Arien
El amanecer nos encontró todavía entre las ruinas, el aire impregnado del resplandor de la fusión de fuego y hielo que nos envolvía. Sin embargo, había algo distinto. La energía que antes nos unía parecía inestable, como si pulsara de forma irregular dentro de nosotros. Cada respiración traía consigo un temblor de mi fuego interior, y sentía cómo Kael, a mi lado, luchaba con su hielo, intentando contener la misma corriente que nos había hecho invencibles un día antes.
—Kael… —mi voz sonó débil, casi un susurro—. Siento… como si algo intentara separarnos desde dentro.
Él me observó, frunciendo el ceño, y pude ver el reflejo de mi fuego mezclándose con su hielo en sus ojos. —Lo sé —dijo con voz tensa—. No es solo nuestra magia. Es… la fusión. Está empezando a afectar nuestros cuerpos.
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral y mi fuego tembló, encendiéndose más de lo que pretendía. Intenté controlarlo, respirando hondo, pero Kael me sostuvo de la mano y nuestras energías chocaron, produciendo un destello que iluminó la ruina completa.
—¡Cuidado! —exclamó él—. Si no aprendemos a equilibrarlo, podría destruirnos antes de que siquiera lleguemos al enemigo.
Sentí su miedo y mi propio temor mezclarse en un torbellino de poder y emoción. Durante un instante, el mundo desapareció. Solo quedábamos nosotros, entrelazados en un remolino de luz, calor y frío.
—No quiero perderte —susurré, apoyando mi frente contra la suya—. Ni un segundo.
—Nunca lo harás —respondió él, pero su voz traicionaba la tensión que lo consumía—. Solo debemos aprender a compartir la carga.
Kael
Sentir a Arien tan cerca, tan frágil y al mismo tiempo tan poderosa, era una tortura y un privilegio a la vez. La fusión nos había dado un poder inimaginable, pero también nos había vuelto vulnerables: cada emoción, cada miedo, cada duda se convertía en un pulso de energía que amenazaba con desbordarnos.
Mientras caminábamos entre las ruinas hacia la salida, el suelo temblaba bajo nuestros pies, y las paredes caídas de la antigua fortaleza parecían susurrar advertencias. Las runas grabadas en el mármol aún brillaban débilmente, como si reaccionaran a nuestro pulso combinado, pero también a nuestras inseguridades.
—Kael… ¿sientes eso? —Arien me preguntó, su voz temblorosa.
Asentí. —Sí. La fusión… ya no es solo un vínculo. Está viva. Y creo que empieza a reclamar… algo de nosotros.
Arien me miró con ojos grandes, y en ellos vi el reflejo de mis propios miedos: no la pérdida del otro, sino el miedo a fallar, a que nuestra unión se convirtiera en un arma que no pudiéramos controlar.
—Tenemos que detenernos un momento —dijo ella, su fuego temblando a su alrededor—. Si seguimos avanzando así, no sobreviviremos hasta enfrentar a nuestros enemigos.
Asentí. —Está bien. Pero debemos estar juntos, siempre. —Extendí mi mano hacia ella, y nuestras energías se entrelazaron de nuevo, buscando equilibrio.
Arien
Nos detuvimos en lo que parecía un antiguo mirador, un balcón de piedra sobre el vacío que una vez fue un patio central. La luz del sol se filtraba entre las nubes, iluminando los fragmentos de runas y escombros a nuestro alrededor. La fusión brillaba suavemente, pero podía sentir un tirón, como si nuestra magia quisiera separarnos.
—Kael… no sé si podré mantener esto mucho más tiempo —dije, sintiendo mi corazón latir con fuerza—. Cada vez que intentamos controlar la energía… siento que algo dentro de mí se rompe.
Él me abrazó con fuerza. —Entonces no lo controles sola. Déjalo fluir a través de los dos. Somos uno en esto.
Intenté concentrarme en su ritmo, en su respiración, pero una ola de energía surgió de repente, y nuestras manos se iluminaron con un resplandor intenso. Un fragmento de piedra se desintegró en el aire y sentí un ardor que me recorrió los brazos y la espalda.
—¡Ah! —grité, sosteniéndome de la pared.
Kael me sostuvo, tratando de absorber parte de la energía con su hielo. —Arien… respira. Siente mi frío… déjalo mezclarse con tu fuego.
Lo hice. La corriente vibró entre nosotros, oscilando entre calma y furia. Era hermoso, aterrador y estremecedor a la vez. Sentí cada emoción de Kael, cada duda, cada miedo… y su amor. Todo se fundió en mí, y por un momento, la sensación fue perfecta, completa.
—Kael… puedo sentirlo todo… —susurré—. Tu miedo, tu dolor… y tu amor.
—Y yo el tuyo —dijo, sus labios rozando mi frente—. Esto es lo que nos hará invencibles… si aprendemos a controlarlo.
Kael
Nos quedamos unos minutos en silencio, simplemente respirando y dejando que la fusión se asentara. Pero la paz fue breve. Una vibración proveniente de la profundidad de las ruinas nos alertó. Las paredes temblaron, y del suelo surgieron fragmentos de energía oscura, respondiendo a nuestra presencia.
—No puede ser… —susurré—. Esto es… antiguo, peligroso.
Arien se adelantó un paso, su fuego iluminando las sombras. —Algo nos está observando. Algo que ha dormido aquí durante siglos.
Y entonces lo vimos: una figura espectral emergiendo del altar derruido, mitad sombra, mitad energía pura, con ojos que brillaban como brasas congeladas. Su presencia era intimidante, y cada vez que parpadeaba, sentíamos que nuestra fusión vibraba de manera incontrolable.
—¡Arien! —grité, extendiendo mis manos para sostenerla—. Esto no es humano. Es una manifestación de las ruinas, del poder antiguo que hemos despertado.
Ella asintió, y nuestras manos se entrelazaron. —Juntos —susurró—. Solo así podremos…
Y antes de que pudiera terminar, la energía combinada estalló. Fuego y hielo se dispararon hacia la figura espectral, envolviéndonos en un torbellino de luz y sombras. La criatura chilló, y la vibración hizo que partes de las ruinas colapsaran. Sentí un dolor intenso en el pecho, como si nuestro poder nos estuviera consumiendo desde dentro.