Lunargenta nunca dormía, o al menos esa era la impresión que le daba a Amara cada vez que recorría sus calles. La ciudad palpitaba con vida: luces que nunca se apagaban, coches que nunca dejaban de circular y un ruido constante que casi parecía formar parte del aire que se respiraba. Sin embargo, había algo distinto esa noche. Un rumor inquietante que llenaba cada rincón de las avenidas. Desapariciones. Siete en el último mes. Personas comunes que se desvanecían sin dejar rastro. Y ella estaba decidida a descubrir la verdad.
La calle que llevaba al bosque de **Sombra de Plata** era un lugar que pocos osaban recorrer de noche. Amara sabía que allí sería su mejor oportunidad. Había algo en ese bosque que inquietaba incluso a los más valientes. Pero para ella, que había crecido rodeada de historias de viejas leyendas y misterios, aquello era un imán imposible de resistir. Con su cámara colgada al cuello y una linterna en la mano, dio el primer paso hacia los árboles altos y densos, sabiendo que cruzar esa línea significaría un antes y un después.
La luna llena iluminaba el sendero con una claridad casi irreal. **Era hermoso y aterrador al mismo tiempo.**
Mientras caminaba, los ruidos del bosque parecían amplificados: las ramas crujían bajo sus pies, el viento susurraba entre las hojas y, de vez en cuando, un aullido lejano le recordaba que no estaba sola.
Justo cuando estaba a punto de girar de vuelta, un sonido fuerte y desconcertante detuvo su respiración. Era un gruñido. No uno cualquiera, sino algo gutural, profundo, que hizo vibrar el aire a su alrededor. Amara apagó su linterna de inmediato, buscando refugio tras un árbol. **Su corazón latía con fuerza, cada golpe un eco en sus oídos.** Al asomarse, vio algo que jamás podría haber imaginado.
En el claro, donde la luna iluminaba con más intensidad, un grupo de figuras se movía con una precisión casi coreografiada. No eran humanos, o al menos no completamente. Sus cuerpos eran enormes, musculosos, con garras y ojos que brillaban con un destello dorado. Lobos. Pero también hombres.
El líder, claramente distinguible por su postura dominante y su tamaño descomunal, daba órdenes en un idioma que Amara no entendía. Había una fuerza en él que no podía explicarse, algo que hacía que incluso a la distancia ella pudiera sentir el peso de su presencia. Era imponente y aterrador, pero también hipnótico.
De repente, los ojos del líder se dirigieron hacia ella. Directamente hacia donde estaba escondida.
**Amara contuvo la respiración. ¿Cómo era posible? Estaba completamente a oscuras, ocultándose en las sombras.**
—Sal —dijo él, con una voz profunda que resonó como un trueno. No era una petición. Era una orden.
Amara sintió que sus piernas temblaban, pero se obligó a moverse. Sabía que correr no era una opción. Salió del refugio del árbol, apretando su cámara contra el pecho. Los demás lobos se giraron hacia ella, mostrando sus dientes en un gesto que estaba lejos de ser amistoso.
—¿Quién eres y qué haces aquí? —preguntó el líder, acercándose. Su forma comenzó a cambiar mientras hablaba, sus garras encogiéndose, su cuerpo volviendo lentamente a la apariencia de un hombre. Un hombre de rasgos afilados, ojos dorados como el fuego, y una fuerza que parecía emanar de cada fibra de su ser.
—Soy... Amara. Yo... solo estaba investigando —dijo, con la voz quebrada.
—¿Investigando? —repitió él, acercándose lo suficiente como para que ella pudiera sentir el calor que irradiaba su cuerpo—. No tienes idea del peligro en el que te estás metiendo.
Ella levantó la barbilla, luchando contra el miedo que la paralizaba.
—Entonces tal vez deberías explicármelo.
El alfa la observó por un momento, evaluándola. Había algo en ella que no cuadraba. Una fragancia distinta, un aura que lo confundía. Antes de que pudiera responder, uno de los lobos de la manada habló:
—Alfa, debemos movernos. Hay humanos cerca.
El líder asintió, pero no apartó la mirada de Amara.
—Vuelve a casa. Olvida que alguna vez estuviste aquí —dijo finalmente, antes de darse la vuelta.
Amara, sin embargo, sabía que no podía simplemente olvidar. Había encontrado algo mucho más grande de lo que imaginaba, y aunque el miedo la consumía, no podía evitar sentir que ese encuentro era solo el comienzo.