—Avísame cuando te empieces a cansar.
—Está bien.
—Si tienes sueño también.
—Ya me lo has dicho.
—Preferiría conducir yo.
Ámbar me lanzó una mirada furibunda antes de volver a fijar la vista en la carretera.
—¿Quieres que te haga volver a repetirlo?
Cloe soltó una risa desde los asientos de atrás. Ámbar me había hecho repetir la misma frase por los menos veinte veces. A mi favor he de decir que siempre me convertía en un alma débil cuando se trataba de ellas.
Tras nuestra pequeña discusión, si es que puedo llamarla así, Ámbar pareció perder el miedo a que hiciera alguna tontería, así que con su buen humor mañanero se entretuvo un rato con mi cabello antes de que prosiguiéramos con nuestro trayecto. Si había algo que la tranquilizaba, era jugar con mi melena azabache, peinarla y experimentar con ella decenas de recogidos diferentes. Cloe había decidido cortarse el pelo hacía tiempo, una idea maravillosa teniendo en cuenta lo mucho que podía estorbar las melenas largas. Solo hubo una razón por la que no le metí un buen tajo a mi cabello, y esa razón estaba ahora felizmente conduciendo.
—Si queréis pudo conducir yo.
—No —dijimos Ámbar y yo a la vez.
Dado que parecía imposible que pudiera volver a hacerme con el poder del volante durante el resto del día, abrí la mochila que tenía sobre mi regazo y volví a hacer una lista mental de lo que teníamos. Me aseguré de que los cargadores de las tres armas estuvieran llenos e hice un recuento de las balas sueltas que nos quedaban. Habíamos gastado la mayoría en nuestra huida y ahora apenas nos daba para dos cargadores más. Si nos tocaba luchar contra un número elevado de hombres, poco podríamos hacer con lo que teníamos encima, sin hablar del dinero en efectivo del que disponíamos. Nos quedaba lo justo para llenar el depósito de gasolina dos veces más. Habíamos hablado sobre otros planes a los que aferrarnos para seguir avanzando hacia el norte sin imprevistos, pero la mayoría habían quedado descartados.
—¿Cuándo podré transformarme?
Ámbar lanzó una mirada fugaz al espejo retrovisor para observar la expresión decaída de Cloe. Su pregunta nos habíamos pillado desprevenidas.
—Quién sabe, quizá la próxima luna llena sea la tuya —dije.
—¿Crees que sería posible? Por lo general sucede a los dieciséis años.
—Siempre hay excepciones. Además, eres más fuerte que la media de niñas de tu edad. —Cloe arrugó la nariz al escuchar la palabra "niña"—. Tu cuerpo es fuerte, ha madurado mucho más rápido de lo normal, estás más que preparada para tu primera transformación.
—¿Tienes prisa? —preguntó Ámbar.
—Yo también quiero fardar de pelaje —respondió cerrando los ojos y dejando que el aire que entraba por la ventanilla sacudiera su corta melena castaña—. Así podríamos salir de Georgia y pasar desapercibidas.
Habíamos pensado en continuar nuestro trayecto en nuestra forma animal para salir de Georgia cuando nos quedáramos sin dinero. Estar en fase nos proporcionaba mayor resistencia física, mejor aguante del temporal y un mayor control del hambre. Habíamos descartado el plan casi al instante, dado que Cloe todavía no había pasado por su primera transformación. Como lycan, el cuerpo de Cloe estaba siguiendo el curso natural de su crecimiento, las únicas excepciones éramos Ámbar y yo. Nuestra primera transformación ocurrió mucho antes y desde entonces, a diferencia del resto de lycans, nuestras transformaciones obedecían a nuestra propia voluntad, no estaban ligadas a la luna llena. Nuestro oído, también excelentemente desarrollado, era otra ventaja que habíamos decidido guardar en secreto.
—¿Y que hagas una caza excesiva por el agujero negro que tienes por estómago? —bromeé.
—Ahí te doy la razón —comentó Ámbar con una sonrisa divertida.
—Vaya, vaya. ¿Os ponéis en mi contra porque sois las mayores o porque tenéis miedo de que en fase tenga un pelaje mucho más bonito y brillante que el vuestro?
Tras una hora intentando contener el sueño que comenzó a apoderarse de mis párpados, caí rendida ante el cansancio que había acarreado desde la noche.
Apenas debió de pasar más de media hora desde que me quedé dormida cuando desperté de golpe al sentir cómo mi cabeza chocaba con violencia contra el cristal de la puerta. Ámbar dio un volantazo, los neumáticos chirriaron, el vehículo derrapó y unos segundos más tarde estábamos volando por el aire. La caída llegó al instante. Las ventanillas estallaron y los cristales rasparon la piel de mi rostro y de mis brazos mientras dábamos vueltas. Tras lo que pareció una eternidad, el vehículo por fin se detuvo. Tardé un par de segundos en sentir que habíamos volcado y que ahora mismo estábamos cabeza abajo. La sangre comenzó a acumularse en mi cabeza. Los jadeos de Cloe y de Ámbar consiguieron devolverme a la realidad. Me palpitaba la cabeza.
—¿Estáis heridas?
—Estoy bien —respondió Cloe con la respiración agitada—. ¿Qué ha pasado?
Miré a Ámbar para verificar su estado. Su rostro estaba rojo, se aferraba al cinturón con las dos manos con la fuerza suficiente como para que la piel tirante de sus nudillos se tornara cada vez más blanca.
—Lo he sentido —jadeó—. Lo he sentido en la nuca. El chip ha reaccionado. Ha sido una descarga eléctrica. Ellos... —comenzó a hiperventilar—. Ellos están aquí.
Se me heló el cuerpo y se me aceleró el corazón. Tragué saliva para intentar deshacer el nudo de miedo que se había instalado en mi garganta y, sin detenerme a pensar en nada más que huir, estiré mi brazo para apoyar la mano en el techo del coche y con la otra me desaté el cinturón. Ámbar y Cloe copiaron mis pasos y salieron por las ventanillas ágiles pero cuidadosas de no herirse con los trozos de cristales que las rodeaban. Abrí la mochila y les di sus respectivas armas. Cloe intentó deshacerse de la sangre que descendía por una de sus sienes mientras Ámbar se arrancaba un par de cristales que se habían incrustado en sus brazos.