En cuanto mis rodillas tocaron el suelo, la bilis subió por mi garganta y vomité lo poco que había ingerido. Cerré los ojos con fuerza, con la esperanza de huir de las imágenes de la pesadilla que me había despertado en mitad de la noche, pero las seguía viendo.
Rojo.
Rojo.
Lo veía todo rojo.
Mi visión se emborronó. Me costaba llenar mis pulmones. Me lloraban los ojos. La presión aumentó y mi pechó amenazó con estallar. Me estaba ahogando.
Me aferré con fuerza al váter cuando una arcada me volvió a sacudir el cuerpo. Jamás había estado tan a merced de las pesadillas. Nunca había dejado que me ganaran el pulso. Hasta ahora. Ahogué una maldición que se transformó en algo más parecido a un sollozo de frustración.
Entonces me vino a la mente la mujer que nos había dado caza. El recuerdo de sus ojos color ébano me erizó la piel. Con el corazón acelerado, me llevé una mano a la nuca.
—Aquí no podrán encontrarte. —No supe por qué me sorprendió su inesperada presencia. Frida tenía un don especial para pasearse por la casa sin que mis oídos la percibieran—. Me he encargado de deshacerme de eso.
No pude evitar suspirar de alivio al notar que, efectivamente, no tenía ningún bulto en la nuca. No le pregunté cómo había logrado sacármelo sin que me diera cuenta, me bastaba con saber que estando allí no podría volver a ser localizada.
Algo suave y cálido rozó la piel de mis hombros y de mi espalda cuando Frida me rodeó con una manta. Me limpié los labios con el dorso de la mano, me puse de pie con dificultad y me aferré al lavamanos con fuerza. Inspiré y expiré lentamente para intentar detener los frenéticos latidos de mi corazón, pero era demasiado difícil cuando la pesadilla seguía repitiéndose en mi mente. El dolor se mezcló con la ira y esa hambre voraz me obligó a levantar la cabeza hacia la mirada que me observaba a través del reflejo del espejo. Su lástima me revolvió el estómago y activó un interruptor que llevaba semanas sin encenderse.
—¿No tienes familia a la que molestar?
—Tú pareces más divertida.
Mis dedos se clavaron con más fuerza en el lavamanos, sentí el mármol crujir bajo mi tacto.
—¿Crees que seguiré siendo igual de divertida si te arranco los ojos?
—Me alegra ver que sigues teniendo la lengua igual de afilada. —Me analizó una última vez antes de darme la espalda y salir del baño—. Descansa, muchacha. Búscame cuando estés dispuesta a hablar conmigo.
☽ ⋆* ・゚・ *⋆ ☾
Aquella mañana había madrugado con el objetivo de no encontrarme a Frida. Analicé los muebles del salón y de la cocina, tan viejos como los de la habitación de la que me había apropiado, y al final terminé decantándome por una silla de madera inestable de la cocina. Abrí diferentes cajones hasta encontrar un cuchillo y después salí al exterior, donde la lluvia caía con fuerza. Me bastó estampar la silla contra el suelo una vez para separar el respaldo del asiento. Solo necesitaba una pata de la silla para grabar los nombres de Ámbar y de Cloe en ella, pero estaba enfadada y llevaba tiempo sin descargar mi ira, así que le propiné patadas hasta que la silla quedó reducida a escombros de madera sobre la hierba.
—¿Era necesario hacer tanto ruido?
Miré a Frida sobre mi hombro. Había sacado la mecedora y la diminuta mesita de madera del salón al porche, y ahora me miraba con dos tazas humeantes en cada mano. Dejó una en la mesita y a la otra le dio un sorbo una vez se hubo sentado.
—Buenos días a ti también —dijo cuando me di la vuelta y me alejé de ella—. Te he preparado un té.
Caminé hacia la parcela de tierra sobre la que meses atrás me había roto y me arrodillé sobre ella tal y como hice aquel día. Respiré profundamente al notar la primera punzada de dolor. Habían pasado dos meses, pero el dolor seguía resquebrajándome como el primer día. Intenté calmar los temblores que comenzaron a sacudir mi cuerpo, pero ya había pasado otras veces por eso y sabía que no podría hacer nada para combatir el dolor, así que agarré con fuerza el trozo de madera y esperé a que el terremoto de emociones terminara.
Una vez mi cuerpo se hubo calmado, cogí el cuchillo que había dejado en el suelo y clavé la punta en la madera. Me quedé quieta ante el pensamiento que cruzó mi mente. Por un momento, dudé. Pero rápidamente me recompuse y rechacé ese pensamiento.
No me permití llorar mientras grababa sus nombres.
Tampoco cuando clavé el trozo de madera en la tierra.
Había sido mi culpa y ahora debía observar las consecuencias de mis actos. No merecía lamentarme.
Los ojos comenzaron a arder cuando me pareció escuchar la voz de Cloe. Su recuerdo tras mi espalda. La súplica en su voz.
«Levántate», me había dicho. «Levántate», repitió, y como ocurrió en ese momento, seguía de rodillas. «Levántate». Cloe nunca llegó a pedírmelo por tercera vez, no tuvo la oportunidad de hacerlo, pero la imaginé a mi lado, con las mejillas encendidas por la frustración y el océano de sus ojos todavía vivo.
Aparté el recuerdo de mi mente y acaricié el trozo de madera antes de darme la vuelta y sentarme en los escalones del porche. Tiré el cuchillo lejos de mi alcance para evitar hacer alguna tontería con él.
—Lamento las palabras que utilicé el otro día —dijo con voz suave tras unos minutos en silencio—. Tu vida nunca ha sido fácil, ¿verdad? —Un suspiro tras mi espalda—. Te lo dije hace unas semanas, pero lo repetiré las veces que haga falta. Quiero ayudarte.
—¿Puedes traerlas de vuelta? —inquirí acariciando la goma de pelo que rodeaba mi muñeca.
—Sabes que no.
—Entonces no me sirves de nada.
—Sé que hay cosas que no comprendes. Pregúntame lo que quieras y deshazte de las dudas que todavía te retienen aquí.
«Saber la verdad no cambiará nada», pensé. «No me las devolverá.»
Pero eso no era lo único que me impedía destapar los secretos y las mentiras que habían ayudado a construir nuestro pequeño y reducir mundo, no. Lo cierto es que tenía miedo. Temía que, una vez descubriera la verdad, no encontrara razones por las que seguir adelante. La venganza es un buen plan cuando sabes que la podrás llevar a cabo, pero después de lo que ocurrió no me veía capaz de acabar con toda la organización de Elaine. Y si no podía vengarlas, ¿entonces qué motivo tenía para continuar viviendo?