El Legado

Prólogo

Había tomado el asiento más cercano a la chimenea, debido a que ver las llamas crepitar me daba cierta distracción. Sabía lo que tenía que hacer. Hablar con él como cuando lo hicieron conmigo hace demasiado tiempo.

Sé que no me queda mucho tiempo, así que es mejor que lo haga ahora.

Mejor yo que su padre.

Para Julio todavía es difícil. No ha pasado demasiado tiempo desde que él fue la víctima, y temo que al hablar de ello, se le salga de las manos y las cosas se compliquen todavía más de lo que están.

Por eso, aunque sólo tenga 10 años, tendrá que saberlo. Es un chico listo y sé que lo entenderá. Y yo pondré todo de mi parte para hacerlo más sencillo.

- De acuerdo. Te contaré la historia, pero recuerda que debes poner mucha atención. Es muy importante.

- Si, abuelo – contesta mientras se recuesta en la alfombra frente a mí.

Es duro ver su cara inocente y saber que después de esto, ya no lo será tanto.

Sólo de pensarlo, siento como si algo oprimiera mi pecho, pero no dejo que eso me detenga, lo mejor será no pensar tanto en ello, y verlo como sólo una historia, una de tantas historias que uno le puede contar a su nieto como si de ello sólo pudiera sacar una moraleja, no una forma de vida.

- Bien. Todo comenzó hace muchos, pero muchos años. Por allá de 1804. Cuando las calles eran de piedra, y la gente se transportaba en carruajes tirados por caballos. Los hombres vestían comúnmente de traje, y las mujeres usaban vestidos largos y esponjosos que les llegaban hasta los pies. Eran como un paraguas humano – los dos sonreímos ante esa imagen –. Nuestra familia siempre ha tenido dinero debido a los negocios que desde entonces ya era una tradición. Lo que nos lleva a nuestro antepasado, y el protagonista de esta historia.

>> Se llamaba Alberto. Era considerado uno de los mejores partidos de la ciudad debido a la herencia que obtendría. Agregándole que era un tipo bien parecido, igual que todos los hombres de esta familia – me inclino hacía él y le toco su pequeña nariz con el índice –. Alberto era arrogante, presuntuoso, un sangrón como ahora les dicen. Todo le resultaba fácil. Jamás tuvo que esforzarse para conseguir lo que quisiera.

Observo a mi nieto, asegurándome que tengo su completa atención antes de proseguir. No quiero que pierda detalle de nada.

- Un día, llegó un grupo de gitanos a la ciudad. Toda la gente iba a verlos, eran la atracción de esos días. Así que, obviamente, Alberto fue. Ahí conoció a la chica más hermosa que jamás había visto. Con su piel morena, su cabello negro largo, y unos ojos verdes preciosos, como de gato. Era la bailarina principal. Alberto quedó impresionado con su belleza, así que después de que se acabara el espectáculo se acercó a ella para presentarse.

Todavía podía recrear en mi mente la historia como cuando me la contó mi abuelo, casi como si hubiera sido testigo de ello. Dejándome llevar por mis propias palabras.

Alberto se acercó a la gitana, tomó su mano para besarla al mismo tiempo que se inclinaba en saludo.

- Buenas tardes. Permítame presentarme, soy Alberto Montreal.

- Mucho gusto – contestó ella mientras respondía su saludo inclinándose un poco en respuesta.

- Su espectáculo es un deleite para los ojos insulsos de este pueblo.

- Espero que hayamos ilustrado un poco sus mentes con una muestra de nuestra cultura.

Él le sonrió.

- Y ¿cómo se llamaba ella? – pregunta su nieto, sacándolo de su alucinación.

- La verdad no lo sé – admito después de soltar un suspiro -. Esa parte jamás la contaron.

Por lo que sabía, jamás se mencionó su nombre. No sabía si porque le dieron poca importancia o por la rabia de todo lo que había provocado. Pero la cuestión era que nunca supo su identidad.

Había veces que me cuestionaba que si de haberlo sabido hubiera causado alguna diferencia.

Jamás lo sabría.

- Bueno, como te iba diciendo…

- Abuelo, podrías usar palabras de esta década. Hay cosas que no te entiendo – dice frunciendo el ceño.

- Si, tienes razón – sonrío, estaba tan inmerso en la historia que casi olvidaba que hablaba con un niño -. Entonces… bueno, después de que se presentaron, Alberto empezó a frecuentarla, salir con ella - aclaro antes de que haya otra crítica -. Él iba diario al lugar donde habían… acampado los gitanos en las afueras de la ciudad, y ella siempre lo recibía feliz. Así fue durante unos cuantos meses. Él la llevaba a conocer todos los alrededores de la ciudad, dejándola deslumbrada con todas sus atenciones. Hasta que un día, no volvió.

>> Pasó casi una semana sin que volvieran a verse antes de que ella tomara la decisión de ir a buscarlo a su casa. Seguro fue fácil dar con ella, debido a que todos lo conocían. Sólo bastaba con preguntarle a alguien que se cruzara en su camino. Cuando llegó ya había oscurecido.

>> Desde una de las ventanas logró ver una docena de personas que vestían elegantemente. Tal parecía que asistían a una fiesta, así que decidió seguir observando. Fue entonces cuando lo vio. Estaba justo en el centro, acaparando la atención de todos, pero no estaba solo, a su lado estaba una mujer tan elegante como él. Ambos, al igual que los demás, tenían copas en sus manos.




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