El latido del Fénix

Capitulo 21: El Eco de las Ruinas Antiguas

Arien

El viento soplaba con un frío cortante mientras avanzábamos entre los restos de piedra que el tiempo y la guerra habían dejado olvidados. Las ruinas se extendían ante nosotros como un gigante dormido: columnas quebradas sostenían arcos donde la luz apenas se filtraba, y los muros estaban grabados con inscripciones que parecían llorar historias de dioses y guerreros caídos.

Kael caminaba a mi lado, sus ojos explorando cada sombra. Su mano rozó la mía, y un escalofrío recorrió mi espalda. Desde el Valle del Alba, nuestros poderes estaban unidos, entrelazados, pero nunca habíamos sentido lo que sucedería al liberarlos completamente. Cada vez que nuestras miradas se encontraban, el aire a nuestro alrededor vibraba con la energía combinada de fuego y hielo, y yo podía sentir la anticipación de algo que ni el Corazón nos había enseñado.

—Arien —dijo Kael con voz baja, casi un susurro—. Siento esto… más fuerte que nunca. Como si las ruinas mismas nos llamaran.

Asentí, consciente de que no era una sensación casual. El lugar respondía a nuestra presencia, y cada inscripción, cada grieta en la piedra, parecía pulsar al ritmo de nuestros latidos. Caminamos hasta lo que alguna vez fue un templo central, ahora solo un atrio abierto al cielo. En el centro, un altar de mármol desgastado por siglos brillaba tenuemente con una luz azulada.

—Es hermoso —murmuré—. Y peligroso.

Kael se acercó, rozando con los dedos las runas grabadas. —Estas marcas… no son simples inscripciones. Son advertencias y rituales. Contienen historia, magia… y guerra.

Sentí un calor extraño en mi interior. Mi fuego se agitaba, pero no era agresivo; era expectante, ansioso. Una chispa de hielo de Kael respondió, y antes de que pudiera reaccionar, nuestras energías se entrelazaron, mezclándose en un vórtice de luz que iluminó toda la cámara.

—¡Cuidado! —grité, intentando controlar la fusión—. Esto… no lo hemos hecho antes.

Kael asintió con los ojos abiertos de par en par, y por un instante, la luz nos cegó. El altar respondió a nuestra unión: las inscripciones comenzaron a brillar con intensidad, proyectando imágenes sobre las paredes. Guerreros envueltos en fuego y hielo luchaban por territorios que no reconocíamos, mientras dioses observaban desde los cielos, invisibles pero omnipresentes.

—Es la historia de este lugar —dijo Kael con asombro—. Debe ser la Ruina de los Primordiales, una mezcla de templo y fortaleza. Aquí se sellaron conflictos antiguos… pero también su poder.

Caminé más cerca del altar, y sentí que algo dentro de mí despertaba. No era solo la magia de mi fuego; era nuestra unión, nuestra fusión. La sensación me mareaba, y por un instante, creí que podía perderme en ella. Kael me tomó de la mano, y su toque me ancló, pero la fuerza creció más rápido de lo que ambos podíamos contener.

—Arien… debemos calmarnos —dijo, pero incluso su hielo temblaba, vibrando con mi fuego.

Era inútil. La fusión era incontrolable. Una explosión de energía nos levantó del suelo, como si el mundo entero se doblara a nuestro poder. Las columnas se sacudieron, los fragmentos de piedra flotaron por unos segundos y una ráfaga de luz azul y dorada nos envolvió.

Sentí mi corazón latiendo al unísono con Kael, y por un momento, comprendí la magnitud de lo que éramos capaces de hacer: no solo manipular el fuego y el hielo, sino transformar la propia realidad que nos rodeaba. Una parte de mí gritaba de miedo, pero otra se deleitaba en la belleza pura de nuestra fuerza combinada.

—¡Arien! —gritó Kael, sujetándome mientras un fragmento de muro se desmoronaba cerca—. ¡Controla tu fuego!

—¡Estoy intentando! —grité, mientras mi magia respondía a cada emoción, cada pensamiento, cada temor.

El poder nos consumía, pero también nos revelaba. Cada rincón de la ruina parecía resonar con nuestros recuerdos, nuestros miedos y nuestra unión. Vi imágenes de nuestra infancia: mi madre enseñándome a contener mi fuego, Kael entrenando con hielo en soledad, ambos enfrentando pérdidas que nos habían endurecido. Y vi nuestro amor, creciente, inquebrantable, latiendo en perfecta sincronía.

De pronto, la energía estalló hacia el cielo. Una columna de luz fusionada, fuego y hielo mezclados, ascendió sobre las ruinas y se dispersó en fragmentos que cayeron como lluvia de cristales y brasas. La tierra tembló, y escuché un rugido que parecía provenir de la propia ruina: los espíritus antiguos despertaban, reconociendo nuestra fuerza.

Kael me abrazó, protegiéndome mientras nuestros poderes se equilibraban. —Nunca había sentido algo así —dijo, jadeando—. Es… puro, pero peligroso.

Asentí, sintiendo el mareo y la emoción a partes iguales. —Esto… esto podría cambiarlo todo. Pero también podría destruirnos si no aprendemos a controlarlo.

El silencio volvió gradualmente. El viento se calmó, y el eco de nuestra fusión resonó por la cámara vacía. Las ruinas, aunque heridas, permanecían en pie, testigos mudos de nuestra fuerza.

Nos miramos, exhaustos pero conectados. En ese momento entendí algo esencial: no era solo magia, era amor. Nuestra fusión no era un accidente ni un capricho del Corazón del Alba. Era la culminación de todo lo que habíamos vivido, un poder que podía crear o destruir, pero solo si permanecíamos unidos.

—Kael —susurré, acercándome—. Nunca pensé que sentiría algo así… que nuestra unión sería capaz de esto.

Él sonrió débilmente, pero sus ojos brillaban con determinación. —Yo tampoco. Pero debemos aprender a controlarlo. Este poder… es nuestro ahora.

Avanzamos hacia lo que parecía un santuario interior, más protegido, donde las paredes estaban intactas y las inscripciones eran más nítidas. Allí, la luz del altar se filtraba en haces que formaban símbolos que se movían, como si intentaran enseñarnos algo.

—Mira —dijo Kael, señalando un patrón de runas que se iluminaba en sincronía con nuestra respiración—. Es como si reaccionaran a nuestra unión. No solo al poder, sino al latido de nuestros corazones.




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