A veces, el silencio pesa más que el grito de una batalla.
Desde que salimos del Valle del Alba, el mundo parecía contener el aliento, como si el aire mismo temiera lo que habíamos hecho.
El amanecer seguía siendo hermoso, pero había algo diferente en la luz. Una vibración en el aire, un rumor entre las montañas, una sensación que me erizaba la piel.
Kael caminaba a mi lado, en silencio. El Corazón del Alba descansaba entre nosotros, suspendido dentro de un cristal que apenas podía contener su energía. Su brillo era constante, cálido y frío al mismo tiempo —un reflejo de nosotros mismos.
—¿Lo sientes? —pregunté, rompiendo el silencio.
Kael asintió. —Sí. El mundo… está reaccionando. Es como si algo hubiera despertado, algo antiguo.
Me estremecí. Desde que tocamos la luz del Corazón, algo había cambiado dentro de mí. No era solo poder. Era una conciencia, una presencia que latía en sincronía con mi fuego. Y cada vez que Kael y yo nos tocábamos, esa presencia se intensificaba, como si una tercera fuerza habitara entre nosotros.
—Arien —dijo Kael, con voz baja—, he sentido algo más. Desde el Valle, sueño con fuego y ceniza. Con un Fénix que renace de su propia muerte… y una sombra que intenta apagarlo antes de que cante.
Me detuve.
El Fénix.
El símbolo de mi casa, y también el emblema de la profecía.
—El sacrificio… —susurré—. Siempre hablaban de un renacer que requería muerte. Quizá… el equilibrio que hemos creado tiene un precio.
Kael frunció el ceño, y por un momento el aire se volvió más frío. —No. No aceptaré eso. No después de todo lo que hemos hecho. Si el destino exige una vida, que busque otra.
Quise creerle. Pero la magia no escucha los deseos del corazón.
Mientras avanzábamos por el paso de las montañas, el cielo comenzó a oscurecerse, aunque el sol aún no había caído. Nubes rojizas se arremolinaban sobre nosotros, y un trueno lejano hizo temblar la tierra.
De pronto, la voz volvió.
La misma que había hablado en el Valle del Alba.
“El equilibrio ha sido roto. La unión del fuego y el hielo ha cambiado el destino de los reinos.
Pero toda creación exige un precio.
Una vida por el renacer del mundo.”
El viento rugió, y una ráfaga de energía dorada me atravesó el pecho. Caí de rodillas, jadeando, mientras mi fuego interior ardía con una intensidad insoportable.
Kael corrió hacia mí, sosteniéndome. —¡Arien! ¡No!
—Estoy bien… —mentí, aunque sentía que mi alma se desgarraba por dentro—. Es el Corazón… está reaccionando.
La esfera comenzó a vibrar, elevándose lentamente del suelo. Su luz pulsaba con mi respiración. Cada latido se volvía un eco en el aire.
—Kael… —susurré—. Me está llamando.
Él me apretó la mano, desesperado. —No lo escuches. No lo hagas.
Pero la voz volvió, más fuerte esta vez, resonando dentro de mí.
“El renacer solo puede completarse con fuego puro.
La llama que encendió el equilibrio… debe consumirse para mantenerlo.”
Sentí que el aire me faltaba. La verdad me golpeó como una ola helada.
—Kael… quieren que sea yo.
Él retrocedió, negando con la cabeza. —No. No digas eso. No lo aceptaré.
—Mi fuego… fue el origen de todo. Mi marca… fue la chispa que despertó al Corazón. Si alguien debe…
—¡No! —gritó, su voz quebrándose—. ¡No te atrevas a decirlo!
El viento se agitó con su rabia. Su hielo se extendió por el suelo, congelando cada gota de agua, cada hoja. Pero incluso entre el hielo, el fuego seguía brillando dentro de mí.
Lo tomé del rostro con ambas manos, obligándolo a mirarme.
—Kael, escucha. Si esto es cierto… si mi sacrificio puede salvar el mundo…
—No —repitió, temblando—. No te sacrificarás. Encontraremos otra forma. Lo juro.
Sus ojos, normalmente tan tranquilos, ardían con una furia que nunca le había visto. Una furia nacida del amor, del miedo.
Y aunque quise creer que tenía razón, dentro de mí una parte sabía que el Valle no mentía.
Seguimos caminando hasta llegar a un risco desde el cual se veía todo el valle. Desde allí, la tierra parecía un tapiz de luz. Pero también pude ver algo más: sombras avanzando en la distancia. Tropas.
La profecía no había terminado con el Valle. Había despertado enemigos dormidos.
Kael maldijo entre dientes. —El Consejo del Norte… y los heraldos de Eryndor. Se están moviendo.
—Nos buscan.
—Buscan el Corazón. —Me miró, y por un instante comprendí su pensamiento—. Si creen que pueden usarlo, destruirán todo.
Guardamos silencio.
El viento soplaba entre nosotros, helado.
—Arien —dijo por fin—. Si este mundo quiere exigir un precio, que sea el mío. Déjame hacerlo.
—No. —Mi voz fue firme, aunque el corazón me dolía—. No puedo permitirlo.
—Tú misma dijiste que el fuego fue la chispa. Pero sin el hielo, el fuego no habría sobrevivido. Esto es tanto mío como tuyo.
—Kael…
Él me tomó las manos, y sus ojos se suavizaron. —Te amo. Más allá del destino, más allá de la magia. Pero no permitiré que la profecía me arrebate lo único que me dio esperanza.
Sus palabras me rompieron por dentro.
Quise hablar, pero el suelo volvió a temblar. El Corazón del Alba se iluminó, proyectando una serie de imágenes en el aire: un campo de batalla en ruinas, fuego y hielo colisionando, una figura cayendo mientras otra gritaba su nombre.
Vi mi propio rostro… y el de Kael.
Uno de los dos debía caer.
Las lágrimas me nublaron la vista. —Parece que el destino no acepta negociación.
—Entonces lo forzaremos a hacerlo —dijo, con la voz de un guerrero que no teme morir.
Esa noche acampamos cerca de las ruinas de un antiguo santuario. El Corazón descansaba entre nosotros, cubierto con un manto de seda. El aire era tan denso que las llamas de nuestra fogata apenas se movían.
Me senté frente al fuego, observando cómo las chispas subían hacia el cielo.