La bruma cubría el valle como un manto silencioso, y cada paso que daba sobre la nieve parecía resonar en un mundo detenido. Kael caminaba a mi lado, sus dedos entrelazados con los míos, y sentí cómo la energía de su hielo se mezclaba con mi fuego, creando un aura de protección que nos envolvía.
—Arien… —dijo, su voz baja y cautelosa—. La profecía nos llama hacia las Tierras del Eco. Allí será nuestro próximo desafío.
El nombre me hizo estremecerme. Había escuchado historias de aquel lugar: un territorio antiguo y prohibido, donde la magia era salvaje y los espíritus antiguos vigilaban cada paso de los intrusos. La idea de entrar allí no solo me aterrorizaba, sino que también encendía mi fuego interno.
—Debemos ir —dije, apretando sus manos—. No podemos ignorar lo que nos espera.
Kael asintió y extendió su hielo, creando senderos seguros sobre la nieve helada. Cada paso era calculado, y cada movimiento de nuestro fuego y hielo estaba sincronizado, como una danza que nos mantenía a salvo de los peligros invisibles que acechaban.
El viaje fue arduo. La nieve se volvía más profunda y el viento más cortante a medida que nos acercábamos a las Tierras del Eco. Pero también sentí cómo nuestra conexión crecía, no solo por la proximidad física, sino por la necesidad de confiar el uno en el otro en un entorno que no perdonaba errores.
—Kael… —dije mientras nos deteníamos junto a un acantilado—. Siento algo extraño… como si el lugar nos estudiara.
Él asintió, sus ojos fijos en la niebla que se extendía más allá del precipicio. —Es cierto. La magia aquí es antigua. No solo debemos controlar nuestros poderes; debemos aprender a escucharlos.
Esa noche, mientras acampábamos bajo la luz de una luna pálida, Kael y yo practicamos nuevas combinaciones de fuego y hielo. Elyra nos había enseñado a crear barreras y ataques simultáneos, pero en este lugar, cada chispa debía ser medida, cada movimiento preciso. Descubrimos que al sincronizar nuestros latidos y respirar al unísono, podíamos amplificar nuestras energías de formas que antes parecían imposibles.
—Arien… —dijo Kael mientras nuestras manos se entrelazaban—. Si esto funciona, nuestra unión no solo nos protegerá, sino que puede cambiar el flujo de la profecía.
Sentí un cosquilleo recorrerme el cuerpo. La idea de que nuestra conexión pudiera alterar el destino me llenaba de esperanza y miedo al mismo tiempo. —Entonces debemos aprenderlo —susurré—. Y debemos confiar completamente.
Al amanecer, nos adentramos en las Tierras del Eco. La magia del lugar era palpable: corrientes de energía que fluctuaban entre fuego y hielo, ecos de antiguos guardianes y visiones fugaces de lo que podría suceder si fallábamos. Cada paso que daba me recordaba que este territorio no perdonaba la arrogancia ni la impulsividad.
—Arien… —Kael me tomó del brazo—. Debemos movernos juntos. Cada error aquí puede ser fatal.
Asentí, dejando que mi fuego y su hielo se entrelazaran en un patrón protector mientras avanzábamos. De repente, la tierra tembló bajo nuestros pies y un rugido ensordecedor resonó en el aire. Del suelo emergió una criatura enorme, cubierta de escamas negras y ojos que brillaban con un fuego interno. Sus garras cortaban el aire, y cada paso hacía vibrar la tierra como un tambor de guerra.
—Kael… —dije, temblando ligeramente—. Es enorme… y poderosa.
Él apretó mi mano. —Lo sé… pero no estamos solos. Nuestra conexión nos da ventaja. Recuerda lo que aprendimos.
La batalla fue brutal. La criatura no solo atacaba físicamente; sus aullidos resonaban en nuestras mentes, intentando desestabilizar nuestras emociones y hacernos perder la concentración. Cada vez que dudaba, sentía que mi fuego vacilaba, y podía ver cómo el hielo de Kael empezaba a resquebrajarse.
—Kael… confía en mí —susurré, apoyando mi frente contra la suya—. Juntos podemos con esto.
Él asintió y susurró: —Siempre contigo, Arien. Siempre.
Concentré mi fuego, dejando que respondiera a nuestras emociones en lugar de solo a la amenaza física. Kael hizo lo mismo con su hielo, y juntos creamos un patrón que envolvía a la criatura, amplificando nuestra energía y bloqueando sus ataques. Por primera vez sentí que estábamos actuando como uno solo, no solo como aliados, sino como extensión del corazón y espíritu del otro.
Tras un esfuerzo agotador, la criatura cayó, su poder disolviéndose lentamente en la bruma. Nos miramos, exhaustos, cubiertos de sudor y nieve, y por un momento solo existimos nosotros y el silencio que nos rodeaba.
—Arien… —Kael me abrazó, y sentí cómo su hielo se mezclaba suavemente con mi fuego—. Esto… esto solo se logra con confianza absoluta.
—Lo sé —dije, apoyando mi cabeza contra su pecho—. Y no hay nadie más con quien prefiera enfrentar esto.
Esa noche, mientras descansábamos junto a un lago congelado, Kael y yo hablamos sobre lo que habíamos aprendido: la profecía no solo predecía eventos, sino que respondía a nuestra unión. Cada decisión que tomábamos, cada combinación de fuego y hielo, influía en la dirección de nuestro destino y del mundo. La responsabilidad era inmensa, pero también fortalecía nuestro vínculo.
—Kael… —susurré, tomando su rostro entre mis manos—. Pase lo que pase, debemos mantenernos unidos. Nuestro vínculo es más que magia; es amor, confianza y destino.
Él cerró los ojos y me besó suavemente, transmitiendo con cada contacto la certeza de que estábamos destinados a enfrentar todo juntos. —Siempre contigo, Arien. Siempre.
El valle dormía bajo la nieve, y mientras la luna iluminaba nuestras siluetas, comprendí que las Tierras del Eco no solo nos habían puesto a prueba físicamente, sino emocional y espiritualmente. Nuestra magia había evolucionado, nuestra conexión se había profundizado, y nuestro amor se había convertido en un arma y escudo al mismo tiempo.
Sabíamos que los desafíos aún no habían terminado, que la profecía aún tenía secretos que revelar y que cada decisión futura tendría un peso inmenso sobre nuestro mundo. Pero por primera vez, sentí una certeza absoluta: mientras Kael y yo estuviéramos juntos, ninguna sombra podría quebrarnos.