Mientras Caelan se preparaba para su búsqueda nocturna en la suite del hotel, ultimando los detalles del plan con Darian y Lyra, ajeno a la presencia cercana de su hermana, en su pequeño apartamento, Amara luchaba contra una creciente inquietud. La conversación con Kalen, el beso robado, la promesa de protección, la amenaza latente de Marcus y los cazadores… y ahora, la sorprendente revelación de su posible herencia lupina, todo se arremolinaba en su mente, creando un cóctel de emociones que la mantenían al borde de un ataque de nervios.
Intentó, sin éxito, concentrarse en el trabajo pendiente, en el artículo que debía entregar al Crónica de Lunargenta, pero su mente, traicionera, seguía volviendo a Kalen, a su manada, al misterioso Bosque de Silverwood… y a esa extraña, inexplicable sensación de conexión que había sentido al mirar la luna llena. Una conexión que iba más allá de la simple atracción, más allá de la curiosidad periodística. Una conexión que hablaba de sangre, de origen, de destino.
Se levantó de la silla, sintiendo la necesidad de moverse, de escapar del pequeño espacio que la oprimía, y caminó hacia la ventana, mirando la ciudad iluminada por la luz plateada de la luna. La misma luna que, estaba segura, Kalen estaría viendo en ese mismo instante, desde algún lugar del bosque. La misma luna bajo la que, quizás, su familia había vivido durante generaciones.
De repente, un escalofrío le recorrió la espalda, no de frío, sino de… ¿presentimiento? La misma sensación de la noche anterior, la sensación de ser observada, de ser llamada. Pero esta vez, era más fuerte, más intensa, más… urgente. Y definida.
Se llevó una mano al pecho, sintiendo que su corazón latía con fuerza, con un ritmo irregular, casi doloroso. No era miedo lo que sentía, al menos no del todo. Era… ¿anticipación? ¿Reconocimiento? ¿Anhelo? Un anhelo profundo, visceral, por algo que ni siquiera sabía que había perdido.
Y entonces, lo olió. Un aroma débil al principio, casi imperceptible, pero inconfundible. Un aroma a bosque, a tierra húmeda, a pino, a… lobo. Pero no era el aroma de Kalen, esa mezcla embriagadora de tormenta y madera que la había cautivado desde el principio. No. Este aroma era diferente. Más… salvaje. Más… agreste. Más… familiar. Más… propio.
Amara cerró los ojos, intentando concentrarse en ese aroma, intentando identificarlo, ubicarlo, seguirlo. Y entonces, una imagen, fugaz, pero vívida, apareció en su mente. La imagen de un niño, un niño pequeño de cabello oscuro y ojos verdes, sus mismos ojos, corriendo por un bosque bañado por el sol, riendo, jugando, persiguiendo a una mariposa…
Caelan, pensó, sintiendo que el nombre, que había susurrado la noche anterior como una invocación, resonaba en su mente, en su corazón, en su propia sangre, con una fuerza que la dejó sin aliento. Caelan. Su hermano gemelo. El hermano que nunca supo que tenía, pero que ahora, de alguna manera, reconocía.
Abrió los ojos, sintiendo que la respiración se le cortaba, que las piernas le temblaban. ¿Era posible? ¿Podría ser él? ¿Podría estar cerca?
La sensación de conexión, de llamada, se hizo aún más intensa, casi insoportable. Y Amara, sin saber por qué, sin poder explicarlo, sintió una necesidad imperiosa de salir, de buscar, de encontrar. De responder a ese llamado ancestral.
Tomó su chaqueta de cuero, sus llaves y su teléfono, y salió corriendo del apartamento, ignorando el cansancio, el miedo, la incertidumbre, la prudencia. Todas las advertencias, todos los peligros, se desvanecieron ante la fuerza de ese impulso, de esa corazonada, de esa… conexión.
Mientras corría por las calles de Lunargenta, ahora casi desiertas, sintiendo el aire frío de la noche en su rostro y el aroma a lobo cada vez más intenso en sus fosas nasales, Amara no se dio cuenta de que una sombra la seguía, silenciosa y discreta. Una sombra que pertenecía a uno de los lobos de Kalen, cumpliendo su orden de protegerla, de vigilarla. Una sombra que, sin embargo, no podía protegerla de todo. Ni de todos.
Amara no sabía a dónde iba. Simplemente siguió su instinto, su olfato, su corazón. Y ese corazón la llevó, inevitablemente, hacia el Bosque de Silverwood.
Cuando llegó al límite del bosque, se detuvo. La oscuridad era casi total, y el silencio, solo roto por el crujir de las hojas secas y el lejano ulular de un búho, era sobrecogedor.
Pero Amara no sintió miedo. Sintió… expectación.
Respiró hondo, sintiendo el aroma a lobo, ahora mucho más intenso, y se adentró en el bosque.
Caminó durante varios minutos, siguiendo un sendero apenas visible, guiada por su instinto y por la creciente sensación de conexión. Y entonces, lo vio.
A lo lejos, entre los árboles, un claro iluminado por la luz de la luna. Y en el centro del claro, tres figuras.
Dos hombres y una mujer.
Uno de los hombres, alto y musculoso, con el cabello oscuro y una mirada intensa, le resultaba extrañamente familiar. Los otros dos, un hombre de cabello rojizo y una mujer de cabello negro, eran completos desconocidos. Los tres estaban en su forma humana,
Amara se acercó cautelosamente, ocultándose entre las sombras, observando. Y entonces, lo escuchó.
—…tiene que estar cerca —decía el hombre de cabello oscuro, con voz grave y resonante—. Puedo sentirla.
Caelan, pensó Amara, sintiendo que el corazón le daba un vuelvo. Su hermano. Estaba allí. A pocos metros de distancia.