Lira caminaba sin descanso. El Bosque de las Sombras parecía estirarse infinitamente a su alrededor, con los árboles altos y oscuros cerrándose cada vez más sobre ella. Había cruzado el umbral de su propio miedo al enfrentarse al eco de sus pensamientos, pero ahora, a medida que avanzaba, sentía que algo la observaba. Un malestar creciente se apoderaba de su ser, una sensación fría y densa que envolvía su cuerpo con cada paso.
Las palabras de la figura misteriosa aún resonaban en su mente: “Este es un bosque de pruebas. La llama que buscas se encuentra más allá, pero solo aquellos que se enfrentan a sí mismos podrán alcanzarla.” ¿Cómo podía enfrentarse a algo tan abstracto como sus propios miedos? ¿Y si no era suficiente? ¿Y si fallaba?
De repente, el aire cambió. Un sonido extraño, como el susurro de cadenas arrastrándose por el suelo, se elevó en la penumbra. Lira se detuvo en seco. La oscuridad a su alrededor parecía volverse más densa, y las sombras de los árboles se alargaron como dedos ansiosos, intentando alcanzarla.
Una risa suave, casi inaudible, comenzó a llenar el aire. No era una risa que viniera de ninguna criatura del bosque, sino algo mucho más antiguo. Algo que se había gestado en lo profundo de su alma.
—¿Quién… quién está ahí? —preguntó Lira, su voz temblorosa, pero su mirada fija.
Y entonces, la figura apareció. Una sombra que emergió de la oscuridad, esquelética, alta y al mismo tiempo indefinida. Su rostro, si es que podía llamarse rostro, era una máscara de dolor eterno, una mueca vacía que parecía observarla con una intensidad desconcertante. Su cuerpo estaba envuelto en oscuridad, como si la sombra misma fuera su ropa.
—¿Qué eres? —preguntó Lira, retrocediendo instintivamente.
La sombra no respondió de inmediato. En lugar de ello, extendió una mano hacia ella, y las sombras a su alrededor comenzaron a moverse, formando figuras extrañas, como recuerdos perdidos.
—¿No me recuerdas, Lira? —dijo la sombra, su voz suave pero cargada de algo antiguo, algo familiar. El nombre de la joven resonó en su mente como un eco lejano.
Lira dio un paso atrás, el miedo apoderándose de su corazón. Algo en esa voz la hacía sentir como si estuviera viendo una parte oculta de sí misma, una parte que nunca había querido enfrentar.
—No… no te conozco. ¿Quién eres? —dijo con más firmeza, aunque sus palabras sonaban vacías, como si estuviera luchando contra una verdad que no quería aceptar.
La sombra sonrió, una sonrisa macabra que parecía crecer a medida que se acercaba.
—Soy el reflejo de lo que te han ocultado. El recuerdo de lo que temes, lo que temes ver en ti misma. El pasado que te pertenece, aunque lo niegues. ¿Sabías que tu madre también me temía? Que ella también cargaba con este mismo peso?
Lira sintió un nudo en el estómago. Las palabras de la sombra eran como dagas afiladas, cada una atravesando su corazón con una precisión escalofriante. El dolor en su pecho creció, y un torrente de pensamientos oscuros comenzó a inundar su mente.
—Tu madre no te ha contado todo, ¿verdad? No te ha dicho que el fuego que ahora llevas dentro tiene su origen en un pacto antiguo, un pacto que ella misma hizo. Un pacto con los guardianes de las llamas, un pacto que condenó a su linaje a cargar con el fuego, generación tras generación. Y sabes lo peor, Lira… tú eres la última portadora de este legado. El último intento de redención.
La joven comenzó a respirar con dificultad. La sombra parecía devorar cada rincón de sus pensamientos, revelando cosas que nunca había imaginado. ¿Un pacto? ¿Un pacto con los guardianes? ¿Qué significaba todo esto?
—No… no es cierto… —susurró, como si tratara de convencerse a sí misma.
La sombra se inclinó hacia ella, su rostro acercándose peligrosamente.
—¿Te atreves a mirar dentro de ti misma, Lira? ¿Te atreves a ver lo que tu madre ha ocultado? La verdad que no has querido escuchar. Si no enfrentas tu pasado, no podrás continuar tu viaje. Y si no eres capaz de comprender la oscuridad que llevas dentro, nunca podrás despertar las llamas que te aguardan.
La oscuridad la rodeó por completo, y Lira sintió un torbellino de imágenes invadir su mente: su madre, mirando en silencio una antigua daga, sus ojos llenos de tristeza; una figura envuelta en llamas, con el rostro de alguien que amaba, cayendo en la penumbra; y un fuego que todo lo consumía, dejando solo cenizas.
Lira cerró los ojos, sintiendo cómo las sombras se adentraban más en su ser, como si estuvieran reclamando su alma. Pero entonces, en el fondo de su mente, algo brilló, débil al principio, pero luego con más fuerza. Una luz cálida, como un fuego olvidado, comenzó a iluminar la oscuridad. Era la llama que llevaba dentro, la que nunca había comprendido completamente.
Con un esfuerzo titánico, Lira extendió las manos, intentando tocar la luz que la llamaba. La sombra retrocedió, como si temiera esa luz.
—¡No! —gritó la sombra, su voz transformándose en un rugido—. ¡No puedes escapar de ti misma!
Pero Lira ya no la escuchaba. La luz dentro de ella creció con fuerza, disipando las sombras que la rodeaban. Con un último grito de desafío, Lira invocó la llama que ardía en su interior, dejándola consumir todo lo que la amenazaba.
La sombra desapareció en el aire, y el bosque, que había estado inmóvil y denso, comenzó a disipar su oscuridad. Las sombras se retiraron, y la luz del sol volvió a filtrarse entre los árboles. Lira cayó de rodillas, agotada, su respiración entrecortada. El eco de la sombra aún resonaba en su mente, pero la llama dentro de ella seguía viva.
Se levantó lentamente, mirando hacia adelante, hacia el resplandor que ahora parecía más cercano. Había enfrentado la oscuridad de su alma, y había sobrevivido.
—Ahora puedo seguir adelante —murmuró, con una nueva determinación.
Y así, Lira continuó su viaje hacia la llama que le aguardaba. Había enfrentado sus miedos, pero aún quedaba mucho por hacer. El destino del mundo estaba más cerca, pero el camino hacia las 7 Llamas nunca sería fácil. Cada paso la acercaba a la verdad, pero también a un futuro incierto.