El valle dormía bajo un manto de niebla, y yo podía sentir cada latido del mundo a mi alrededor. Incluso la más mínima brisa parecía portadora de presagios, y cada chispa de mi fuego vibraba al ritmo de la tierra. Kael caminaba a mi lado, su presencia un faro de calma en medio de la incertidumbre que nos rodeaba. Su hielo seguía extendiéndose con sutileza a nuestro alrededor, marcando un perímetro invisible de protección.
—Arien… —dijo, con la voz baja y cargada de cautela—. Hay algo… alguien. No es de estas tierras. Lo siento en cada brizna de aire.
Me detuve y cerré los ojos, dejando que mi fuego interno se expandiera y buscara lo que él percibía. Fue entonces cuando lo sentí: una vibración distinta, humana pero con un toque de magia oscura, una presencia que me recordó inmediatamente a los relatos de la profecía que había escuchado de niña.
—¿Qué es? —pregunté, tratando de mantener la calma—.
—Rivales —respondió Kael con un suspiro—. Aquellos que conocen el fuego y el hielo… y que nos han estado buscando.
El corazón me dio un vuelco. No era solo la amenaza de criaturas mágicas; ahora había humanos que reconocían nuestra fuerza, y con eso venía un peligro más tangible y calculador. Sentí cómo mi fuego reaccionaba, creciendo en intensidad como un escudo de advertencia.
—Debemos prepararnos —dije, apretando los puños—. Si vienen por nosotros, no habrá margen de error.
Avanzamos con cautela, siguiendo un sendero que serpenteaba entre árboles antiguos y rocas cubiertas de musgo. La profecía parecía susurrarme advertencias a cada paso, fragmentos de visiones que se superponían con la realidad: un altar antiguo, una figura oscura que observaba desde las sombras, y un rugido profundo que prometía destrucción.
—Arien… —Kael me tomó del brazo, deteniéndome—. Lo que viene no es solo un enfrentamiento físico. Esto será psicológico. Te probarán… tratarán de quebrar tu confianza.
Asentí, dejando que mi fuego se expandiera ligeramente, cálido y brillante. —Lo sé —susurré—. Pero juntos, podemos enfrentarlo.
No pasó mucho antes de que aparecieran. Desde entre los árboles surgieron figuras humanas, vestidas con capas oscuras y armadas con lanzas que brillaban con runas antiguas. Sus ojos no reflejaban miedo ni duda; reflejaban reconocimiento y codicia. Reconocían el poder que Kael y yo portábamos, y estaban dispuestos a todo para poseerlo o destruirnos.
—¡Ahí están! —gritó uno de ellos, avanzando con rapidez—. ¡El fuego y el hielo! ¡No dejaremos que escapen!
El choque fue inmediato. Kael se adelantó, levantando un muro de hielo que nos protegía de las primeras lanzas. Yo respondí con un estallido de fuego, que iluminó el claro y derribó varias armas antes de que alcanzaran nuestro perímetro. Cada chispa de mi Marca parecía resonar con la tensión del combate, recordándome que nuestra unión era nuestra mayor fortaleza.
—¡Juntos! —grité, y Kael asintió, combinando sus ataques de hielo con mi fuego para crear una barrera dinámica que se movía y adaptaba a cada embestida.
El enfrentamiento no era solo físico; era un juego de estrategias y confianza. Cada movimiento requería sincronización absoluta, cada paso debía anticipar no solo los ataques enemigos, sino también los impulsos de nuestro propio poder. Sentí cómo mi corazón se aceleraba, y a la vez, cómo la proximidad de Kael me daba fuerza. El miedo se mezclaba con una sensación de intimidad que no podía negar, y por un instante, nuestras respiraciones se sincronizaron tanto como nuestras energías.
—Arien… confío en ti —dijo Kael, con voz firme pero cálida—. No me falles.
—Nunca —respondí, dejando que mi fuego creciera, abrazando y complementando su hielo—. Y tú tampoco.
El combate continuó durante lo que parecieron horas, aunque probablemente fueron minutos. Cada enemigo caía, pero nuevas figuras aparecían desde las sombras, como si la profecía misma estuviera guiando el enfrentamiento. Sentí cómo mi energía comenzaba a agotarse, y Kael también mostraba signos de fatiga, pero ninguno de los dos cedía. La conexión entre fuego y hielo se fortalecía con cada ataque, con cada esquiva, con cada sincronización perfecta de nuestros poderes.
Finalmente, tras derrotar al último enemigo, nos encontramos exhaustos, respirando con dificultad, cubiertos de nieve y sudor. La calma volvió al valle, aunque sabíamos que era temporal. La profecía no nos dejaría descansar por mucho tiempo.
—Arien… —Kael se acercó, colocando su mano sobre mi frente, suave, casi temerosa—. Esto… no será la última vez. Lo siento.
—Lo sé —susurré, dejando que mi fuego interno se calmara lentamente—. Pero mientras estemos juntos, no importa lo que venga.
Nos sentamos junto a un árbol antiguo, buscando un momento de respiro. La cercanía de Kael me hizo sentir cosas que nunca había experimentado: seguridad, deseo, y un calor que no provenía solo de mi fuego. Extendí mi mano, y él la tomó sin dudar, sus dedos fríos contrastando con mi calor, pero encajando perfectamente.
—Kael… —murmuré, acercándome—. No puedo negar lo que siento. Cada desafío, cada combate… solo me hace sentir más cerca de ti.