El latido del Fénix

Capitulo 25: La Senda de los Guardianes

Arien

El amanecer se filtraba entre los picos escarpados de la meseta del Eclipse, proyectando sombras largas sobre la senda que nos llevaba hacia el corazón de los reinos olvidados. El aire olía a tierra mojada y piedra antigua, y a medida que avanzábamos, podía sentir cómo la fusión que compartíamos con Kael reaccionaba a cada piedra, cada árbol, cada susurro del viento.

—Kael… —susurré, tomando su mano mientras caminábamos—. Siento que estamos entrando en algo mucho más grande que nosotros.

Él asintió, su mirada fija en el sendero que se perdía entre acantilados y ruinas cubiertas de musgo. —Sí. Los fragmentos que hemos reunido… nos están llevando hacia los guardianes.

Los Guardianes. La palabra resonó en mi mente con fuerza. Según las inscripciones que habíamos descifrado en las ruinas antiguas, los Guardianes eran entidades ancestrales que protegían los secretos de los primordiales, pruebas vivientes que evaluaban la pureza, la fuerza y la unión de aquellos que portaban la fusión de fuego y hielo. Cada paso que daba, podía sentir cómo nuestra magia se agitaba, como si respondiera al latido de los Guardianes que nos aguardaban.

—Arien… —dijo Kael con una voz baja, casi un susurro—. Debemos mantenernos unidos en todo momento. Si nos separamos, aunque sea por un instante… los Guardianes sabrán que no estamos sincronizados.

Asentí, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda. Su advertencia era más que prudencia: era la verdad. La fusión nos había dado un poder formidable, pero también una vulnerabilidad que solo podía ser mitigada si permanecíamos absolutamente conectados, corazón con corazón, mente con mente.

—Lo sé, Kael —dije, apretando su mano con fuerza—. Y no voy a dejar que esto nos separe.

Caminamos hasta un claro donde tres estatuas colosales nos esperaban. Cada una representaba un elemento: fuego, hielo y sombra, y sus ojos de piedra parecían seguirnos a medida que avanzábamos. El suelo estaba marcado con runas que brillaban débilmente con nuestra presencia.

—Estos deben ser los Guardianes —susurré, inclinándome para observar las inscripciones—. Nos están examinando.

Kael respiró hondo y extendió sus manos, haciendo que su hielo respondiera a mi fuego. —Entonces demostremos que somos dignos —dijo con determinación—. Juntos.

Tomé un profundo respiro y sentí cómo nuestra fusión se intensificaba. La energía que emanaba de nosotros no era solo mágica: era amor, confianza, miedo, coraje. Todo se mezclaba en un flujo constante que iluminó las runas del suelo, proyectando símbolos en el aire que danzaban alrededor de nosotros.

De repente, las estatuas cobraron vida. Sus movimientos eran lentos, majestuosos, y cada paso resonaba como un tambor antiguo. No eran simples figuras de piedra; estaban imbuidas de magia primordial, y su mera presencia hacía que el aire vibrara con poder.

—Kael… —susurré, aferrándome a su brazo—. Esto es más real de lo que imaginé.

—Lo sé —respondió él—. Mantente concentrada. Cada movimiento, cada respiración cuenta.

La primera estatua, la del fuego, levantó un brazo hacia nosotros, y un torrente de llamas surgió del suelo. Mi fuego respondió de inmediato, fusionándose con el suyo, pero también con el hielo de Kael. El choque fue devastador, y sentí cómo la corriente nos atravesaba, evaluando nuestra sincronización.

—Arien… —dijo Kael, su voz tensa—. Siente mi ritmo, no intentes controlar solo tu fuego.

Lo hice. Cada chispa, cada llama, cada pulso de energía se mezcló en un flujo armonioso, y por un instante, fui consciente de que nuestra unión podía superar cualquier obstáculo. La estatua asintió lentamente, como aprobando nuestro control, y las llamas se apagaron suavemente.

—Uno menos —susurré, con un hilo de alivio—. Pero aún quedan dos.

La segunda estatua, la del hielo, comenzó a girar lentamente, proyectando un frío intenso que hacía que mi fuego temblara de manera natural. Kael me tomó de la mano y juntos absorbimos la energía, dejando que nuestra fusión equilibrara el calor y el frío en un flujo constante. El hielo se curvó alrededor de nosotros, sin herirnos, como si reconociera nuestra fuerza y unión.

—Esto… —dije jadeando—. Es increíble, Kael. Nunca había sentido algo así.

—Ni yo —respondió él—. Es hermoso y aterrador a la vez. Pero debemos mantener la concentración. El último será el más difícil.

La tercera estatua, la de sombra, emergió de la penumbra con una rapidez que nos tomó por sorpresa. Sus ojos brillaban con una luz oscura, y un peso invisible cayó sobre nuestros hombros, intentando separarnos, romper nuestra sincronía. Sentí cómo nuestra fusión vacilaba, cómo cada chispa de fuego y cada fragmento de hielo buscaban caminos opuestos.

—Kael… —susurré, con la voz temblando—. Nos está empujando al límite.

Él me sostuvo con fuerza, y sentí cómo su hielo respondía a mi fuego, creando un equilibrio perfecto. —No nos separará —dijo—. Debemos enfrentarlo juntos.

Un torbellino de energía nos rodeó. Cada pensamiento, cada emoción, cada latido de nuestros corazones se amplificó, y por un momento, el mundo desapareció. Solo existíamos nosotros, fusionados en una corriente de poder que iluminaba la cámara y proyectaba nuestras sombras en las paredes.

Sentí miedo, amor, coraje, desesperación… todo al mismo tiempo, y comprendí que la sombra no solo era un enemigo: era un reflejo de nosotros mismos, de nuestra vulnerabilidad, de los límites de nuestra unión.

—Arien… confía en mí —susurró Kael, mientras su hielo se entrelazaba con mi fuego—. No podemos fallar.

Lo hice. Dejé que su energía guiara la mía, y juntos empujamos contra la sombra, contra nuestros miedos, contra la fuerza que intentaba dividirnos. La fusión se intensificó, hasta que la sombra finalmente se disolvió, dejando un rastro de luz que iluminó las runas del suelo.

—Lo logramos —susurré, apoyándome en él—. Pero… esto nos está cambiando.




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