El Latido Salvaje

Capítulo 5: Los secretos del alfa

La ciudad de Lunargenta, con su vibrante mezcla de modernidad y misticismo, seguía su curso ajena al torbellino emocional que consumía a Amara. De vuelta en su apartamento, la mente le zumbaba con preguntas sin respuesta, y el recuerdo de Kalen, con su advertencia y su aroma a bosque y tormenta, la mantenía en vilo. A pesar del miedo, la fascinación por él y su mundo seguía ganando la batalla. Su advertencia, "No estás sola en este bosque. Y ellos no serán tan amables como yo", resonaba en su mente, pero en lugar de alejarla, encendía una llama de curiosidad y, debía admitirlo, de desafío.

Sentada en su pequeño escritorio, rodeada de libros y las notas que había tomado de la biblioteca —un revoltijo de leyendas sobre hombres lobo, símbolos arcanos y rituales olvidados—, Amara repasó lo que sabía. Los hombres lobo eran reales. Y Kalen, con su presencia magnética, su mirada que quemaba y esa extraña mezcla de peligro y protección, era su alfa. Había algo en él, una intensidad que la atraía y la asustaba a partes iguales. ¿Por qué me protege?, se preguntó, recordando su intervención en el bosque.
Pasó horas sumida en sus pensamientos, repasando cada encuentro, cada palabra, cada mirada. El amanecer la sorprendió, tiñendo la habitación de un resplandor dorado, sin haber encontrado respuestas, solo más preguntas. Decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Debía actuar. Debía investigar.

Las Decisiones del Alfa

Mientras tanto, en el refugio subterráneo de la manada, un espacio que combinaba la tosquedad de una caverna con la funcionalidad de una base militar, Kalen caminaba de un lado a otro, incapaz de conciliar el sueño. El refugio, excavado en la roca bajo el Bosque de Silverwood, olía a tierra húmeda, a metal y a la inconfundible esencia de lobo. Las luces tenues, alimentadas por generadores ocultos, iluminaban las paredes de piedra, creando sombras danzantes. Pero la mente de Kalen estaba atrapada en un dilema mucho más antiguo y visceral: Amara.

Desde el momento en que la había visto en el bosque, con su cabello oscuro enmarcando un rostro lleno de determinación y sus ojos verdes brillando con una mezcla de miedo y curiosidad, algo en ella había despertado un instinto que él creía enterrado. Un instinto protector, posesivo, peligroso.

Un instinto que amenazaba con romper el férreo control que había mantenido sobre su vida y sobre su manada durante años. Es solo una humana, se repetía. Una humana que no debería significar nada para mí.

Rowan, su segundo al mando y amigo de confianza, lo interceptó en uno de los pasillos, con el ceño fruncido.

—Marcus está siendo vigilado —informó Rowan, su voz grave resonando en el espacio cerrado—. Pero ha aumentado su actividad cerca de la frontera. Y no está solo. Hemos detectado rastros de varios cazadores que están con él.

Kalen asintió, deteniéndose frente a un mapa toscamente dibujado del Bosque de Silverwood y sus alrededores, que colgaba de una de las paredes de roca.

—Dobla la vigilancia —ordenó, su voz firme y autoritaria—. Que nadie cruce nuestras líneas sin permiso. Refuercen los turnos de guardia. Y manténganse atentos a cualquier humano que merodee demasiado cerca… —Hizo una pausa, y su voz se suavizó por un instante—. Especialmente a Amara.

Rowan arqueó una ceja, sorprendido y, debía admitirlo, preocupado.

—¿La humana? ¿Por qué? ¿Sigue siendo un problema? ¿Crees que está relacionada con Marcus?

Kalen apretó la mandíbula. No podía explicarle a Rowan la extraña conexión que sentía con Amara, la forma en que su aroma lo perseguía incluso en sueños, la necesidad de protegerla que lo consumía. No podía revelar su propia debilidad.

—Es curiosa —respondió, con sequedad—. Y se ha acercado demasiado a nuestra verdad. Demasiado a mí. Pero no creo que sea una amenaza… todavía. Simplemente… mantenla vigilada.

Rowan no respondió de inmediato. Su mirada, normalmente calmada y analítica, ahora reflejaba una profunda preocupación. Para Rowan, cualquier humano que supiera demasiado era un peligro potencial, una amenaza que debía ser neutralizada. Pero Kalen no estaba dispuesto a discutirlo. No ahora.

—Haré una patrulla personal esta noche —añadió Kalen, su tono indicando que la conversación había terminado—. Quiero inspeccionar la frontera yo mismo.

Rowan asintió, aceptando la orden sin cuestionarla. Pero la preocupación en sus ojos permaneció. Sabía que algo estaba cambiando en Kalen, algo relacionado con esa humana. Y ese cambio lo inquietaba profundamente.

Nuevas Pistas y un Encuentro Peligroso

Amara regresó al Bosque de Silverwood esa misma noche, pero esta vez, con un plan más definido. Recordando las leyendas que hablaban de símbolos que las manadas usaban para marcar sus territorios, decidió buscar pistas en el lugar donde había encontrado a Kalen por primera vez.

La luna llena se alzaba en el cielo, bañando el bosque en una luz plateada. El silencio era casi absoluto, roto solo por el crujir de las hojas secas bajo sus pies y el lejano ulular de un búho. El aire olía a pino y a tierra húmeda, pero esta vez, Amara detectó otro aroma, sutil pero inconfundible: el olor a lobo, a manada.

Mientras avanzaba con cautela, notó algo grabado en la corteza de un viejo roble. Era un símbolo tosco, pero claramente definido: un círculo con tres líneas diagonales cruzándolo, como garras. El símbolo de la manada, pensó.

Sacó su teléfono móvil, dispuesta a tomar una foto, pero un gruñido bajo y amenazante la detuvo en seco.

Amara se giró lentamente, con el corazón latiéndole desbocado. A pocos metros de distancia, un lobo enorme la observaba, agazapado, listo para atacar. Sus ojos, de un ámbar intenso, brillaban en la oscuridad, y sus colmillos, largos y afilados, estaban al descubierto. No era Kalen. Este lobo era más grande, más musculoso, y su pelaje era de un color gris oscuro, casi negro. Su actitud era claramente hostil.




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