El latido del Fénix

Capitulo 18: El Valle del Alba

El amanecer parecía distinto aquella mañana.
Por primera vez en mucho tiempo, la luz no dolía.
El sol nacía sobre un horizonte de montañas plateadas, tiñendo el aire con reflejos dorados y carmesí, como si el cielo recordara la unión de nuestro fuego y hielo. A nuestro alrededor, la bruma se alzaba con lentitud, y el eco del viento traía consigo un murmullo antiguo… un susurro que solo los elegidos podían escuchar.

Kael caminaba unos pasos delante de mí, su capa azul ondeando con la brisa fría del norte. El hielo que solía rodear su aura se había suavizado desde que habíamos salido del templo; ahora brillaba con tonos translúcidos, casi etéreos.
Era como si su poder hubiera sido purificado, equilibrado con el mío.

—No puedo creer que lo hayamos encontrado —dije, observando el horizonte, donde el valle se extendía como un océano de flores luminosas—. Pensé que el Valle del Alba era solo una leyenda.

Kael sonrió apenas, sin volverse. —Las leyendas nacen de la verdad… aunque a veces tardan siglos en encontrarla.

Me acerqué a su lado, sintiendo el crujir de la escarcha bajo mis botas. El aire aquí era distinto: denso, vibrante, casi musical. Cada respiración se sentía como si absorbiera fragmentos de energía antigua.
A lo lejos, podía ver el resplandor del corazón del valle: un lago dorado que parecía latir con luz propia.

—Ese debe ser el Corazón de la Luz —murmuré—. La energía que puede reescribir la profecía.

Kael asintió, aunque su expresión era seria. —Sí. Pero no será fácil acercarse. Ese poder fue sellado por los dioses mismos. Solo quienes sean dignos podrán tocarlo… y sobrevivir.

Sus palabras dejaron un silencio pesado entre nosotros.
Durante días, había sentido que algo cambiaba en él: una tensión invisible, un pensamiento que evitaba decirme. Y aunque su mirada seguía siendo cálida, había un brillo en sus ojos que me inquietaba.

—Kael… —susurré, tomándolo de la mano—. ¿Qué te preocupa?

Él respiró hondo, sus dedos temblando apenas. —He estado pensando en lo que vimos en el templo… las visiones. Aquella donde uno de nosotros tenía que caer para que el otro viviera.

Me detuve, sintiendo cómo mi pecho se contraía. —No… no podemos creer en eso. Las visiones muestran posibilidades, no destinos.

—A veces, Arien, las posibilidades son advertencias.

Sus palabras dolieron más de lo que esperaba.
Quise responder, pero el valle interrumpió mi pensamiento. El suelo comenzó a brillar, y el aire se llenó de pequeñas luces flotantes, como fragmentos de estrellas que despertaban bajo nuestros pies.
El Valle del Alba había sentido nuestra llegada.

Una voz resonó, profunda y suave, como si hablara desde todas las direcciones a la vez.

“Hijos del fuego y el hielo… vuestra unión ha sido probada. Pero la luz exige verdad. Ningún corazón dividido puede contener su poder.”

Kael y yo intercambiamos una mirada. Sabíamos lo que eso significaba.
El valle nos pondría a prueba.

El suelo se abrió bajo nosotros, y un torbellino de luz nos envolvió. No caímos, sino que fuimos suspendidos en un espacio donde el tiempo parecía detenido. A nuestro alrededor, imágenes danzaban como espejos líquidos: recuerdos, temores, deseos.

Vi a mi madre, abrazándome la noche antes de morir. Vi a los soldados del norte cayendo bajo las llamas de la guerra. Y vi a Kael, arrodillado, su cuerpo desvaneciéndose entre hielo y fuego.

—¡No! —grité, extendiendo la mano hacia su figura ilusoria—. ¡Esto no pasará!

La voz volvió a resonar.

“Solo quienes acepten la posibilidad de perder, comprenderán el valor de conservar.”

Kael apareció frente a mí, su forma real, sus ojos azules llenos de determinación.
—Arien… tenemos que atravesar esto. El Valle nos está mostrando el miedo que debemos superar.

Respiré hondo. —Mi miedo no es morir. Es perderte.

Él me tomó el rostro entre sus manos, con una ternura que me desarmó. —Y el mío es verte arder sola, sin mí. Pero si este valle exige verdad, entonces mi verdad es esta: prefiero mil veces desaparecer a dejarte enfrentar el destino sin mí.

Sentí que mis lágrimas se mezclaban con el calor de mi fuego interior, y de repente, el espacio cambió. Las luces se fundieron en una espiral dorada, y una nueva presencia se manifestó ante nosotros.

Era una figura hecha de pura energía, mitad fuego, mitad hielo.
Su voz resonó como un canto de estrellas.

“Habéis aceptado la verdad. Pero para acceder al Corazón, debéis demostrar unidad… no solo de poder, sino de alma.”

Kael y yo nos miramos.
Sabíamos lo que venía.

Extendí mis manos, dejando que mi fuego surgiera con toda su fuerza. Kael hizo lo mismo con su hielo. Ambas energías se alzaron, chocando, entrelazándose, formando un vórtice que iluminó todo el valle.
Durante un instante, sentí su alma dentro de la mía. No había barreras, no había secretos. Su miedo, su esperanza, su amor… todo fluía hacia mí, como si fuéramos un solo ser dividido por el destino.

—Kael… —susurré—. Puedo sentirte. Todo de ti.

—Y yo a ti —respondió, con la voz temblando—. Arien, esto… esto es lo que somos. No fuego ni hielo. Somos el equilibrio.

El valle tembló, y un rayo de luz descendió sobre nosotros.
El dolor fue indescriptible. Era como si la energía del mundo entero nos atravesara, probando cada rincón de nuestro ser. Pero a través del dolor, sentí la conexión: un latido compartido, una promesa que ardía más allá del tiempo.

Cuando abrí los ojos, el lago dorado brillaba frente a nosotros, tranquilo, sereno. En su centro flotaba una esfera de luz pura: el Corazón del Alba.

Nos acercamos con pasos lentos.
Cada respiración era un desafío; la energía del Corazón era tan intensa que el aire parecía cortarnos la piel. Pero Kael tomó mi mano, y juntos dimos el último paso.

—¿Listos? —preguntó, su voz apenas un susurro.




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