—Necesito respuestas —respondió Kalen, con firmeza—. Y tú también. Y aquí, en mi refugio, estaremos a salvo para tener esta conversación, lejos de oídos indiscretos, y de otras amenazas.
El lugar, una combinación de sala de estar y centro de mando, era a la vez rústico y tecnológico. Amara se sentó en uno de los sofás de cuero, sintiendo la suavidad del material bajo sus dedos, mientras Kalen se quedaba de pie frente a ella, con los brazos cruzados sobre el pecho, como si necesitara mantener cierta distancia, una barrera física que reflejaba la barrera emocional que aún existía entre ellos.
—¿Por qué me trajiste aquí, Kalen? —preguntó Amara, con voz suave pero firme—. ¿Qué es lo que no me estás diciendo?
Kalen suspiró, como si el peso del mundo, o de su propia historia, cayera sobre sus hombros. La luz tenue del refugio resaltaba las sombras bajo sus ojos, haciéndolo parecer cansado, vulnerable.
—Te traje aquí porque… porque ya no puedo seguir ocultándote la verdad —dijo, finalmente—. Y porque necesito que entiendas, que sepas, en qué te estás metiendo. Que sepas por qué debes alejarte, y por qué, al mismo tiempo, no puedo dejar que lo hagas.
Se acercó a ella y se sentó en el sofá, pero manteniendo una distancia prudencial. Una distancia que, sin embargo, no lograba disminuir la intensidad de su presencia.
—La Esencia de Luna —comenzó, con voz grave—. Ese aroma que emanas… No es algo normal, Amara. No es algo… humano.
Amara lo miró, confundida.
—¿Qué quieres decir? —preguntó—. ¿Qué tiene de especial mi olor?
—Es una marca —respondió Kalen—. Una marca ancestral. Una señal de que perteneces a un linaje… especial. Un linaje de lobos. Nuestro linaje.
Amara se quedó sin aliento. ¿Lobos? ¿Linaje? Era como si, de repente, todas las piezas del rompecabezas encajaran, pero al mismo tiempo, formaran una imagen aún más desconcertante, más increíble.
—¿Estás diciendo… que soy como tú? —preguntó, con un hilo de voz, sintiendo que el corazón le latía con fuerza en el pecho.
Kalen asintió, pero negó a la vez.
—No exactamente —dijo—. No eres una loba común, si es que existe tal cosa. La Esencia de Luna es… una rareza. Una bendición, y una maldición. Significa que tienes un poder latente, un poder que… que aún no controlas. Un poder que te hace… atractiva. Para mí. Para mi manada. Y para nuestros enemigos.
—¿Atractiva? —repitió Amara, sintiendo que el calor subía a sus mejillas, y que la confusión se mezclaba con una extraña emoción—. ¿En qué sentido?
Kalen la miró fijamente a los ojos, y por un instante, Amara vio algo más que deseo en su mirada. Vio… anhelo. Desesperación. Y algo más profundo, algo que no podía nombrar.
—Significa que… que mi lobo te reconoce como… algo especial —dijo, finalmente, con voz ronca, evitando la palabra "compañera"—. Que te reclama. Que… que te necesita a un nivel instintivo.
Amara sintió que el mundo se tambaleaba a su alrededor. ¿Reclamar? ¿Necesitar? Era todo demasiado… increíble. Demasiado… primitivo.
—Pero… tú y yo… —comenzó a decir, pero las palabras se le atoraron en la garganta. No sabía cómo expresar la confusión, la atracción, el miedo que sentía.
—Lo sé —la interrumpió Kalen—. Es complicado. Es… contra todas las reglas. Se supone que debo proteger a mi manada, mantenernos ocultos de los humanos. Y tú… tú eres humana, o eso creíamos. Y yo… yo soy el alfa de la manada Sombraluz. Tengo responsabilidades, obligaciones… Hice un juramento.
—¿Y ese juramento te impide…? —Amara no se atrevió a terminar la frase.
Kalen la miró, y una sombra de dolor cruzó por sus ojos.
—Ese juramento me obliga a poner a mi manada por encima de todo —dijo, con voz firme—. Incluyendo mis propios… deseos.
—¿Y qué deseas, Kalen? —preguntó Amara, con voz temblorosa, sintiendo que se acercaba a un punto de no retorno.
Kalen se acercó a ella, y por un instante, Amara pensó que iba a tocarla. Pero se detuvo, a escasos centímetros de distancia.
—Deseo… muchas cosas, Amara —dijo, con voz ronca—.Cosas que no puedo tener. Cosas que no debería desear.
Y entonces, la besó. No fue un beso robado, ni un beso impulsivo. Fue un beso lento, suave, tentativo. Un beso que era más una pregunta que una afirmación. Un beso que buscaba permiso, que buscaba respuesta.
Amara, sorprendida al principio, tardó unos segundos en reaccionar. Pero luego, cerró los ojos y le devolvió el beso, con una mezcla de miedo, curiosidad y… sí, deseo. Un deseo que había estado latente, creciendo en silencio, desde el primer momento en que lo había visto.
El beso se profundizó, volviéndose más apasionado, más urgente. Kalen la atrajo hacia él, rodeándola con sus brazos, y Amara se aferró a él, como si temiera que, si lo soltaba, todo desaparecería, como un sueño.
Era la primera vez que se besaban. Y, a pesar de la confusión, del peligro, de la incertidumbre, se sintió… correcto. Como si, de alguna manera, estuvieran destinados a ese momento.
Pero la realidad, como siempre, no tardó en interrumpirlos.