El Legado

Capítulo 30

Sergio está cerca de cumplir los ocho meses. Es lindo y a la vez triste, debido a que se suponía que llegaría a una familia unida, eso es lo que había querido que tuviera, no las visitas de su padre le hacía mientras que yo no estaba presente porque no quería verlo.  

Daniel había sido la primera persona que vi después del accidente, que también fue el día en que me convertí en madre.   

Tan pronto se dio cuenta que estaba despierta, comenzó a abrazarme y repetirme una y otra vez que me quería.  

Se sentía tan bien escucharlo, claro que eso cesó en el momento que tomo consciencia de todo lo ocurrido, recordándome lo mentiroso y manipulador que era.  

Desde entonces lo evadía.  

Apenas me dieron de alta me mudé con mis padres. Mi madre había sido de gran ayuda con Sergio, tanto en atenderlo porque había cosas que no podía hacer debido a la férula, como con las visitas que Daniel le hacía, en las cuales no estoy presente.   

A excepción de cuando lo registramos, no volví a hablar con él.  

Es muy pronto para mí.   

Claro que decidí dejarle el nombre de su abuelo, pero no fue por él, sino que no podía pensar en mi hijo de otra forma. Le había nombrado tantas veces así cuando lo llevaba en mi vientre, que sería extraño llamarlo de otra forma.  

Más de una vez había intentado interceptarme mientras salía de la casa, pero jamás me quedé a escucharlo. No había nada de lo que tuviera que decirme que me interesara. 

Tengo que encontrar la fuerza en algún momento para permanecer en la misma habitación que él, por mi hijo. Me convenzo viendo la carita de Sergio mientras lo estoy alimentando.  

Es grato no tener que usar más la férula y así poder hacerlo.  

- Te ves cansada – dice mi madre desde la puerta de mi habitación.  

- Estoy bien – contesto sin dejar de ver a mi hijo.   

Sé que cara tengo en estos momentos, así que no pienso darle más razones para que se preocupe por mí.  

Por supuesto ellos no sabían toda la historia, sólo les dije que teníamos nuestras diferencias, y no habíamos sido capaces de sobrellevarlas. Incluso le había advertido a Daniel que no se atreviera a hacer uno de sus intentos en presencia de mis padres.  

Hasta el momento, eso sí había cumplido.  

- Necesitas relajarte un poco – se acerca -. Yo podría encargarme de mi nieto.  

Al parecer, ninguno de mis intentos por aparentar normalidad, había convencido a mi madre. Ella siempre sabía cuándo las cosas no estaban bien.  

- No tienes por qué hacerlo – insisto, sintiendo que es demasiado lo que ha hecho por nosotros, aunque en el fondo me gustaría aceptar su oferta.  

- Vamos – estira los brazos para que se lo entregue -. Ve a dar un paseo.  

Suspiro resignada y aliviada a la vez.  

- Si señora – se lo entrego.  

- Si hicieras caso tan fácilmente para otras cosas…  

Río un poco antes de dejar la habitación, y buscar las llaves de la camioneta de mi  
padre.  

 

Conduzco por la carretera, con los vidrios abajo, para sentir la briza en mi cara. Ayudaba a despejarme la cabeza.  

Sabía que era una locura ir a ese lugar, pero no se me ocurría otro lugar igual de tranquilo al cual ir. Es el lugar ideal para pasar un tiempo sola, conmigo misma.  

Estaciono la camioneta lo más cerca que puedo dejarla del mar. Me quito las balerinas antes de bajar, queriendo sentir la arena entre los dedos. 

Levanto la cabeza y cierro mis ojos, disfrutando de todo. El día estaba algo nublado, así que no había sol que pudiera llegar a molestarme en determinado momento.  

Decido sentarme en la arena, más cerca del mar, para que el movimiento de las olas me arrullaran y calmaran mis pensamientos.  

No es hasta que veo una sombra cerca de mí, que me doy cuenta que ya no sigo estando sola.  

Suspiro por la pérdida de la tranquilidad.  

- Ángela – dice Daniel casi como si temiera que no fuera real.  

Así que me levanto sacudiéndome el short antes de caminar de vuelta a la camioneta.  

Sé que me prometí soportar su presencia, pero ni este era el momento, y debido a que no estaba mi hijo, tampoco existía la necesidad.  

- Espera – el maldito hoza sujetarme el brazo.  

- ¡No me toques! – le grito antes de sacudírmelo de encima.  

- Ángela por favor, escúchame.  

Estúpida. Estúpida. Estúpida.  

Sólo a mí se le ocurre venir a este lugar cuando fue él quien me lo enseñó.   

No quiero escuchar nada. No quiero saber nada más del asunto. Había sido suficiente con lo que Maite había dicho ese día. Y yo tan tonta no había creído ni una palabra hasta que vi su cara, donde se podía leer que todo era cierto.  

Fui tan estúpida. Algo me decía que todo había pasado demasiado rápido.  




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