El paisaje cambió radicalmente tras su encuentro con Kael. La sombra del bosque quedó atrás, y ahora Lira caminaba junto a él a través de una vasta extensión cubierta por niebla baja. El suelo era de sal y piedra húmeda, y el aire, pesado y frío, olía intensamente a mar, aunque el océano no se veía en el horizonte.
Kael caminaba en silencio a su lado, la capa oscura ondeando suavemente con la brisa. Desde su unión, no había hablado mucho, pero su mera presencia era reconfortante. Aunque representara la oscuridad, Lira sentía en él un apoyo silencioso, firme, que fortalecía su determinación.
—Este lugar… —dijo finalmente Kael, rompiendo el silencio—. Aquí el agua prueba no la fuerza, sino el alma.
Lira asintió. Lo sentía también. Cada paso que daba parecía pesar más, como si la niebla misma juzgara su avance.
A lo lejos, una estructura emergió entre la bruma: un círculo de piedra gastada, rodeado por restos de conchas marinas. En su centro, un altar cubierto de caracolas y algas secas. Todo parecía antiguo, sagrado.
Cuando ambos cruzaron el umbral del círculo, el suelo vibró levemente bajo sus pies. La bruma giró y tomó forma ante ellos: una mujer hecha de agua viva, su cuerpo fluyendo en espirales constantes, sus ojos profundos como el fondo del mar.
—Han llegado a la antesala de la Llama del Agua —dijo la figura, su voz líquida resonando en el aire—. Pero antes de avanzar, deben superar la Prueba del Espejo.
Kael dio un paso al frente, como queriendo proteger a Lira, pero la figura levantó una mano de agua en señal de alto.
—Esta prueba es solo para ella —dijo, con gentileza pero con firmeza—. Cada llama debe reconocer a su portador.
Lira tragó saliva y se adelantó, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.
—¿Qué debo hacer? —preguntó.
La figura señaló el altar, donde ahora flotaba una gran lámina de agua suspendida en el aire, lisa como un espejo perfecto.
—Mírate —ordenó—. No tu cuerpo, sino tu alma.
Lira se acercó, respirando hondo. A su lado, Kael cruzó los brazos, observándola en silencio, su sombra proyectándose sobre la niebla como un guardián inmóvil.
Cuando sus ojos se encontraron con el espejo, Lira vio primero su reflejo normal. Pero en cuestión de segundos, la imagen cambió. Aparecieron escenas de su pasado: errores cometidos, miedos escondidos, momentos en que eligió protegerse a costa de otros. Vio su ambición latente, su orgullo, sus dudas más íntimas.
—Esto también soy yo —murmuró, con una mezcla de vergüenza y aceptación.
La figura de agua asintió.
—Negarlo es negar tu poder. Aceptarlo es caminar hacia él.
La visión cambió una vez más, mostrando un futuro posible: ella, portadora de las siete llamas, desbordándose de poder, perdiéndose en su ambición. Ciudades en ruinas bajo su fuego. Soledad absoluta.
Lira cerró los ojos con fuerza. ¿Sería capaz de resistir esa tentación?
Una mano descansó en su hombro. Era Kael.
—La oscuridad está en todos —dijo con calma—. Pero no todos permiten que sea su dueño.
Su voz, firme y serena, la ancló. Lira abrió los ojos y miró el espejo nuevamente.
—Acepto lo que soy —dijo en voz alta—. Acepto mis fallos, mis miedos y mi luz. No buscaré ser perfecta. Buscaré ser verdadera.
La lámina de agua tembló, y luego se deshizo en una lluvia plateada que cayó sobre ella, purificándola.
La figura de agua sonrió, y la bruma comenzó a retirarse. Una senda de conchas blancas apareció, llevándolos hacia la costa, donde sobre una gran roca azotada por las olas, una silueta los esperaba: la portadora de la Llama del Agua.
Kael se colocó a su lado, su capa oscura ondeando como una bandera de resistencia.
—No estarás sola —dijo.
Lira sonrió levemente, sintiendo por primera vez el verdadero poder de tener aliados: la fuerza de compartir el peso del destino.
Juntos, caminaron hacia el encuentro con la próxima llama.