El ruido de la rama quebrándose resonó en el silencio del bosque como un disparo en la noche. Amara, a pesar de que había prometido a sí misma mantenerse firme, sintió cómo su cuerpo la traicionaba al retroceder un paso. Kalen se giró instintivamente, colocando su cuerpo entre ella y el origen del ruido, adoptando una postura de alerta. Sus movimientos eran fluidos, casi felinos, como si estuviera a punto de abalanzarse sobre una presa invisible.
—Te dije que te fueras —murmuró Kalen, sin voltear a verla, sus palabras cargadas de tensión.
—No voy a irme hasta que sepa qué está pasando aquí —replicó Amara, con más valentía de la que en realidad sentía. Un escalofrío le recorrió la espalda, y sus manos se cerraron en puños, las uñas clavándose en sus palmas.
Antes de que Kalen pudiera responder, una figura emergió entre las sombras. Era un hombre robusto, vestido con ropa de camuflaje, con un rifle colgado del hombro y una expresión de desconfianza. Su presencia era escalofriante, pero Kalen no se movió ni un centímetro.
—¿Tienes compañía esta noche, Kalen? —preguntó el hombre, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—No es tu asunto, Marcus —respondió Kalen con voz gélida. Sus ojos dorados brillaban con un destello peligroso bajo la luz de la luna.
Amara se quedó inmóvil. Ese hombre... parecía conocer a Kalen desde hace mucho tiempo, como si compartieran un secreto oscuro. Cada fibra de su ser le gritaba que debía mantenerse en silencio, pero su curiosidad era imposible de controlar.
—Llevas semanas en mi bosque, Marcus. Si no quieres problemas, será mejor que desaparezcas ahora mismo —advirtió Kalen.
Marcus inclinó la cabeza hacia un lado, como si evaluara su posición.
—Tendrás que perdonarme si no tomo tus órdenes en cuenta. Estoy aquí por negocios. Y tú, más que nadie, sabes que los negocios siempre son mi prioridad —dijo Marcus, con una sonrisa aún más siniestra.
Kalen dio un paso hacia él, su estatura eclipsando al cazador. El aire entre ambos era denso, como si una tormenta estuviera a punto de desatarse.
—Escucha con atención, Marcus. No hay cabida para tus juegos aquí. Y si encuentro a alguno de los tuyos cruzando esta línea otra vez, no será una advertencia lo que reciban.
Amara apenas podía procesar lo que estaba sucediendo. Las palabras de Kalen eran más que amenazas; eran un recordatorio de que este bosque no era territorio neutral.
—Como desees, Alfa —dijo Marcus finalmente, con un leve tono burlón antes de retirarse.
Un respiro tenso
Cuando Marcus se perdió entre las sombras, Amara dejó escapar un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. Kalen se volvió hacia ella, su rostro endurecido y severo.
—¿Estás satisfecha ahora? —preguntó con brusquedad—. Tu curiosidad pudo haberte costado caro.
Amara lo miró a los ojos, recuperando parte de su confianza.
—¿Quién era él? Y, más importante, ¿por qué te llamó “alfa”?
Kalen soltó un bufido. La humana era testaruda. Había enfrentado a Marcus con menos desafío del que esta mujer parecía poseer.
—Marcus es un cazador. Y no estoy hablando de ciervos o jabalíes. Si hubiera visto lo que eres capaz de hacer, probablemente no habrías salido viva de aquí.
Amara frunció el ceño, confundida.
—¿Cazador? ¿De hombres lobo? ¿Por qué tú y él parecen tener un... acuerdo?
Kalen dio un paso más cerca de ella, lo suficiente como para que su imponente figura la obligara a levantar la mirada.
—¿Siempre haces tantas preguntas? —dijo, sin responder directamente—. El hecho de que sigas aquí es un problema para mí. Y para ti.
—Entonces explícame, Kalen. Si mi vida está en peligro, merezco saber por qué —respondió ella, sus palabras rápidas y directas.
Por un momento, Kalen pareció debatirse entre su instinto de proteger a la manada y una inexplicable necesidad de proteger a Amara. Finalmente, inclinó la cabeza, rindiéndose un poco a su urgencia.
—Este bosque es nuestro refugio. Nuestra frontera. Y cualquier humano que cruza la línea, como tú lo hiciste, pone todo en riesgo. Si Marcus supiera quién soy realmente, o quién eres tú...
Amara abrió los ojos como platos.
—¿Quién soy yo? —preguntó, desconcertada.
Kalen apretó la mandíbula, guardando silencio por unos segundos antes de sacudir la cabeza.
—No importa. Lo que importa es que debes mantenerte alejada de aquí, Amara. Por tu propio bien.
La manera en que pronunció su nombre la hizo estremecerse, pero no de miedo. Había algo en la intensidad de su voz que removía algo profundo en su interior.
—¿Vas a seguirme para asegurarte? —preguntó, levantando una ceja.
Kalen soltó una leve sonrisa, la primera que había visto en él. Pero tan rápido como apareció, desapareció.
—No tendrás que volver si sabes lo que te conviene.
Sin decir más, Kalen se dio la vuelta y desapareció en el bosque. Amara quedó sola, con más preguntas que respuestas, y un corazón que latía con una fuerza salvaje. ¿Se iría para no ponerla en peligro, o para protegerla?