Kael
El aire estaba cargado de electricidad cuando atravesamos el corredor que conectaba el Corazón del Eclipse con la cámara superior. Cada paso resonaba con un eco de poder antiguo, como si los muros mismos estuvieran vivos, observándonos, evaluando nuestra unión. La Llama Dividida vibraba con intensidad, reflejando en su fulgor las emociones que sentíamos: miedo, amor, coraje, y un hilo de anticipación que nos empujaba hacia adelante.
—Arien… —susurré, tomando su mano mientras avanzábamos—. Siento que estamos entrando en la etapa más peligrosa de nuestra fusión.
Ella asintió, sus ojos brillando con la luz de nuestro poder. —Lo sé, Kael… y siento que cada latido nuestro afecta a todo a nuestro alrededor. Es… abrumador.
Cada paso que dábamos hacía que nuestra unión brillara con fuerza. La magia que emanaba de nosotros no solo respondía a nuestras emociones, sino que parecía tener vida propia, anticipando movimientos, evaluando decisiones, y probando la fortaleza de nuestra sincronía. Había momentos en que el fuego de Arien deseaba expandirse sin control, y mi hielo debía contenerlo con precisión para no desbordar la energía del lugar.
—Debemos concentrarnos —dije—. No podemos permitir que la fusión nos domine. Debemos dominarla nosotros.
Ella asintió, apretando mi mano. Sentí cómo nuestras respiraciones se sincronizaban, y por un instante, toda la energía del mundo parecía fluir a través de nosotros, pulsando al ritmo de nuestros corazones combinados.
—Kael… —susurró Arien—. Siento que nuestras almas… se están tocando de una manera que nunca había sentido antes. Es como si ya no hubiera límites entre nosotros.
—Eso es la convergencia —respondí—. No solo magia… es nuestro amor, nuestra confianza, todo lo que somos. Ahora se fusiona con el mundo mismo.
Al llegar a la cámara superior, un espectáculo nos dejó sin aliento. La sala era un domo cristalino, suspendido sobre un vacío que reflejaba infinitos cielos estrellados. En el centro, un pedestal sostenía un fragmento del Corazón del Eclipse que latía con luz propia. Cada latido enviaba ondas de energía que respondían directamente a nuestra fusión.
—Arien… —dije, sintiendo el peso de la situación—. Todo aquí está reaccionando a nosotros. Cada chispa de nuestra Llama Dividida afecta a la cámara entera.
Ella respiró hondo, acercándose a mí. —Lo sé, Kael… es como si nos estuviera evaluando. Como si el mundo mismo nos pidiera demostrar que somos dignos.
Al tocar juntos el pedestal, la energía estalló a nuestro alrededor, formando un torbellino de luz que nos envolvió. Sentí cómo la fusión alcanzaba su punto máximo: fuego y hielo, amor y fuerza, miedo y coraje, todo entrelazado en un flujo constante. Por un instante, no éramos dos; éramos uno. Y ese uno era más poderoso que cualquier fuerza que hubiera conocido.
—Arien… confía en mí —susurré, sintiendo cómo nuestra energía se amplificaba—. Debemos dejar que la fusión fluya, no luchar contra ella.
Ella asintió, y de repente, nuestras emociones, recuerdos y pensamientos se proyectaron en la cámara. Era como si el mundo pudiera ver lo que nos mantenía unidos: cada sacrificio, cada miedo superado, cada instante de amor compartido. La convergencia de nuestras almas no solo potenciaba nuestra magia, sino que nos enseñaba cómo usarla, cómo equilibrarla, cómo transformarla en una fuerza que ningún enemigo podría destruir.
Un sonido profundo resonó desde el vacío: un rugido que vibraba a través de nuestros huesos, anunciando la llegada de un desafío final. La cámara se estremeció, y la luz del pedestal se expandió, proyectando sombras de guerreros y dioses antiguos que parecían cobrar vida.
—Kael… —dijo Arien, su voz temblando—. Esto… esto no es solo una prueba de poder. Es una prueba de nosotros, de nuestra unión, de nuestro amor.
—Lo sé —respondí, abrazándola mientras nuestras energías se entrelazaban—. Y no podemos fallar. La convergencia de nuestras almas es nuestra fuerza. Mientras permanezcamos juntos, nadie podrá separarnos.
Las sombras se materializaron en formas de guerreros ancestrales, lanzando ataques de fuego, hielo y oscuridad. Cada movimiento requería que la fusión se ajustara, equilibrando cada chispa y fragmento de energía. La Llama Dividida se volvió un torbellino constante que nos envolvía, protegiéndonos y guiándonos, enseñándonos a anticipar, a reaccionar y a sincronizar cada acción.
—Arien… concéntrate en mí —grité mientras esquivábamos un ataque—. Siente mi flujo, no tu poder individual.
Lo hizo. Cada chispa de su fuego se mezcló con mi hielo, y juntas formaron un patrón que repelió la embestida de las sombras. Por un momento, la convergencia nos hizo invencibles: cada latido, cada respiración, cada pensamiento fluía como un río interminable de energía combinada.
Pero la prueba no terminó ahí. Una presencia más oscura emergió del vacío, un ser que parecía absorber todo a su alrededor: un Guardián primordial olvidado, creado para evaluar a quienes portaran la fusión. Sus ojos brillaban con un poder tan antiguo que sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
—Kael… —susurró Arien, su fuego temblando—. Esto… no podemos derrotarlo solo con fuerza.
—Lo sé —respondí—. Debemos usar la convergencia de nuestras almas, no solo la magia. Nuestro amor, nuestra unión, nuestra confianza… eso es lo que nos hará más fuertes que él.
Nos tomamos de las manos y permitimos que nuestras energías fluyeran completamente. Cada chispa de fuego, cada fragmento de hielo, cada recuerdo compartido, cada promesa de amor, todo se mezcló en un flujo que iluminó la cámara. La Llama Dividida se expandió hasta llenar todo el espacio, convirtiéndonos en un torbellino de luz y sombra que abrazaba al Guardián primordial.
—Arien… juntos —susurré—. Todo depende de nuestra unión.
Ella asintió, sus ojos brillando con determinación y amor. —Siempre, Kael.