El Latido Salvaje

Capítulo 18: La Marca del Alfa

Caelan explicó su llegada, su búsqueda de Amara, su conocimiento de su linaje lunar. Reveló la verdad sobre los Lunaris, su poder ancestral, y el peligro que Marcus representaba para todos ellos.

—Amara, eres la princesa de los Lunaris —dijo Caelan, con voz firme—. Debes venir conmigo. Tu lugar está con nosotros.

Amara, con el corazón en un torbellino, dio un paso atrás. Miró a Caelan, a Kalen, a los lobos de Sombraluz. No podía irse, no ahora.

—No puedo irme —dijo Amara, con voz firme—. Hay alguien herido por mi causa. Sor Emilia arriesgó su vida para salvarme. No la abandonaré.

Lyra, la guerrera de Caelan, bajó la cabeza y se inclinó ante Amara.

—Mis disculpas, princesa —dijo Lyra, con voz solemne—. No la reconocí. La confundí con un humano.

—Entiendo que protegías a tu Alfa —respondió Amara, con una leve sonrisa.

Kalen Kaelson, posesivo, pasó su mano por la cintura de Amara, atrayéndola hacia él. Caelan observó el gesto con una mirada sombría. La tensión en el claro se intensificó. Los dos alfas se miraron, sus ojos brillando con furia. Un gruñido profundo resonó en el aire mientras ambos comenzaban a transformarse.

Antes de que la pelea estallara, Amara se interpuso entre ellos. Sus ojos verdes se encontraron con la mirada de Caelan.

—No quiero disputas con la manada que me ha protegido —dijo Amara, con voz firme—. No quiero que peleen.

Caelan gruñó furioso, pero volvió a su forma humana. Rowan, el beta de Kalen, le entregó ropa rápidamente. Sabía que Kalen se enfurecería al ver a otro alfa desnudo en su territorio.

Kalen, al volver a su forma humana, observó a Caelan con hostilidad. Los celos lo consumían. No permitiría que se llevaran a Amara. Sor Emilia necesitaba su cuidado, y él aprovecharía esa oportunidad. Esta noche, Amara sería marcada.

Kalen planeaba marcar a Amara, la marca que sus colmillos dejarían en su cuello, una media luna que brillaría ante machos humanos y lobos, reclamándola como su luna. La posesividad de Kalen crecía con cada segundo que pasaba junto a Caelan.

La noche cayó sobre el refugio de Sombraluz, y la tensión persistía en el aire. Caelan, Darian y Lyra se acomodaron en una sala de estar, mientras Amara y Kalen acompañaban a Sor Emilia en la sala médica.
Kalen no podía apartar la mirada de Amara. La forma en que Caelan la miraba, con anhelo y posesividad, lo enfurecía. Amara era suya, y él se aseguraría de que todos lo supieran.

En la sala médica, Sor Emilia descansaba, débil pero estable. Amara la observaba con preocupación, preguntándose qué secretos ocultaba la monja. Kalen se acercó a Amara, su mirada dorada brillando con intensidad.

—Amara —murmuró Kalen, tomando su mano—. Necesito hablar contigo.

Amara lo miró con curiosidad, pero antes de que pudiera responder, un aullido largo y lastimero resonó en el bosque. Un aullido que heló la sangre de todos en el refugio.

El aullido resonó en el bosque, un lamento cargado de dolor y desesperación. Kalen Kaelson, Caelan, Amara y los lobos de Sombraluz llegaron al claro donde encontraron al lobo de las sombras. Herido y atormentado, el lobo emitía un aura de tristeza ancestral.

Sor Emilia, al escuchar el aullido desde la sala médica, se tensó. Un recuerdo, olvidado hace mucho tiempo, emergió con fuerza. Arion, pensó la monja, su corazón latiendo con fuerza. Un nombre antiguo, un amor perdido, un secreto enterrado.

El lobo de las sombras era Arion, un guardián del bosque que había perdido a su luna hace cuatrocientos años. Desde entonces, había vagado por Lunargenta, un espectro de dolor y soledad. Sor Emilia lo conocía, lo había visto en sus largas noches como guardiana del bosque, aunque el resto del mundo lo considerara una leyenda.

Él nunca la olvidó, pensó Sor Emilia, con una punzada de melancolía. Y yo tampoco.

Hace trescientos años, Sor Emilia había sido una joven guardiana, llena de esperanza y amor. Pero cuando Arion eligió a su mejor amiga como su luna, el dolor la consumió. Incapaz de soportar la felicidad ajena, se refugió en un convento, renunciando a su vida como guardiana. Pero los secretos del bosque la perseguían, y finalmente, regresó a Lunargenta, adoptando la fachada de una monja anciana para protegerse de Silas Silverwood y los cazadores.

En el claro, Kalen Kaelson observaba la herida del lobo, marcada por magia oscura.

—Marcus —murmuró Kalen, con voz cargada de odio.

Amara sintió un escalofrío. Marcus, el hombre que la perseguía, el hombre que había destruido a los Lunaris.

Caelan se acercó al lobo, observándolo con atención. Sus ojos verdes brillaron con una luz extraña.

—Este lobo está sufriendo —dijo Caelan, con voz suave—. Debemos ayudarlo.

Decidieron llevar al lobo al refugio. Al llegar, Sor Emilia salió de la sala médica, su mirada fija en el lobo herido. Su rostro, generalmente sereno, reflejaba una mezcla de sorpresa y dolor.

Arion, al sentir la presencia de Sor Emilia, se transformó en humano. Un hombre hermoso, de unos treinta años aparentes, con ojos ámbar llenos de tristeza.

—Emilia —susurró Arion, con voz ronca.




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