El Legado

Capítulo 4

Estábamos en su cama, casi como todas las noches desde que estamos juntos. Recostados entre los brazos del otro, en ese trance en que no hay nada fuera de nosotros. 

A veces siento que él quiere que me quede permanentemente, pero jamás lo ha dicho. Así que siempre estoy esperando a que se decida, pero no sé cuánto tiempo más podré seguir engañándome.

- Te amo – le escucho decirme antes de que me bese, mientras me acaricia el rostro con el dorso de su mano.

- Y yo a ti – contesto, pero de inmediato recuerdo que no parece que quiera dar más que sólo esto, por lo que bajo la mirada no pudiendo verlo a los ojos.

Llevábamos poco más de un año juntos, y aunque él jurara que jamás se había sentido de esta forma, seguíamos estancados. Y no era tanto el hecho de que nunca hiciera referencia a tener un futuro conmigo, que aunque no me hubiera pedido que me mudara con él, siempre hablaba de estar juntos. Pero ¿qué clase de relación que se respete ni siquiera te lleva a conocer a su familia?

En este caso a su padre que era lo único que tenía.

Era incoherente. Por un lado me dice que soy lo más importante para él, y me lleva a cuanto lugar quiera, me consiente de casi cualquier forma. Excepto cuando le menciono sobre lo de querer ir a su casa. En eso, no había manera de convencerlo.

- ¿Qué pasa? – pregunta tomándome de la barbilla, obligándome a verlo de frente.

- Sólo que… siento que no avanzamos, y tengo la impresión que eso no va a cambiar.

- ¿A qué te refieres? – noto la tensión que empieza a aparecerle.

- Sabes bien de lo que hablo. Dices que me amas pero no quieres ningún compromiso – me siento con cuidado de que la sábana siga cubriendo las partes necesarias.

- Pero así estamos bien – se sienta también.

- No. Tú lo estas. A veces no sé si todo lo que me dices es cierto o sólo soy una idiota por creerte – suspiro sintiendo una gran pesadez. No quería discutir, pero no podía seguir así -. Ni siquiera estoy segura si tenemos una relación o no.

- No miento cuando digo que te amo – me dice tomándome las manos. Siempre hacía lo mismo cuando sacaba el tema, como si con eso lo solucionara.

No esta vez.

- Cuando amas a alguien te comprometes – le digo viéndolo directo a los ojos, demostrándole lo que quería que entendiera.

Daniel me suelta, haciéndome sentir perdida.

Esta vez, todo terminaría. Podía sentir que las cosas ya no serían igual. No habría más intentos de su parte para convencerme que todo estaría bien, ya no lo haría.

Casi empezaba a querer retractarme, pero si lo hacía, todo comenzaría de nuevo, una y otra vez.

- Te juro que me encantaría casarme contigo pero… - ahora era él quien no se atrevía a verme a la cara.

¿Qué le gustaría? ¿Sólo eso pensaba decirme?

- ¿Pero qué? – casi podía percibir la desesperación en mi voz.

- No puedo.

- ¿Por qué?

- Es algo… muy loco. No entenderías. De hecho, no me creerías.

- Inténtalo.

Estuvimos como estáticos unos minutos, sin decir ni movernos en absoluto. Y aunque en otra situación ya me hubiera ido, necesitaba que me explicara qué lo detenía.

Si me quiere como dice, ¿cuál era el problema? Él sabe bien que lo amo. Jamás se lo he ocultado.

- De acuerdo. Pero sólo déjame hablar primero – dice como si temiera que me fuera justo en este momento -. No digas nada hasta que haya terminado, ¿de acuerdo?

- Te lo prometo.

Empezaba a temer lo que fuera a decirme. Nunca lo había visto tan nervioso como ahora.

- Bueno, pues… ¿Recuerdas que te había contado sobre mi madre, que murió cuando apenas iba a cumplir el año? – asiento -. Pues mi abuela murió cuando mi papá tenía poco de nacido. Al parecer habían pasado sólo unos cuantos días o algo así – frunce el ceño como si intentara recordar todos los detalles. Pero seguía sin decirme nada del asunto que nos compete en este momento -, y esa misma historia se ha repetido varias veces, en cada generación desde hace un tiempo – lo miro sin comprender bien qué tiene que ver con lo nuestro, pero él se encontraba demasiado concentrado en su relato que no parecía darse cuenta.

>> Todos hijos únicos, varones, que primero crecen sin una madre y después pierden a su esposa. Siempre – remarca viéndome por primera vez desde que comenzó a hablar -. Y todo eso es debido a una maldición que tenemos y de la cual no hay forma de escaparse.

Me quedo atónita. No podía creer lo que me estaba diciendo. Era la excusa más tonta que había oído.

¿Una maldición? ¿En serio pensaba que era estúpida como para creerlo?

Aunque de todas formas esperé a que prosiguiera, a ver si con ello le daba un poco de sentido a todo esto, pero en vista de que no lo hacía, supe que era mi momento de hablar.

- ¿No crees que sería más fácil decir que no estás listo u otra cosa que inventar todo esto? – digo con sarcasmo -. ¿Y meter a tu familia? ¿Cómo puedes inventar algo así donde metes a tu madre? ¿Creía que era algo sagrado para ti? ¿Pero usarla en una excusa tan idiota? – en algún momento me había puesto de pie, recogiendo mis cosas para vestirme




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.