El Legado

Capítulo 22

- ¿Podría anunciarme con el Licenciado Daniel Montreal? Había decidido ir a buscarlo después de todo. Aunque ni siquiera estaba segura de que hacía aquí exactamente.   
Tal vez era debido a la incredulidad del asunto. Porque, aun no podía creer que él, quien tanto había jurado amarme, me hubiera dejado por alguien como la tipa esa con la que se había casado.  
Por favor, ella no podía llegarme ni a los talones.  
Por eso necesitaba una explicación. Sí, eso era a lo que había venido.  
- Un momento… - la recepcionista se detiene abruptamente, por lo que me veo prestándole atención.  
Según veo, algo detrás de mí es la causa de su mudez.  
Antes de siquiera girarme, escucho su voz.  
- Yo me encargo – Daniel le dice a la mujer mientras me aleja unos cuantos pasos para hablar en privado -. ¿Qué haces aquí?  
- Necesito hablar contigo.  
- Pensé que todo había quedado aclarado.  
- No todo.  
- De acuerdo, pasa – dice después de un momento, viéndome como una molestia cuando antes me miraba con adoración.  
Eso dolía.   
Nunca le mostraría el daño que me estaba haciendo. Por más que me repetía que pronto lo superaría, que no valía la pena, seguía haciéndome llorar a escondidas.  
Vamos camino a lo que imagino será su oficina, ya que jamás me trajo. Ni a su casa. Ni a ningún lugar donde pudiera estar su padre.  
Algo que si había hecho con esa mujer. 

La ira y envidia eran sentimientos que se estaban volviendo mis compañeras constantes desde que Daniel me había cambiado.  
Antes de llegar a nuestro destino, un hombre mayor lo detiene.  
- Hola Daniel, que gusto verte – le da la mano -. Sólo pasé a saludar a tu padre. Deberías decirle que se tranquilizara un poco con el trabajo, ya no tiene edad para encerrarse en la oficina todo el día.  
- Se lo he dicho pero no hay manera de convencerlo – le responde con familiaridad.  
Cuando el hombre logra darse cuenta de mi presencia, por fin. Daniel me presenta.   
- Ella es la señorita Maite Cázares, una amiga.  
¿Una amiga?  
- Un placer – me responde estrechando mi mano -. Bueno, no les quito más el tiempo – prosigue su charla con Daniel, incluyéndome esta vez -, sólo deja te felicito – lo abraza -. Flores me contó lo del bebé.   
¡Bebé!  
Así que al final de cuentas si la embarazó.  
Eso me hace pensar que de ser así, las cosas no estaban tan perdidas con él.  
Porque al final, había realizado el trabajo. Sería cuestión de tiempo para que por fin podamos estar juntos.  
Incluso antes de que termináramos, él me había pedido tiempo porque se le hacía injusto tratarme como su amante mientras seguía encadenado a su esposa. Así  
que tal vez, después de todo, lo había hecho para que estuviera fuera del problema, y buscarme cuando todo estuviera arreglado.  
Seguro era eso. No había otra explicación.  
Le sonrío a Daniel cuando responde al abrazo del señor sabiendo que podía verme, mostrándole que había entendido.  
- Gracias – dice al soltarlo.  
- Desde el momento en que los vi juntos, sabía que esa mujer cambiaría tu vida.   
Yo soy la que se la cambió, quise aclararle, pero me contuve. 

No era el momento.  
- Y usted se lo dejó muy claro a ella – Daniel le sonríe, pero sabía que no estaba tan feliz como decía.  
- Seguro que ella ya lo sabía – lo palmea en el hombro -. Los dejo. Con permiso – me dice ahora, por lo que inclino la cabeza como respuesta.  
Cuando estamos seguros en su oficina, me dispongo a ser la primera en hablar.  
- Así que por fin está embarazada.  
Dejo mi bolsa sobre una de las sillas ya que me estorbaba.  
Me recargo en la orilla del escritorio para tener una mejor vista de él mientras seguía cerca de la puerta.  
¿Acaso le estará echando llave en éste momento?   
Es un pensamiento muy tentador.  
- Si – dice cortantemente.  
Supongo que no está de humor.  
- Entonces falta poco para que todo el asunto termine.  
Ya que no usaríamos el escritorio, comienzo a pasearme por el lugar. Estaba comenzando a sentirme nerviosa de nuevo. Ni siquiera me tomaba la molestia en tratar de observar los detalles de su oficina.  
El tiempo corría y él seguía sin decir nada.   
Ahora no sabía si era buena idea comenzar diciéndole que por fin entendía porque me había hecho a un lado. Pero que no tenía por qué ocultarme las cosas, debido a que siempre seguiré aquí, con él, sin importar que por ahora sólo sea su amante. Ya después podría compensarme cuando me convirtiera en su mujer.  
Me estiro en toda mi estatura, lista para hablar.  
- ¿Qué es lo que quieres Maite? – pregunta Daniel cruzándose de brazos -. ¿A qué vienes?  
- Vengo a que me digas ¿qué está pasando realmente? – con su actitud no ayudaba, estaba perdiendo el valor.  
- Ya te lo dije, no puedo seguir con esto. 

- Pero si casi ya está hecho. Sólo será poco tiempo, seguro. ¿Por qué alejarme ahora que ya es tan próximo? – me acerco un poco a él -. Como te dije, no me importa ser tu amante por ahora – tomo sus manos -. Estamos juntos en esto.  
Pero él se suelta y camina hacia detrás del escritorio, dejándome una sensación que no me gusta para nada.  
- Ella va a morir.  
Lo veo fijamente para notar su reacción. Y termino viendo la que más temía.  
- No, no lo hará – dice con fiereza -. No lo permitiré.  
Así que si me había cambiado.  
Respiro profundamente, tratando de evitar llorar frente a él. Eso no lo haría. Tenía demasiada dignidad para ello.  
Él, por el que habría dado todo. Por el que había pensado incluso en cargar con una muerte en su consciencia. Ahora me dejaba.  
Era inaudito.  
- Vaya que eres idiota – me río sin humor -. Te enamoraste de ella. Sabías exactamente lo que iba a pasar, y te enamoraste de ella. ¡Eres un idiota!  
- Entiendo que estés enojada conmigo…  
- ¿Enojada? Furiosa diría yo – tenía ganas de golpearlo, gritarle, pero no lo haría, no me rebajaría más -. Y no porque me dejes. Sino por el tiempo que desperdicié en ti y tus estupideces, imbécil – levanto la barbilla mostrándole que nada de esto me dolía en realidad -. Un imbécil que pronto será un imbécil viudo.  
Eso le dolió, lo sabía; lo que no esperaba era que al ver como se sentía, también me dolía a mí.  
Me doy la vuelta antes de que me caiga a pedazos, y salgo de la oficina.   
Sólo pienso en que debo estar lo más lejos posible de ahí y de él.  
 
 
Después de que considero ha pasado el tiempo suficiente para que Maite se haya ido, salgo, sin detenerme por nada ni por nadie. Necesitaba toda la ayuda posible, y sabía que para ello tendría que dar muchas explicaciones.  
- Cristina – digo a la secretaria de mi padre sin detenerme -, ¿está mi papá?  
- Si…  
- Gracias.  
Era todo lo que necesitaba oír, por lo que no le doy tiempo a que me anuncie.  
Julio estaba hablando por teléfono en el momento en que entro, así que espero, de pie, a que termine para que podamos hablar.   
- De acuerdo – decía éste mientras me echaba un vistazo -. Bien, lo hablaremos luego. Sí. Nos vemos.  
- Necesito que hablemos – digo tan pronto cuelga.  
- Bien – toma el auricular de nuevo -. Cristina, no me pases llamadas – me señala una silla frente a él -. Toma asiento.  
No tenía muchas ganas de sentarme, pero lo hago. Estaba demasiado inquieto, pero este asunto necesitaba que estuviera controlado, y caminar de un lado a otro no lo era.  
- Es sobre el embarazo de Ángela.  
- Sabes que debes ser fuerte… - podía ver la compasión en su cara.  
- Eso no es todo. Sólo… escucha todo antes de juzgarme, ¿de acuerdo?  
Me ve con incertidumbre, y aún no tenía idea de lo que había detrás. Entonces, sin otra palabra más, asiente para que comience.  
En un principio no sabía cómo empezar. Cómo explicarle lo que me había llevado a todo esto. Y en vista de que no había forma más que contar las cosas tal como sucedieron, lo hago.  
- Hace poco más de dos años conocí a una mujer que me volvía loco. Estaba completamente enamorado de ella. O al menos eso creí que era estar enamorado…  
Mientras contaba mi historia podía ver cómo iba cambiando sus reacciones, que fiel a su palabra, se mantenía en silencio. 




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