El legado: A oscuras (nueva versión)

Capítulo 3

La risa de Ámbar fue lo primero que escuché cuando me desperté. Con los ojos todavía cerrados, solté un suspiro prolongado ante la agradable sensación que me recorría el cuerpo. Me sentía notablemente descansada, un poco más liviana de lo normal. Y aquel cojín era demasiado cómodo para ser real.

Espera, ¿un cojín?

La voz masculina que percibieron mis oídos me hizo erguirme como un resorte en el sofá en el que había estado cómodamente dormida. Ámbar y Cloe estaban sentadas frente a una alargada mesa que decoraba el espacioso salón en el que nos encontrábamos. Cloe engullía la comida del plato que tenía delante y Ámbar escuchaba con atención al chico rubio que me daba la espalda. La neblina de mi mente tardó un poco en desaparecer, y cuando por fin pude recordar lo último que había sucedido antes de que me desmayara, la mansión que habíamos encontrado en medio del bosque y a la mujer que nos había abierto la puerta, hablé.

—¿Quién eres tú?

Las voces callaron abruptamente. El chico se giró sobre su asiento y de repente tuve unos impresionantes ojos grises puestos sobre mí. Arqueó las cejas y se señaló.

—¿Yo?

Una palabra. Solo había necesitado una palabra y aquella estúpida sonrisa que se deslizó lentamente por sus labios para despertar mi odio en un tiempo récord. Nos enzarzamos en una batalla de miradas, tensa y silenciosa. Cuanto más lo miraba, más disconforme estaba con su presencia. No supe qué me molestaba más, si el hecho de que me estaba sosteniendo la mirada como pocas personas se habían atrevido a hacer o la creciente diversión que reflejaban sus ojos conforme más notorio era mi desagrado.

Finalmente fue él quien apartó la mirada cuando Ámbar se levantó de la silla y recorrió mitad del salón hasta llegar a mí. El chico dobló los brazos sobre el respaldo de su silla y apoyó la barbilla en ellos, muy atento de repente.

Ámbar me agarró de la cara, aplastando mis mejillas en el proceso, y me obligó a mirarla a los ojos

—¿Estás mejor? —preguntó y presionó su mano contra mi frente—. ¿Te sigue doliendo la cabeza?

—Estoy bien —respondí e hice el amago de volver a mirar al desconocido que nos taladraba con la mirada, pero Ámbar volvió a hundir sus dedos en mis mejillas. La advertencia estaba grabada en sus ojos verdes.

—¿Cómo de bien?

—Lo suficiente como para arrancarle los ojos a ese chico —murmuré por lo bajo—. Así que como verás, estoy estupenda.

Ámbar abrió los ojos con sorpresa e hizo lo que menos me esperaba, me dio un golpe en el estómago que me hizo doblarme por la mitad. Ignoré la risa ronca que vanaglorió el acertado golpe que me había dado.

—James ha impedido que te partieras la cabeza, creo que deberías darle las gracias.

—¿James? ¿Quién es...?

Entonces volví a mirar al chico que continuaba observándonos. Su sonrisa se hizo más grande, más burlona, más enervante.

—¿Eso responde a la pregunta de antes?

Tuve el impulso de querer levantarme del sillón e ir hacia él, pero Ámbar me leyó como un libro abierto y me agarró de los hombros para que no me moviera. Por suerte, la voz de la mujer que nos había dado la bienvenida sonó desde otra estancia. James se levantó en cuanto escuchó su nombre y una vez desapareció, Ámbar me soltó.

—Contrólate —ordenó. Yo simulé bien la sorpresa, pero Cloe no. Ámbar no era dada a dar órdenes, y mucho menos con aquel tono tan autoritario.

—No me gusta —dije a regañadientes.

—No lo conoces.

—Por eso no me gusta.

—Muestra un poco más de educación —me lanzó una mirada severa—. Nos han ofrecido comida y la comodidad de su casa.

—Qué amables.

—No te estoy pidiendo la luna —dijo al percibir mi ironía, su voz se había endurecido. ¿Era cosa mía o se había puesto a la defensiva?—. Sé comedida. ¿Podrás hacerlo por mí?

Aparté la mirada. No sabía si era normal lo fácil que era ganarse la confianza de Ámbar. A veces no sabía si debía preocuparme o enorgullecerme. Solía querer decantarme por la segunda opción, porque eso significaría que no la habían roto del todo.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —pregunté cuando me levanté del sofá.

—Una hora —respondió tras un disimulado suspiro.

—Una hora —repetí observando el espacioso salón. La mesa y los dos enormes sofás que decoraban la estancia no eran nada frente a la enorme televisión que tenía en frente—.¿Solo han necesitado una hora para ganarse tu favor?

—Estás siendo injusta.

—Hay lobos que se visten de ovejas.

—No todas las personas tienen por qué ser malas.

Quizá tenía razón. Quizá estaba siendo injusta. Me habría gustado poder sentirme cómoda en aquel lugar, poder mirar a aquella gente a los ojos sin verme obligada a tener que buscar los motivos ocultos que los había llevado a ser tan generosos. Pero no pude.

Le di la espalda a Ámbar y rodeé el sofá para poder acercarme a Cloe. Ahora entendía por qué no había escuchado ni una palabra venir de ella, estaba demasiado concentrada con la comida que tenía delante como para molestarse en decir algo. Alzó sus ojos azules cuando se percató de que la estaba mirando.

—Gracias por preocuparte tanto por mí —ironicé, mis labios se curvaron levemente.

Cloe, con unos cuantos espaguetis sobresaliendo de su boca y los mofletes inflados como los de un hámster, dijo:

—Perdón, pero la comida me estaba llamando a gritos.

Ámbar le dijo algo sobre los pocos modales que estaba mostrando cuando James volvió a aparecer en el salón con una caja de herramientas. Ahora que lo miraba sin la intención de barrer el suelo con él, pude fijarme en lo alto que era, debía de rondar el metro noventa. La piel ligeramente bronceada de sus brazos contrastaba con la nuestra, pálida y sin vida. Aquella imagen me generó un escalofrío.

James peinó los mechones trigueños que le caían sobre la frente hacia atrás y se puso una gorra de sol roja. La mujer que nos había dado la bienvenida y que si no recordaba mal se llamaba Helen, apareció con otro plato de comida.



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En el texto hay: fantasia urbana, +18, romance y acción

Editado: 16.11.2024

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