. Cerré los ojos y dejé que la Marca del Fénix ardiera con intensidad controlada. El primer pilar parecía impenetrable, pero cuando enfoqué mi energía, el fuego se dobló a mi voluntad, rodeándolo y deslizándose entre sus líneas heladas sin dañarlo. Sentí una oleada de triunfo, mezclada con adrenalina.
—Excelente —dijo Kael, sus ojos brillando—. Ahora intentemos con los cinco pilares.
El desafío era más difícil de lo que esperaba. El fuego, impulsivo y salvaje, quería escapar y consumir todo a su paso. Pero con Kael a mi lado, ajustando sus escudos de hielo, aprendí a calmarlo, a guiarlo, a ser consciente de cada chispa que se desprendía. Fue agotador, pero también liberador. Sentí que cada paso nos unía más, no solo como compañeros de magia, sino como aliados de vida.
Después de horas de práctica, nos sentamos a descansar junto al río. Mis brazos estaban cubiertos de marcas leves de fuego, y Kael tenía pequeñas grietas en su hielo que revelaban su esfuerzo. Nos miramos, y por un instante, no hubo palabras, solo un entendimiento silencioso.
—Arien… —susurró Kael, su rostro cerca del mío—. Si sobrevivimos a esto, si logramos controlar nuestros poderes, no habrá nada que no podamos enfrentar.
Mi corazón latió con fuerza, y sentí la tentación de lanzarme hacia él, de cerrar la distancia que separaba nuestros labios. Pero recordé la maldición que él llevaba y la intensidad de nuestro vínculo recién descubierto. —Lo sé —dije suavemente—. Y lo haré contigo. Siempre contigo.
El primer ataque llegó sin advertencia. Un rugido desgarrador resonó en el valle, y la tierra tembló bajo nuestros pies. De entre la niebla surgieron figuras oscuras, criaturas deformes con ojos rojos y garras largas. No eran humanas, ni totalmente bestias; eran algo que la profecía había prometido, guardianes del poder que despertaba dentro de mí.
Kael se puso frente a mí, extendiendo sus brazos y creando un muro de hielo que nos cubría. —Prepárate —dijo, su voz firme—. Esto es solo el comienzo.
El fuego de mi Marca respondió al instante, creciendo en intensidad y envolviéndonos en un halo que iluminaba el valle con tonos dorados y rojos. Las criaturas avanzaron, y por primera vez sentí el miedo mezclado con la adrenalina y la excitación. Cada movimiento era un desafío: fuego y hielo, ataque y defensa, estrategia y confianza.
—¡Ahora! —grité, lanzando mi fuego hacia las criaturas, pero guiándolo con precisión para que Kael pudiera atraparlo y congelarlo parcialmente, ralentizando su avance.
El combate era brutal. Cada criatura que caía parecía multiplicarse, y comprendí que no podíamos confiar únicamente en nuestra fuerza bruta. Debíamos sincronizar cada movimiento, anticiparnos a sus ataques, y más que todo, confiar el uno en el otro.
En un momento crítico, una de las criaturas logró romper parcialmente nuestro perímetro de defensa. Kael lanzó su hielo con rapidez, pero no fue suficiente. Yo extendí mi fuego, rodeando la criatura y empujándola hacia atrás, evitando que nos alcanzara. Sentí un estremecimiento recorrer mi cuerpo; cada ataque aumentaba la conexión entre nosotros, una danza de vida y muerte que nos unía más allá de lo físico.
Finalmente, tras un esfuerzo conjunto, logramos derrotarlas. La niebla comenzó a disiparse, y el valle quedó en silencio, roto solo por nuestra respiración agitada. Kael se inclinó hacia mí, y por primera vez sentí que su hielo no era una barrera, sino una protección que nos permitía ser vulnerables juntos.
—Lo hicimos —dijo con una mezcla de alivio y orgullo—. Pero esto es solo el principio.
Asentí, dejando que mi fuego se calmara, aunque seguía ardiendo con intensidad en mi interior. —Lo sé —susurré—. Y cuanto más nos enfrentemos a esto, más fuertes seremos… juntos.