El amanecer llegó sin avisar.
No hubo canto de aves ni el murmullo del viento. Solo una calma extraña, tan perfecta que dolía.
El fuego de nuestra fogata se había apagado durante la noche, y el Corazón del Alba flotaba sobre las cenizas, emitiendo un resplandor dorado que pulsaba como un corazón vivo.
Kael aún dormía, su respiración tranquila, su expresión serena. Pero incluso así, podía sentir la tensión bajo su piel. Desde el Valle, algo en él había cambiado. Su magia era más inestable, más sensible a mis emociones. A veces creía que si mi corazón latía demasiado rápido, el suyo lo seguía.
Me quedé observándolo un largo rato, intentando memorizar cada detalle: la curva de sus labios, el reflejo del hielo en sus pestañas, la forma en que el amanecer lo envolvía como una promesa.
Sabía que, si el destino no cedía, tal vez este sería el último amanecer que compartiríamos.
Cuando abrió los ojos, su mirada me encontró de inmediato.
—¿Cuánto tiempo llevas despierta? —preguntó, con voz ronca.
—Lo suficiente —respondí, esbozando una sonrisa débil—. El sol parece distinto hoy.
Kael se incorporó, frotándose el rostro. —El mundo sabe lo que está por venir.
El Corazón del Alba brilló más fuerte, como si respondiera a sus palabras. Sentí la vibración en mi pecho, esa conexión invisible que me unía a su poder.
Era una sensación hermosa y dolorosa al mismo tiempo, porque sabía lo que significaba.
Kael se levantó y se acercó al borde del acantilado. Desde allí, el valle se extendía hasta perderse en el horizonte, un tapiz de hielo y fuego entrelazado. El aire estaba tan quieto que cada palabra parecía flotar eternamente antes de desaparecer.
—Anoche soñé —dijo, sin mirarme—. Vi una ciudad en ruinas. Vi al cielo partirse. Pero también te vi…
—¿A mí?
—Sí. Caminabas entre las cenizas, y el mundo se reconstruía a tu paso. Pero no podía alcanzarte.
Sus palabras me helaron.
Porque en mis sueños había visto lo mismo… pero al revés.
—Kael —susurré—. Yo también soñé. Vi el mundo renacer. Pero eras tú quien caminaba bajo el nuevo amanecer… y yo no estaba allí.
El silencio que siguió fue insoportable.
La profecía no nos hablaba en símbolos. Nos hablaba en advertencias.
Kael se volvió hacia mí. En su mirada había tristeza, pero también algo más fuerte: desafío.
—No aceptaré ese destino. Ni el tuyo ni el mío.
—No podemos luchar contra lo que está escrito.
—Entonces lo reescribiremos.
Se acercó, y antes de que pudiera responder, tomó mis manos entre las suyas. Sus dedos estaban fríos, pero su tacto me encendía.
—Arien, escúchame. Si uno de los dos debe caer, que sean las reglas las que mueran. No nosotros.
—¿Y si eso es imposible?
—Nada es imposible cuando el amor es real. —Su voz tembló, pero no de miedo, sino de convicción—. ¿No lo sientes? Desde el Valle, desde el Templo… cada vez que combinamos nuestras magias, el mundo cambia. Quizá esa sea la respuesta. No sacrificio. Unión.
Un nudo se formó en mi garganta. Quise creerle, pero el eco de la voz del Corazón aún resonaba en mi mente:
“Una vida por el renacer del mundo.”
—Kael, el Corazón no puede mentir.
—No —dijo él, acercándose más—. Pero puede interpretarse mal. Tal vez no pide una vida física. Tal vez pide una entrega. Una fusión.
—¿Fusión?
—Sí. Que dejemos de ser dos. Que nos convirtamos en una sola fuerza.
Lo miré, incrédula. —Eso nos destruiría.
—¿O nos liberaría?
Su mirada era tan intensa que tuve que apartar los ojos. Pero una parte de mí sabía que tenía razón.
La magia siempre había respondido a la emoción, no a la lógica. Y si el amor era nuestra mayor magia, entonces quizá nuestra unión podría crear un nuevo equilibrio, uno que no requiriera pérdida.
Aún así, el miedo me mordía por dentro.
—¿Y si al fusionarnos… dejamos de ser nosotros? —pregunté, apenas un susurro.
Kael me sonrió con ternura. —Entonces seremos algo mejor. Seremos eternos.
Sus palabras me atravesaron como fuego.
Quise responder, pero el cielo se oscureció de repente.
Un rugido resonó en la distancia, y un viento gélido descendió del norte. Las sombras se movían entre las montañas.
Kael tensó la mandíbula. —Nos encontraron.
Vi las banderas negras del Consejo del Norte ondeando entre la bruma. Cientos de soldados avanzaban, acompañados por figuras encapuchadas. Entre ellos, pude distinguir los estandartes marcados con el símbolo del ojo dorado: los heraldos de Eryndor.
—Vienen por el Corazón —murmuré.
Kael desenvainó su espada de hielo, que brilló con una luz azulada. —Entonces no se lo daremos.
Nos preparamos.
El aire vibraba, cargado de magia y miedo.
Cuando los primeros proyectiles cayeron, levanté una barrera de fuego que los desintegró en el aire. Kael extendió su hielo, creando un muro que nos protegía por el flanco.
Las tropas avanzaban como una ola.
Y entre ellas, una figura se destacó. Alta, con un manto oscuro y un bastón coronado por un cristal carmesí.
—Eryndor… —susurré.
Su voz resonó por todo el valle, grave y arrogante.
—El equilibrio debía ser sellado, no liberado. Habéis condenado al mundo.
Kael alzó su espada. —El mundo ya estaba condenado por tu ambición. Nosotros solo le dimos esperanza.
Eryndor rió, un sonido que heló mi sangre.
—Esperanza… una ilusión más débil que el amor. ¿Cuánto crees que resistirá tu unión cuando uno de los dos deba arder?
Sentí su magia golpearme como una ola. Una sombra que intentaba quebrar el fuego dentro de mí.
Pero Kael estaba allí, y su hielo absorbió parte del impacto. Su mano me sostuvo con fuerza.
—No lo escuches —susurró—. Eres más fuerte que su oscuridad.
Respondí con fuego. Literalmente.
Mi magia estalló desde el suelo, envolviendo a los soldados más cercanos. Kael amplificó mi poder con el suyo, congelando las llamas y lanzándolas como fragmentos de cristal ardiente. Era hermoso y aterrador.
Una danza perfecta entre fuego y hielo.