Kael
El sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, tiñendo el cielo de un naranja profundo que se mezclaba con un azul casi púrpura. Caminábamos en silencio por el sendero que llevaba hacia la antigua meseta del Eclipse, un lugar mencionado en las inscripciones que Arien y yo habíamos encontrado en las ruinas antiguas. Se decía que allí, durante los eclipses, la energía del mundo se volvía más intensa, y quienes dominaran su poder podrían alterar el destino.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda mientras observaba a Arien a mi lado. Su fuego interior palpitaba débilmente, como un corazón que se adaptaba al mío, pero podía sentir la tensión que le producía la prolongada fusión de nuestros poderes. Cada paso que daba parecía arrastrar un eco de nuestra magia por el suelo, y las piedras del sendero respondían con un brillo azul y dorado, reflejando el fuego y el hielo que nos unían.
—Kael —susurró ella, rompiendo el silencio—. ¿Sientes lo mismo que yo? La energía… está más fuerte aquí.
Asentí, sin quitar los ojos del horizonte. —Sí. Es como si el mundo mismo nos advirtiera que nos estamos acercando al límite de lo que podemos controlar.
El camino serpenteaba entre acantilados y bosques secos, y cada sombra parecía moverse a nuestro alrededor, proyectando formas que se asemejaban a guerreros y dioses antiguos. La fusión se agitaba, vibrando al ritmo de nuestro miedo y nuestra emoción. Sabía que si perdíamos la concentración, incluso por un instante, nuestro poder podría desatarse y devastar todo a nuestro alrededor.
—Arien… debemos mantenernos sincronizados —dije, tomando su mano—. No solo para protegernos, sino para no perder lo que somos en esta fuerza.
Ella asintió, apoyando su frente contra mi hombro. —Lo sé, Kael. Lo siento… cuando la energía aumenta, siento que… me está cambiando.
—Y nos cambiará —respondí—. Pero juntos podemos controlarlo. Siempre juntos.
El viento soplaba más fuerte a medida que nos acercábamos al borde de la meseta. Desde allí, podíamos ver el valle extendiéndose hacia la distancia, y por primera vez sentí que nuestro destino se hacía tangible: el Corazón del Alba había marcado el camino, y nosotros estábamos caminando hacia un umbral que ni los antiguos habían cruzado completamente.
—Mira —dijo Arien, señalando hacia una estructura de piedra al borde de la meseta—. Esa debe ser la cámara del Eclipse.
La estructura era un arco de piedra gigantesco, con inscripciones en relieve que brillaban con la luz de nuestra fusión. El suelo estaba marcado con símbolos de fuego y hielo entrelazados, y una grieta central parecía irradiar una energía que nos llamaba.
—Kael… —dijo Arien con un hilo de voz—. Siento que si cruzamos ese umbral, nada volverá a ser igual.
—Lo sé —respondí—. Y debemos estar preparados para eso.
Caminamos hacia el arco, y cada paso que dábamos hacía que nuestra fusión vibrara más fuerte. Sentí cómo el hielo de mi interior intentaba contener el fuego de Arien, y cómo el fuego de ella buscaba expandirse, deseando abarcar todo. Era hermoso, pero también peligroso.
—Kael… ¿y si no podemos controlarlo? —preguntó ella, con los ojos brillando de miedo y determinación a la vez.
—Entonces nos tenemos el uno al otro —respondí, apretando su mano—. No solo para contener la magia, sino para mantenernos humanos, mantenernos nosotros.
Al cruzar el umbral, un estallido de luz nos envolvió. La energía del Eclipse reaccionó a nuestra fusión, amplificando cada emoción, cada recuerdo, cada latido de nuestros corazones. Sentí mi mente llenarse de imágenes: los primordiales luchando entre sí, los sacrificios de antiguos amantes que habían intentado dominar la fusión, y nuestra propia historia, escrita en fuego y hielo, latiendo en perfecta sincronía.
—¡Kael! —exclamó Arien—. ¡Es demasiado!
—No podemos resistirla solos —dije, abrazándola con fuerza—. Solo juntos podemos equilibrarlo.
La luz nos envolvió completamente. Por un instante, no éramos Kael y Arien. Éramos la fusión misma, una corriente de energía que pulsaba al ritmo del corazón del mundo. Sentí cómo la magia del pasado fluía a través de nosotros, y comprendí que estábamos siendo juzgados, probados por fuerzas que ni los dioses antiguos habían enfrentado juntos.
—Arien… —susurré, con la voz temblando—. Siento… que estamos tocando el límite. Que esto… puede cambiarlo todo.
Ella asintió, sus ojos cerrados mientras nuestra energía se mezclaba en un remolino de luz y calor. —Lo sé, Kael… y aún así… no quiero retroceder.
Por un momento, la fusión se descontroló, y una explosión de fuego y hielo estalló a nuestro alrededor. La energía iluminó el cielo, proyectando sombras de nosotros mismos en las paredes de la meseta, como si el mundo estuviera observando nuestro poder. Cada chispa, cada fragmento de energía, parecía tener voluntad propia, buscando equilibrio entre creación y destrucción.
—¡Arien! —grité—. ¡Concéntrate en mí!
Ella me tomó de la mano con fuerza, y lentamente, la corriente de energía comenzó a estabilizarse. Sentí cada emoción suya, cada miedo y cada amor, mezclándose con los míos, hasta que la fusión se convirtió en un flujo constante y controlado. La luz disminuyó, y por primera vez respiré sin sentir que todo podía explotar a nuestro alrededor.
—Lo logramos —susurró Arien, apoyándose contra mi pecho—. Pero… esto solo es el comienzo.
—Sí —respondí, abrazándola—. Hemos cruzado el umbral, pero aún hay caminos que debemos recorrer, pruebas que debemos superar.
Caminamos hacia el centro de la cámara, donde un pedestal sostenía un fragmento de cristal negro que latía como un corazón. Nuestra fusión reaccionó a él, proyectando símbolos que no habíamos visto antes: mapas de reinos antiguos, guardianes dormidos, templos que debíamos descubrir y proteger.
—Kael… —dijo Arien—. Esto nos está mostrando la verdad de la profecía.