El amanecer llegó con un susurro. La niebla del valle se arremolinaba entre los árboles, y cada paso que daba sobre la nieve parecía resonar en un silencio absoluto. Kael caminaba a mi lado, sus dedos entrelazados con los míos, transmitiéndome una calma que me ayudaba a contener el fuego que ardía bajo mi piel. Aun así, podía sentir que la profecía nos empujaba hacia adelante, obligándonos a avanzar sin descanso.
—Arien… —dijo Kael, su voz apenas un murmullo—. Algo se mueve en la bruma. No es natural.
Mis sentidos se agudizaron, y dejé que la Marca del Fénix se expandiera ligeramente. El calor interno que sentía me permitió percibir corrientes de energía desconocida, y fue entonces cuando los vi: figuras emergiendo de la niebla, moviéndose con una gracia y una precisión que no eran humanas.
—No parecen enemigos —susurré, más para mí misma que para Kael—. Pero tampoco parecen completamente… reales.
Las figuras se acercaron, y mientras lo hacían, pude distinguir rasgos humanos entre ellos: ojos que brillaban con un conocimiento antiguo, túnicas bordadas con símbolos que reconozco de las historias de la profecía, y una calma que contrastaba con la tensión de nuestro reciente combate.
—Bienvenidos, jóvenes elegidos —dijo una de las figuras, una mujer de cabello plateado y ojos que reflejaban la profundidad de siglos de sabiduría—. Hemos esperado vuestra llegada.
Kael frunció el ceño. —¿Quiénes son? —preguntó, la voz cargada de cautela—. ¿Amigos… o enemigos?
La mujer sonrió suavemente. —Somos aliados, aunque entiendo vuestra desconfianza. Nuestro deber es guiaros, entrenaros y prepararos para lo que se aproxima. La profecía que ambos llevan no es solo un destino; es una llamada, y debemos responderla antes de que otros lo hagan en vuestra contra.
Mi corazón latía con fuerza. La idea de tener aliados era reconfortante, pero también me hacía sentir vulnerable. —¿Por qué deberíamos confiar en ustedes? —pregunté, cruzando los brazos—. No sabemos nada de ustedes.
—Porque hemos esperado a los portadores del fuego y el hielo durante generaciones —respondió la mujer, con voz firme—. Y porque sabemos lo que vendrá si falláis.
Kael me miró, y pude leer la decisión en sus ojos. —Si vamos a sobrevivir, necesitamos ayuda —dijo—. Pero seguimos siendo responsables de lo que hacemos.
Asentí, aunque mi mente estaba llena de preguntas y dudas. Sabía que la profecía no nos permitiría descansar, y que cada paso debía tomarse con cuidado. La mujer nos condujo a un claro más profundo en el valle, donde otras figuras esperaban: hombres y mujeres de todas las edades, cada uno con su propia energía mágica, cada uno con conocimiento de antiguas tradiciones que resonaban con el fuego y el hielo que portábamos.
—Aquí aprenderéis a controlar lo que sois —dijo la mujer plateada, que se presentó como Elyra—. Pero primero, debéis comprender vuestro vínculo. El fuego y el hielo no son solo elementos; son extensiones de vuestro espíritu y vuestro corazón.
—¿Nuestro vínculo? —pregunté, confusa—. Pensaba que solo era… nuestra magia.
Elyra sonrió, inclinando ligeramente la cabeza. —Es más que magia. Es amor, confianza y destino entrelazados. La profecía no os ha unido solo por necesidad de poder; os ha unido porque vuestro lazo puede cambiar el curso de la historia. Pero debe ser comprendido y fortalecido.
Kael apretó mi mano y asintió. —Entonces debemos aprender. Juntos.
Durante los días siguientes, el valle se convirtió en nuestro santuario y campo de entrenamiento. Elyra y sus aliados nos enseñaron a controlar el fuego y el hielo, a sincronizar nuestras energías y a leer los flujos mágicos que recorrían la tierra. Cada ejercicio, cada prueba, estaba diseñada no solo para fortalecer nuestro poder, sino también nuestra confianza mutua.
Una de las pruebas más difíciles consistía en proyectar nuestras energías hacia un espejo de cristal mágico que reflejaba no solo la imagen física, sino también los miedos y deseos ocultos. Cuando Kael y yo colocamos nuestras manos sobre la superficie, sentí cómo mi fuego buscaba devorar el reflejo, y cómo su hielo intentaba contenerlo.
—Debéis permitir que vuestras emociones guíen el poder, no lo repriman —nos instruyó Elyra—. Solo así comprenderéis la verdadera fuerza de vuestro vínculo.
Cerré los ojos y respiré hondo. Permití que mi fuego fluyera, no solo controlado, sino guiado por mi corazón y por la conexión con Kael. Él hizo lo mismo, y cuando nuestras energías se entrelazaron sobre el cristal, el reflejo cobró vida propia, mostrando imágenes de nuestro futuro: combates, decisiones difíciles, y momentos de intimidad donde nuestro vínculo sería nuestra mayor fortaleza.
Abrí los ojos y encontré a Kael mirándome, con un brillo nuevo en sus ojos. —Arien… esto… es más que entrenamiento. Esto es nuestra vida.
—Sí —susurré—. Y lo enfrentaremos juntos.
Esa noche, mientras la nieve caía suavemente sobre el valle, Kael y yo compartimos un momento de cercanía que no habíamos permitido antes. Nos sentamos junto al río, dejando que nuestras manos se entrelazaran, y por primera vez, no había miedo, solo confianza y afecto.
—Kael… —dije, apoyando mi frente contra la suya—. No importa lo que venga. Si estamos juntos, podemos enfrentar cualquier cosa.
Él cerró los ojos y susurró: —Siempre contigo, Arien. Siempre juntos.
El calor de mi fuego se mezcló con su hielo de una manera que no podía describir con palabras. Era más que físico; era emocional, espiritual. Cada chispa, cada aliento, cada latido del corazón nos unía más allá de la magia.
Pero la calma no duraría. Durante el entrenamiento, Elyra nos mostró fragmentos más claros de la profecía: fuerzas oscuras que buscaban controlar el fuego y el hielo, antiguos guardianes que habían caído antes que nosotros, y un altar donde nuestro destino se manifestaría por completo. Cada visión era una advertencia, pero también una guía.