La sala médica se convirtió en un santuario de confidencias, un lugar donde los secretos del pasado se revelaban en susurros. Arion, el guardián del bosque, yacía en la camilla, sus ojos ámbar fijos en el rostro de Sor Emilia.
—¿Por qué has envejecido, Emilia? —preguntó Arion, con voz ronca—. Los guardianes no envejecen.
Sor Emilia suspiró, su mirada perdida en el tiempo. Ante los ojos de Arion, su forma se transformó, revelando a una hermosa mujer de treinta años, con la misma mirada sabia y triste. El hábito monástico se adaptó a su nueva figura, pero la esencia de su ser permaneció intacta.
—He esperado a Amara —respondió Sor Emilia, su voz suave como un susurro—. Hay algo que ella debe hacer, algo que puede devolver la vida a todos los guardianes del bosque.
Rápidamente, la monja volvió a su forma anciana, su rostro marcado por las arrugas y el tiempo.
—¿Por qué estás aquí, Arion? —preguntó Sor Emilia, con preocupación—. No te he visto en el bosque Silverwood en cien años —terminando su pregunta Kalen y Amara entran a la sala médica y sólo escuchan la respuesta de Arion.
—El olor de la Esencia de Luna me trajo —respondió Arion, su mirada fija en Amara, quien se encontraba junto a Kalen.
Kalen sintió un gruñido crecer en su garganta. No le gustaba la forma en que Arion miraba a Amara, con una mezcla de anhelo y reconocimiento. Su lobo interior se retorcía de celos.
Sor Emilia se tensó. El olor de Amara... estaba atrayendo lobos al bosque, lobos que podrían representar un peligro.
—Dile al Alfa que la reclame —dijo Arion, con una sonrisa triste—. Una vez que la marque, ningún otro lobo podrá reclamarla.
Sor Emilia asintió, comprendiendo la urgencia. La marca del Alfa, un lazo ancestral que protegería a Amara de cualquier peligro.
—¿Qué debe hacer Amara? —preguntó Arion, con curiosidad—. ¿Cómo puede devolvernos la vida?
Sor Emilia dudó, pero finalmente respondió, sus ojos brillando con una luz extraña.
—Amara debe encontrar el Corazón del Bosque —dijo Sor Emilia, con voz misteriosa—. Un artefacto antiguo, oculto en las profundidades de Silverwood. Con su poder, podrá liberar a los guardianes de su letargo.
—¿El Corazón del Bosque? —repitió Arion, con sorpresa—. Una leyenda...
—Una leyenda que pronto se convertirá en realidad —interrumpió Sor Emilia—. Amara es la clave. Ella posee la Esencia de Luna, el poder necesario para despertar el Corazón del Bosque.
—¿Y cómo lo encontrará? —preguntó Arion, con preocupación.
—El bosque la guiará —respondió Sor Emilia, con una sonrisa enigmática—. Ella es la princesa de los Lunaris, la elegida.
Mientras la conversación continuaba, Kalen no podía apartar la mirada de Amara. La forma en que Caelan la miraba, con una mezcla de anhelo y orgullo fraternal, también lo irritaba. Además, no pasaban desapercibidas para su oido las conversaciones de las lobas, halagando la belleza de los dos lobos recien llegados, esto solo hacia que su lobo, dentro de él, se removiera con más fuerza.
La tensión en la sala médica era palpable, un campo de batalla silencioso donde los secretos y las emociones chocaban. Kalen, con su posesividad alfa, protegía a Amara de las miradas ajenas, mientras Sor Emilia y Arion compartían secretos ancestrales. El destino de Amara, el futuro de los guardianes del bosque, pendía de un hilo, y el tiempo se agotaba.
La información revelada por Sor Emilia pesaba sobre todos en la sala médica. El Corazón del Bosque, un artefacto legendario, la clave para liberar a los guardianes. La responsabilidad que recaía sobre Amara era inmensa.
Kalen Kaelson, con su instinto alfa al máximo, no podía ignorar la advertencia de Arion. La marca. La necesidad de reclamar a Amara como suya para protegerla de cualquier amenaza. Pero ¿cómo hacerlo sin asustarla? ¿Cómo explicarle la urgencia sin revelar sus propios sentimientos?
Caelan, por su parte, observaba a su hermana con preocupación. El destino de Amara lo aterraba, pero también lo llenaba de orgullo. La princesa de los Lunaris, la elegida. Debía protegerla, guiarla en su camino.
Mientras tanto, en el resto del refugio, la noticia de la llegada de Arion se propagaba como fuego. Los lobos de Sombraluz susurraban, especulaban, temiendo lo que el guardián del bosque pudiera representar. La presencia de Caelan y su gente tampoco pasaba desapercibida, generando tensión y desconfianza.
Rowan, el beta de Kalen, se acercó a él, preocupado.
—Alfa —dijo Rowan, con voz baja—. La manada está inquieta.
—Lo sé —respondió Kalen, con la mirada fija en Amara—. Debemos calmarlos.
—¿Y qué haremos con ellos? —preguntó Rowan, señalando con la mirada la sala médica.
—Aún no lo sé —respondió Kalen, con voz grave—. Pero no podemos ignorar la advertencia de Arion.
—La marca —murmuró Rowan, comprendiendo la urgencia.
Kalen asintió. La marca. Un acto de posesión y protección, un lazo ancestral que uniría a Amara a él para siempre. Pero ¿estaría ella dispuesta?
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